Música: Piano Man, de Billy Joel
Juego: Operación, de Marvin Glass y John Spinello

 

Las manos eran la parte de mi cuerpo que más me gustaba: con unos dedos finos, largos —de pianista o cirujano, decían— y muy ágiles, acostumbrados a hacer malabares con los bolígrafos y los cigarrillos encendidos.

Piano woman

Imagen © Mike Kemp/Tetra Images/Corbis

El derrame las dejó prácticamente paralizadas. Movía los brazos y las muñecas, sin fuerza, pero más o menos bien; sin embargo, las manos eran otro cantar: tenía tan poco control sobre los dedos que no me valían para nada. Tenían que darme de beber, no podía cerrarlos para coger mis pastillas, ni tenía fuerza para agarrar el móvil. Y si me lo acercaban, tampoco era capaz de apretar los botones para activar la pantalla. Y si me lo encendían, no tenía precisión para pulsar los botones en pantalla. Resultaba tan frustrante, que salí de todos los grupos de WhatsApp y no volví a encender el móvil en meses.

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaUn amigo me trajo unas bolas de espuma para que ejercitara mis manos estrujándolas. Era increíble: no podía deformarlas lo más mínimo, así que las dejé olvidadas. Hasta que llegó mi primo y me puso una serie de ejercicios diarios. Mi primera fase de rehabilitación se centró en las manos, la fuerza de los brazos y la respiración.

Una pelota de espuma para hacer fisioterapia

La puta bola de los cojones… Ahora se la he regalado a la perra

Llegó a ser desesperante, porque a pesar de que me forzaba para repetir las series varias veces al día, no notaba la más mínima mejoría. Durante las etapas de mis dos primeros meses —en Valladolid— que pasé en la planta del hospital, venía una fisioterapeuta y dedicaba la mitad del tiempo a mis manos, intentando activar todos sus músculos. Luego mi hermano contrató a otra privada para así poder hacer dos horas diarias de fisioterapia.

Reaprendiendo a escribir a máquina

Mecanografía: aburrida y frustrante

Aquello sí que fue duro: enfermo, con fiebre alta y a menudo en medio de delirios, no podía mover los músculos que ellas me pedían. Y así me fui de Valladolid al Hospital Nacional de Parapléjicos (HNP), para iniciar la rehabilitación en serio.

Cuando empecé con la terapia ocupacional —que a pesar de su nombre dedicó el 95% del tiempo a las manos—, pedí más y más tiempo, y llegué a hacer dos horas de terapia ocupacional, todos los días, cuando lo normal era media hora.

Músculos atrofiados

El hueco que se forma en las palmas se debe a algunos de los músculos que he perdido, y que se han atrofiado

Y enseguida llegaron las tres horas de actividades opcionales de la tarde, que casi nadie aprovechaba. Yo me lancé sobre los ordenadores, busqué cursos de mecanografía online y dediqué dos horas diarias durante cuatro meses a reaprender a escribir a máquina, para poder volver a trabajar (la otra hora la pasaba jugando al ping-pong, que me ayudaba a potenciar la fuerza de agarre de mis dedos).

Aquello también fue duro. Lo que apetecía era salir a la sombra a tomarse un refresco, charlar con la gente y descansar de la dura fisioterapia de la mañana. Ni siquiera me acerqué a mi objetivo de escribir a máquina como antes, pero todas aquellas horas le sentaron muy, pero que muy bien a mis manos.

Lo pienso ahora y es brutal la cantidad de tiempo que dediqué a las manos en el HNP. Pero me habían dicho que al principio es cuando más se puede recuperar, y no podía dejarlo para «más adelante». Imagino que también habré recibido un poco de ayuda de la naturaleza. ¡Gracias, naturaleza!

Un señor del mal

Ahora tengo las garras de un auténtico señor del mal. ¡Temblad, mortales! Muahahahahaahaha…

Incluso hoy en día, pudiendo dictar al móvil y al ordenador, sigo obligándome a pulsar los botones o el teclado para escribir, aunque tarde más. Y ya me conocéis, sigo queriendo hacerlo casi todo yo, así que aunque no lo creía posible, mis manos han seguido mejorado desde que regresé de Toledo.

Hoy ya no tengo manos de pianista ni de cirujano; son más bien torpes. Tienen la forma de «garras» característica de los tetrapléjicos. Puede que ya no sean tan bonitas y estén llenas de heridas y cicatrices. Pero siguen siendo la parte de mi cuerpo de la que me siento más orgulloso, porque disponen de una movilidad extraordinaria para ser tetrapléjico. Y lo mío me ha costado. No solo soy capaz de firmar, sino que puedo escribir con una letra más reconocible que la de mi otro hermano (el médico, je, je).

Esta mejoría se retroalimenta, porque como cada vez manejo mejor las manos, cada vez hago más cosas y eso supone más ejercicio para ellas.

