Hoy mi padre habría cumplido 85 años, de no haber fallecido este verano. En realidad, ya le habíamos perdido hace unos años, víctima de una terrible enfermedad que nos lo fue arrebatando poco a poco. Lo que quedaba ya no era mi padre, era una persona que solo sufría.
Haber sido testigo de ese sufrimiento facilitó la aceptación de su partida. Sin embargo, es inevitable pensar que quizás no haya disfrutado de él cuando estaba lúcido todo lo que habría podido. Tuve la misma sensación cuando murieron mis abuelos, sobre todo con el paterno y la materna, con los que conecté más; eran de esas personas que mejoran la vida de todos los que les rodean, igual que mi padre.
Recuerdo que de pequeño, siempre te preguntaban quién era tu ídolo. La gente solía mencionar a deportistas, músicos o sus padres. Yo elegía a Michael Jordan, pero por decir alguien. No tenía ningún ídolo y no quería hacerme «el especial». Solo admiraba su forma de jugar al baloncesto, no lo conocía como persona. Y hay un gran paso desde «admirar» a «idolatrar».
Con la madurez, los ídolos suelen caer: descubrimos que lo que hacen no es tan importante o algún aspecto de su vida que no nos gusta. En mi caso ha sido al revés: la madurez me ha traído un ídolo. Ya imagináis de quién estoy hablando. Con el paso de los años, he aprendido a valorar sus virtudes y si hay alguien a quien admire, alguien que me sirva de ejemplo, alguien a quien quiera imitar, ese es mi padre.
No me voy a enrollar. Los que le conocisteis ya sabéis cómo era y los demás no le conoceréis por mucho que os cuente. Así que os dejo con las palabras que, como hijo mayor, pude decir en su funeral.

Al poco de ingresar en la residencia
«Me vais a permitir que ya que la vida no le ha concedido el final que mereció, intente hacer justicia a mi padre con unas breves palabras.
Antes de nada, queremos daros las gracias a todos los que habéis podido venir para acompañarnos en estos últimos momentos, ayer y hoy. De haber estado vivo os habría dicho «No tendríais que haberos molestado», pero en el fondo le habría gustado, porque vuestra presencia aquí significa que algo habrá hecho bien en su vida.
Fue un alumno modélico, un deportista ejemplar, cristiano devoto, un amante de los animales, pero por encima de todo, una buena persona. Es lo que siempre se dice en estos sepelios, solo que en este caso es verdad. Y lo bueno de la verdad es que no hace falta demostrarla, porque todos la conocéis.
Sin embargo, no quiero hacer un discurso apologético. No sería propio de la modestia de la que siempre hizo gala.
A lo largo de los años he ido descubriendo la gran cantidad de personas a las que mi padre ayudó, de una forma u otra. Él jamás dijo nada, porque es la ayuda del que no espera recibir nada a cambio. Lo hacía por pura benevolencia, porque se lo pedía el corazón. Y estoy seguro de que habrá ayudado a muchos otros de los que nunca sabremos nada.
Todos sabéis la devoción que sentía por mi madre. Amor verdadero, puro y desinteresado. A pesar de que mi padre lo tenía todo para triunfar en la vida, decidió dedicar la suya a su familia y sus amigos. Y yo os pregunto: ¿Hay mayor regalo que ese?
Porque como padre, no habríamos podido pedir a alguien mejor. Soportó con una paciencia a prueba de bombas los conflictos familiares que creamos los demás, de los cuales me confieso principal responsable. Desde su modestia de actor secundario, hizo de piedra angular, y mantuvo a la familia unida.
Nos enseñó a distinguir la paja del grano, a hablar con hechos y no con palabras. Pero el mayor regalo que nos ha hecho a los hijos es educarnos con el ejemplo. Nunca nos pidió algo que no hiciera él. Porque Gaspar hacía las cosas de la manera correcta sin esperar nada a cambio más que la satisfacción de haberlas hecho bien.
Apenas hace año y medio
Quiero terminar con una anécdota muy privada que hasta ayer no había contado a nadie.
Antes de sufrir la lesión medular, iba a visitar a mi padre una vez por semana, con mi bicicleta. Era un momento de paz dentro del torbellino que era mi vida de autónomo, en el que intentaba arrebatarle alguna emoción, con palabras cariñosas o con música.
La primera ve que fui a visitar a mi padre en silla de ruedas se puso a llorar. No creo que me reconociera, llevaba ya años desde la última vez. Pero quiero pensar que algo encajó en su cerebro… El caso es que me invadió una tristeza infinita, me vi incapaz de contener las lágrimas y me puse a llorar con él. Desde entonces no he ido más de media docena de veces, porque el corazón se me encogía, literalmente, cada vez que nos veíamos, los dos en silla de ruedas…Ayer ese sufrimiento llegó a su fin. Mi padre vuelve a ser libre. Recordadle cómo era en vida, su optimismo, su alegría… La serenidad que transmitía. Recordad todo lo que ha aportado a vuestras vidas. Mientras le recordéis, mi padre seguirá viviendo dentro de vosotros.»
Qué bonito y emocionante lo que escribes sobre tu padre. Es difícil contener las lágrimas, al leerlo, aún sin haberle conocido. Se te nota muy orgulloso de él, como seguro que él lo estaría de ti. Siempre te he comentado lo bien que escribes, pero hoy… te admiro más porque hablas desde el corazón. Gracias por compartirlo. Yo no pude acompañaros en el funeral, pero tuvo que ser muy emotivo. Su recuerdo siempre te acompañará. Un abrazo.
Qué hermoso es el recuerdo que dejó tu padre, todas las personas que he escuchado hablar de él coinciden en que era un hombre excepcional y de una gran bondad.
Creo que vivió sus últimos años a pesar de lo duro de su enfermedad con una gran dignidad y con una gran serenidad, tal como había sido su vida anterior, jamás le vi crispado ni desesperado.
Son preciosas las palabras que le dedicaste en su funeral y que ahora transcribes, es el mejor homenaje que le podías rendir en este día.
Muchas gracias de nuevo a las dos. Y sobre todo a ti, Pilar, por acompañarle tanto estos últimos años 😀
Hoy me decía mi tía, a raíz de este artículo, que mi padre había tenido dos grandes ejemplos en sus padres -mis abuelos- para ser como fue. Espero que puedan decir algo parecido de mí cuando me vaya.