Música: Feeling Good, de Nina Simone
Juego: Aventureros al tren, de Alan R. Moon

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapia¡¡Hola a todos!! Las cosas no han cambiado mucho. Esta semana pasada hice un poco menos de ejercicio para ver si me recuperaba de algunos dolores musculares, sin mucho éxito. Ya vuelvo a estar casi a tope, pero me voy a cortar un poco con las pesas porque ya tengo bastante fuerza para hacer casi todo.

Ticket to Ride

Ticket to Ride, mapa de Europa

Me han echado de la terapia ocupacional (yo estaba casi dos horas y han puesto un límite de una por paciente), así que he aprovechado para apuntarme a la única actividad que me quedaba: la pintura, que me ayudará con los dedos. Y vuelvo a tener el horario a tope (para los jugones: conseguí montar una partida del Ticket to Ride; ¡aún hay esperanza!).

En definitiva, estoy muy contento. Las enfermeras, auxiliares y celadores van volviendo de sus vacaciones y todos aseguran estar sorprendidos de lo mucho que he recuperado; según ellos, estoy mejor incluso que algunos parapléjicos. Y que gente que está acostumbrada a tratar con tetrapléjicos te diga eso, te anima mucho a seguir esforzándote. Esta semana ni siquiera he tenido muchos accidentes con la silla (eso sí, he logrado la increíble hazaña de atropellarme a mí mismo… dos veces). Otro día os cuento más.

Música: Psycho Therapy, de Ramones
Juego: 51st State Master Set, de Ignacy Trewiczek

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaYa en julio empezaron las actividades opcionales de la tarde. El hospital ofrecía un taller de manualidades, ping-pong y una sala de informática. Yo pedí autorización para las tres, aunque en las poco más de tres horas que teníamos disponibles por la tarde solo me iba a dar tiempo a dos. No tenía más tiempo porque dependía de que los celadores me levantaran de la cama (en torno a las 16:30, media hora antes de merendar) y me volvieran a acostar (a las 20:00).

Aula de informática

Aula de informática del Hospital Nacional de Parapléjicos, actualmente cerrada por recortes de personal

Al final me pasaba unas dos horas en la sala de informática, aburrido como una ostra, haciendo ejercicios de mecanografía para recuperar el que hasta ahora había sido mi medio de vida: la traducción. Remataba la tarde con tres cuartos de hora de ping-pong, que me venía bien para ganar movilidad y fuerza en los brazos. Eso sí, tenían que atarme la pala a una mano, porque mis dedos no tenían suficiente fuerza para retenerla y se me iba volando a las primeras de cambio.

Creía que con la cantidad de pacientes que alojaba el hospital y que no había otra alternativa más que salir al jardín a asarse bajo el inclemente sol toledano, las actividades iban a estar hasta la bandera, pero me sorprendí mucho al comprobar que estaban prácticamente desiertas.

Durante todo este tiempo, mi primo y su mujer -que viven en Toledo- sacaban un rato a diario para venir a ayudarme con la comida. Quizás «ayudar» sea decir poco, porque en realidad me daban de comer, me preparaban el colutorio para limpiarme los dientes, me colocaban el ordenador en la mesa…

Yo siempre decía que sí a todo lo que me proponían, así que poco a poco, mi horario matutino comenzaba a llenarse de actividades: electroterapia, bicicleta manual, ejercicios para potenciar el equilibrio… y las dos horas de terapia ocupacional. Llegaba destrozado a comer.

Sala de fisioterapia

Sala de fisioterapia del Hospital Nacional de Parapléjicos

En agosto me dieron una silla eléctrica, también propiedad del hospital, haciéndome prometer que no dejaría de usar la manual. Tardé tres días en romper esa promesa: con tantas actividades, los desplazamientos en la silla manual me llevaban una eternidad, así que hacerlo en silla eléctrica era la única forma de llegar a tiempo a todas mis actividades.

El empeño que ponía en rehabilitarme estaba dando frutos. Comencé a aprender las cosas básicas en terapia ocupacional: a pasarme de la silla a la cama y viceversa, y a vestirme. En cuanto me enseñaban algo, todos los días tenía que hacerlo yo. A los celadores y las auxiliares, muy simpáticos, les resultaba muy gracioso que en cuanto acercaban la mano para ayudarme con algo, les pegaba un manotazo. Todo lo que podía hacer yo, tenía que hacerlo yo, solo, sin ayuda, por mucho tiempo que me llevara.

 

Música: Rehab, de Amy Winehouse
Juego: Roads & Boats, de Jeroen Doumen y Joris Wiersinga

 

Sección sobre mi estado de saludA finales de junio la dinámica empezó a cambiar. Ya solo la desaparición de la fiebre —y los antitérmicos y sus efectos secundarios— supuso una gran mejora en mi calidad de vida. Además, al llegar me habían quitado los corticoides y, aunque me asusté un poco ante la cantidad de medicinas que dejé de tomar, lo cierto es que no eché de menos ninguna de ellas; más bien lo contrario. Solo tenía un problema, a la hora de dormir; tras una enconada lucha con las enfermeras y auxiliares, me dejaron administrar a mi manera los hipnóticos que todos los pacientes debemos tomar, y comencé a dormir bien.