Sección sobre mi estado de saludY eso me ha hecho pensar: mi malestar también se debe estar retroalimentando. Los dolores no me permiten hacer rehabilitación, y el no hacer rehabilitación me hace empeorar y tener más dolores. Al día siguiente de llegar a esta conclusión, hablé con un amigo tetrapléjico de Murcia al que le estaba pasando justo eso: las miles de cosas que tiene que hacer y trámites que pasar (ya he pasado por esa etapa y os he hablado abundantemente de ello) no le dejan tiempo para hacer ejercicio, y se encuentra peor.

Igor también sonríe

Igor dice que las garras me sientan bien

Así que he tomado una decisión: voy a comprar una tumbona ancha en Viana y la voy a usar a modo de camilla para hacer ejercicios, por muchos dolores que tenga y aunque sea lo único que haga en el día. Ya os contaré si lo logro y cómo me va.

Y ha llegado la hora de la encuesta de la semana. Esta vez podéis elegir más de una respuesta.

¿A quién me hacen parecer mis garras?

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Música: Suite 1, Op 41, In the Hall of the Mountain King, de Peer Gynt
Juego: Fearsome Floors, de Friedemann Friese

 

¡Hola! Hoy envío el [ante]penúltimo mensaje desde Toledo, ya que dentro de dos fines de semana estaré en Valladolid. Así que dejaré las conclusiones para el próximo.

Lego sobre ruedas

Otro que tampoco puede subirse a la silla sin ayuda

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaEste jueves tuve un cabreo bastante fuerte con mi fisioterapeuta. Hace mes y pico ya estaba más que claro que había tocado techo. Le dije que me interesaban dos cosas antes de irme: aprender a subir a la silla desde el suelo y una forma de bipedestación que pudiera practicar en casa sin ayuda. Lo primero es básico: no teniendo musculatura en el tronco, me voy a caer de la silla muchas veces. La bipedestación frenaría la osteoporosis que ya estoy sufriendo en las piernas (mucho más peligrosa sabiendo que me voy a caer), y mejoraría mi sistemas digestivo (que funciona fatal) y circulatorio. Mi fisio me dijo que ningún paciente con mi lesión había conseguido subir a la silla y que con una lesión tan alta como la mía, la bipedestación no era viable, porque me iba a marear mucho, y los pocos bipedestadores autónomos que existen están diseñados para parapléjicos, con plena funcionalidad de las manos, y que si a ellos ya les costaba subirse, a mí me costaría cuatro veces más. Pero son dos cosas esenciales para mí y que debo aprender aquí, que no podré practicarlas en casa.

Quedamos en que por otras cosas inesperadas que había logrado, me había ganado el derecho a probar lo de la silla. Y acordamos probar sistemas asistidos de bipedestación y, si aguantaba media hora, probaría con los autónomos. Es verdad que me mareo muchísimo al ponerme de pie (y sin ponerme de pie), pero he logrado alcanzar la media hora casi todos los días.

Beneficios de la bipedestación

Beneficios de la bipedestación

Ya voy al grano: a falta de ocho días laborables para mi alta, solo había probado la bipedestación autónoma una vez y de lo de subirme a la silla no se sabía nada. Yo entiendo que para mi fisio supone salirse de los parámetros de la normalidad. Pero con tan poco tiempo por delante, ya no puedo seguir esperando, así que tras otro día sin nada de eso, me cabreé cuando me dijo que no tenía tiempo para la bipedestación. Además, acudí al médico para explicarle la situación.

Ya os contaré cómo acaba esta historia. De momento, el viernes ya probé la bipedestación autónoma y conseguí subirme yo solo, aunque con mucho esfuerzo y algo de suerte.


Sección sobre mi estado de saludOtro asunto que debería cerrar es el tema de los dolores neuropáticos y la asfixia que últimamente no me dejan hacer nada. Ya sé que los voy a padecer toda la vida, pero antes eran esporádicos y mucho menos intensos. Digo yo que alguna causa habrá. El médico no hace más que ponerme enemas y laxantes. Quizás tenga razón, pero no mejoro.

Ya que habéis aguantado hasta aquí, os prometo que a mitad de semana os contaré el segundo proyecto secreto, que sorprenderá a más de uno.

Sin palabras

Dicho queda

Por último, mañana lunes se va mi otro compañero de habitación (después del rumano de Murcia). En cuatro meses y medio que llevo con él, no hemos tenido ni media desavenencia, nos hemos reído juntos un montón en la habitación y en el gimnasio, nos hemos animado mutuamente (él también es un gran trabajador, a pesar de sus sesenta años) y me llevo muy bien no solo con su mujer, si no con toda su familia. Yo también estoy más fuera que dentro, pero mañana me va a dar muchísima pena. Lo importante es que se va muy bien, andando.

