Música: House M.D. Extended European Theme, de varios artistas
Juego: Dice Hospital, de Stan Kordonskiy y Mike Nudd
Aquellos de vosotros que decíais «Lagarto, lagarto» la semana pasada teníais razón, no hay que jugar con el destino, y mucho menos yo, gran aficionado a los juegos de azar y acostumbrado a que los hados me sean esquivos. Las veleidosas Moiras nunca se han mostrado generosas conmigo, así que ¿qué esperaba yo conseguir al vanagloriarme de mi mes sin infecciones? Las hacendosas pero implacables parcas cogieron mi récord absoluto, mi Bob Beamon, mis Juegos Olímpicos de México 1968 y mi actitud de hombre sano chulito y me lo tiraron a la cara. Sin pensarlo dos veces.
Y hala, otra vez volvía a ser un infectado. Peor aún, en Urgencias ignoraron mis ruegos y mi labia, y me ingresaron en el hospital. Toma ya. Para que vuelvas a sacar la lengua a pasear, bocachanclas.
Lo cierto es que han pasado un par de cosillas interesantes durante mi hospitalización, pero son un rollazo y difíciles de explicar, así que para intentar manteneros enganchados hasta el punto final, voy a contaros esta historia que, siguiendo los cánones más clásicos de la narrativa convencional, divido en protohistoria, Urgencias, hospitalización, parte sabrosa y postre. Y como toda buena historia digna de ser contada, debemos comenzar por la proto… ¡por la hospitalización!
Resulta que había «algo raro» en mi infección y por «eso raro» que había decidieron ingresarme. Ese «algo» era una fiebre inusualmente alta para una infección de esa envergadura, así como un «tembleque» que me daba porque sentía mucho frío.
Cuando pregunté al médico de planta por «eso raro», me dijo que se debía a mi sistema de termorregulación, que funciona mal por mi lesión medular, como ya sabíamos, y que para eso no se podía hacer nada. Después de este revelador diagnóstico que nadie esperaba, sin prueba ni tratamiento alguno, le pedí que puesto que no se podía hacer nada respecto a la temperatura y lo otro era una infección de orina de manual de texto, me diera el alta. El médico me respondió que no, porque había «algo raro».
Si me habéis seguido hasta aquí, os habréis dado cuenta de que corría un serio riesgo de entrar en un bucle infinito, y como bien sabéis, los bucles infinitos amenazan con rasgar el delicado velo de la realidad espacio-tiempo de nuestro planeta, así que por el bien de todos, decidí dar por zanjado el tema y aguantar en el hospital a que saliera el resultado del cultivo (me debes una, planeta).
El problema térmico consistía en que en los dos primeros días, al volver a la cama después de haber pasado un tiempo considerable sobre la silla, me aumentaba la temperatura un grado o más en apenas unos minutos. Teniendo en cuenta que ya estaba con fiebre, lo pasaba bastante mal durante horas. Y mirando, es bastante posible que el propio día del ingreso sufriera el mismo proceso, porque recuerdo haber sufrido una rápida subida de la temperatura. A mí todo este asunto me preocupaba bastante más que la infección; no es que temiera sufrir una combustión espontánea, pero es algo que da miedo. Ya sabéis lo que me dijo el médico, y en el informe final no aparece ni mencionado.
Ha llegado el momento de contaros la protohistoria, para la cuál debemos retrotraernos en el tiempo. El lunes, ya encontrándome mal en Viana, mi hermano (el ingeniero con máster en Columbia) llevó un cultivo de orina al hospital y acto seguido me tomé un antibiótico que el urólogo me había recetado cada 10 días. Los cultivos —que tardan de 2 a 4 días— se toman para saber qué bacteria provoca la infección y cuál es el mejor antibiótico para combatirla. Ese mismo día por la tarde me empezó a subir la fiebre de forma repentina y no me quedó más remedio que hacer caso a mi grupo de asesores más cercano y llamar a Urgencias.