Una silla de ruedas

Una silla de ruedas, el medio de transporte habitual del HNP

En el campo de la silla de ruedas, la cosa había mejorado, pero no mucho. Estaba más tiempo fuera de la cama, pero no tenía fuerza para impulsarme con la silla, así que dependía de los celadores, que me llevaban de la habitación al gimnasio y del gimnasio a la habitación. Por la tarde, que no hay actividades oficiales del hospital, intentaba moverme un poco con la silla, pero no llegaba muy lejos.

Más adelante empecé a habituarme a la silla y los desplazamientos los hacía yo, de forma fatigosa y a ritmo de tortuga. La cantidad de tiempo que perdía yendo de un lado a otro era frustrante, pero por lo menos podía hacerlo yo.


Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaAl poco tiempo, se me abrió la otra gran actividad obligatoria, junto con el gimnasio: la terapia ocupacional. Allí me ayudarían a rehabilitar mis manos y más adelante me enseñarían a hacer las transferencias cama-silla, silla-coche, silla-retrete y silla-cualquier-otro-sitio, a vestirme, a ponerme pañales y ese tipo de cosillas de la vida cotidiana. El problema es que el gimnasio y la terapia estaban en lugares opuestos del complejo y con mi velocidad de tortuga reumática, me pasaba la mitad del día arrastrando trabajosamente la silla por los pasillos.

La vieja sala de terapia ocupacional

La vieja sala de terapia ocupacional, actualmente en desuso

En el gimnasio me movilizaban las piernas y las manos durante veinte minutos, y luego me ponía a levantar pesas de… ¡medio kilo! ¡Un 500% más que mis viejas barritas de cloruro sódico!

En cambio, en terapia me estiraban los brazos, manos y dedos durante diez minutos y luego trabajaba con aparatos para recuperar la funcionalidad de los dedos. Mi terapeuta enseguida vio que me aplicaba mucho, y me ofreció la posibilidad de quedarme media hora más con los aparatos. Y más tarde, esa hora se convertiría en dos horas, cuatro veces el tiempo normal.

Música: I Say a Little Prayer, de Aretha Franklin
Juego: Civilization, de Kevin Wilson

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaA finales de mayo llegué al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo en ambulancia, pero cargado de ilusiones y expectativas. Entre el fin de semana, mi fiebre y lo que tardaron en adaptar mi medicación, me dejaron varios días en cama. Cuando por fin me pusieron en movimiento, descubrí que antes de echarme a una silla de ruedas debía superar la prueba del «plano inclinado»: me tumbaban en una camilla que iban inclinando progresivamente; el objetivo era aguantar veinte minutos sin mareos en un determinado ángulo.

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Lo que para una persona normal es algo muy sencillo, para alguien con una lesión medular alta, para el que los mareos son algo tan cotidiano como el agua para los peces, puede convertirse en una pesadilla, máxime cuando llevas más de dos meses tumbado.

Y allí estaba yo, todo el día en la cama, esperando que llegara el gran momento en el que llevaban mi cama al gimnasio y me trasladaban a la camilla, que comenzaban a inclinar. Llegado un punto no muy avanzado, comenzaba a marearme, pero yo siempre me lo callaba para intentar superar la prueba y comenzar la verdadera rehabilitación.

Meses después, mi fisioterapeuta de entonces se reía de mí recordando aquellos episodios en los que ella me preguntaba si estaba mareado y yo, con la cara pálida de un cadáver y los labios amoratados, respondía «No, qué va». Ella inexorablemente bajaba la inclinación ante mis airadas protestas: «¿Por qué lo bajas? No estaba mareado», explotaba yo mintiendo ante sus risas. Y me tocaba volver a la habitación y esperar otras 24 horas.


Y así pasé otra semana larga, presa de la desesperación, condenado en la habitación a contemplar cómo mi compañero de enfrente se levantaba por las mañanas ayudándose con el triángulo, se vestía, se transfería a la silla de ruedas, y se marchaba durante todo el día. Me parecía algo increíble.

El plano inclinado

El plano inclinado, mi obsesión y castigo durante más de una semana

Al ser lo único que hacía en todo el día, llegué a obsesionarme con eso del ángulo: no paraba de preguntar cuánto había alcanzado, cuánto solía tardar la gente en conseguirlo, etc.

Al final, eso de alcanzar un determinado ángulo era una patraña. Sobre todo porque la camilla no tenía ningún sistema para medir la inclinación. Cuando la fisioterapeuta creyó que estaba listo, me dio el visto bueno, me entregaron una silla de ruedas manual propiedad del hospital y comenzó mi proceso de rehabilitación.