En Urgencias quisieron hacerme un análisis de sangre y un cultivo de orina. Les respondí que mi hermano había llevado un cultivo mío esa misma mañana, pero me dijeron que el protocolo requería uno nuevo. Les expliqué que el nuevo cultivo iba a dar resultado negativo (es decir, que no hay infección) porque había tomado un antibiótico. Me dijeron que muy bien, pero que el protocolo requería un cultivo. Ante un arsenal dialéctico de semejante calibre, no cabía sino rendir el exquisito elixir de mi vejiga para [mal]gastar el erario público en un segundo cultivo.
Y toca la parte sabrosa de la historia, para lo cual debemos adelantarnos en el tiempo hasta que llegaron los resultados del cultivo. Adivinad qué resultado fue: negativo. Llegados a este punto, el bucle temporal no pudo aguantar más y reventó, dividiendo nuestra historia entre
- Lo que dicen que pasó (lo que dicen)
- Lo que yo creo que pasó (lo que digo)
- Lo que probablemente haya pasado (la realidad)
El médico no supo decirme qué cultivo de los dos era. Su diagnóstico es que el cultivo salió mal, que sí tenía infección, y para saber el bicho protagonista de la infección, miró el último cultivo que dio resultado positivo, que es el de hace… ¡dos meses!
Yo creo que el primer cultivo se perdió (como ya pasó en otra ocasión) y el segundo salió negativo (evidentemente, por el antibiótico). Creo que el diagnóstico médico es como esos tiros que te sacas en baloncesto cuando se acaba el tiempo, estás en tu cancha, y tienes a un gigantón superhormonado delante de tus narices: si aciertas es de casualidad. Pero seguramente acierte, porque el antibiótico que me ha recetado es muy potente y puede matar a muchas bacterias. Creo que que los picos de fiebre quizás se deban a una insolación, que al ser lesionado medular, puede tener efectos algo extraños.
Pero lo más probable es que ambos cultivos hayan salido bien y no se trate de una infección, si no de la tan temida abducción extraterrestre. Me abdujeron en tres días consecutivos, cuando estaba solo, para estudiar a un varón típico de la raza humana de cara a una futura invasión en un día no especificado. Esta conjetura explica satisfactoriamente todos los síntomas y acontecimientos, ya que los picos de fiebre repentinos serían las huellas térmicas que dejan los métodos de transmisión de materia extraterrestres. Esta teoría es más sensata que la del médico.
Por fin hemos llegado al postre, que consiste en el regalito que me llevo de esta visita al hospital. En alguna de las visitas anteriores me quejaba de lo mal adaptado que estaba el cuarto de baño. Uno de los problemas es que entre el agua gélida y agua al borde de la ebullición apenas hay 5-10 grados de giro del grifo. Grifo que además está muy mal colocado, y es muy fácil que un discapacitado lo toque sin querer. Y es que el agua puede salir muy, muy caliente, mucho más de lo que parece razonable desde un punto de vista sanitario. Y eso es lo que pasó, solo que al no tener sensibilidad, no me di cuenta de que mientras me enjabonaba, el agua de la ducha me estaba escaldando la pierna. De hecho, no me di cuenta hasta que, ya de vuelta en la cama, una parte de la pierna derecha estaba muy, muy roja.
Llamé a las enfermeras y no vino nadie. Esperé… Insistí una, dos… muchas veces, y seguía sin venir nadie. ¡Qué mala suerte! Cuando llamaba para bobadas venían enseguida, y ahora que las necesitaba de verdad… Cuarto de hora después, me puse a gritar como un descosido y vinieron todas las enfermeras de la planta con cara de susto. Les expliqué que me había quemado y ellas se pusieron a reír, diciendo «¡Qué susto! ¡Creía que te habías caído! ¡Menos mal!», a la vez que todas ellas se iban marchando. «Jopetas», pensé yo, «Ojalá me hubiera caído, bastaría con levantarme… Eh… Oye, ¡que se han ido todas!». «¿Y mi pierna?», grité. Con lo que costó que vinieran y ahora se van todas sin curarme…
Y si habéis llegado hasta aquí, enhorabuena y… ¡Punto final!