No hay que olvidar que esto solo es un medio para conseguir un fin: reintegrarnos a nuestra vida anterior en las mejores condiciones posibles.

¡Buenas noches a todos y estad atentos a mitad de semana!

Música: Feeling Good, de Nina Simone
Juego: Aventureros al tren, de Alan R. Moon

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapia¡¡Hola a todos!! Las cosas no han cambiado mucho. Esta semana pasada hice un poco menos de ejercicio para ver si me recuperaba de algunos dolores musculares, sin mucho éxito. Ya vuelvo a estar casi a tope, pero me voy a cortar un poco con las pesas porque ya tengo bastante fuerza para hacer casi todo.

Ticket to Ride

Ticket to Ride, mapa de Europa

Me han echado de la terapia ocupacional (yo estaba casi dos horas y han puesto un límite de una por paciente), así que he aprovechado para apuntarme a la única actividad que me quedaba: la pintura, que me ayudará con los dedos. Y vuelvo a tener el horario a tope (para los jugones: conseguí montar una partida del Ticket to Ride; ¡aún hay esperanza!).

En definitiva, estoy muy contento. Las enfermeras, auxiliares y celadores van volviendo de sus vacaciones y todos aseguran estar sorprendidos de lo mucho que he recuperado; según ellos, estoy mejor incluso que algunos parapléjicos. Y que gente que está acostumbrada a tratar con tetrapléjicos te diga eso, te anima mucho a seguir esforzándote. Esta semana ni siquiera he tenido muchos accidentes con la silla (eso sí, he logrado la increíble hazaña de atropellarme a mí mismo… dos veces). Otro día os cuento más.

Música: Dream on, de Aerosmith
Juego: CliniC, de Alban Viard

 

A partir de ahora comienza el diario propiamente dicho, como explico en la sección «El blog». Lo que sigue son versiones ligeramente modificadas para eliminar las referencias personales (que no aportan nada) de los mensajes que iba mandando en el grupo de WhatsApp.


¡Hola! Antes de nada, muchas gracias por vuestra ayuda y vuestro apoyo, tanto a amigos como a familiares, y sobre todo a mis dos hermanos. No estaría aquí sin vosotros. Le pedí a mi hermano que me metiera en este grupo hace tiempo, pero, seguramente con buen criterio, no lo hizo. De todas formas daba igual porque no podía coger el móvil y mucho menos manejarlo. Pero las cosas han cambiado.

Como ya sabéis, me encuentro en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Ahora es mi turno y estoy trabajando muy duro para recuperar todo lo que pueda. El personal del hospital dice que soy un paciente ejemplar y los fisios están sorprendidos del progreso que he conseguido para la lesión que tengo, así que estoy muy contento.

Vista aérea del HN Parapléjicos

Fotografía aérea del Hospital Nacional de Parapléjicos

No todo son buenas noticias. Desgraciadamente, no he recuperado el control de otras partes del cuerpo, como me habían adelantado. Solo manejo brazos (bastante bien) y manos (algo peor). Además me han declarado peligro público cuando conduzco con la silla eléctrica: ya he arrollado a más de uno y he dejado mi firma en casi todas las paredes del hospital.

Música: Psycho Therapy, de Ramones
Juego: 51st State Master Set, de Ignacy Trewiczek

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaYa en julio empezaron las actividades opcionales de la tarde. El hospital ofrecía un taller de manualidades, ping-pong y una sala de informática. Yo pedí autorización para las tres, aunque en las poco más de tres horas que teníamos disponibles por la tarde solo me iba a dar tiempo a dos. No tenía más tiempo porque dependía de que los celadores me levantaran de la cama (en torno a las 16:30, media hora antes de merendar) y me volvieran a acostar (a las 20:00).

Aula de informática

Aula de informática del Hospital Nacional de Parapléjicos, actualmente cerrada por recortes de personal

Al final me pasaba unas dos horas en la sala de informática, aburrido como una ostra, haciendo ejercicios de mecanografía para recuperar el que hasta ahora había sido mi medio de vida: la traducción. Remataba la tarde con tres cuartos de hora de ping-pong, que me venía bien para ganar movilidad y fuerza en los brazos. Eso sí, tenían que atarme la pala a una mano, porque mis dedos no tenían suficiente fuerza para retenerla y se me iba volando a las primeras de cambio.

Creía que con la cantidad de pacientes que alojaba el hospital y que no había otra alternativa más que salir al jardín a asarse bajo el inclemente sol toledano, las actividades iban a estar hasta la bandera, pero me sorprendí mucho al comprobar que estaban prácticamente desiertas.

Durante todo este tiempo, mi primo y su mujer -que viven en Toledo- sacaban un rato a diario para venir a ayudarme con la comida. Quizás «ayudar» sea decir poco, porque en realidad me daban de comer, me preparaban el colutorio para limpiarme los dientes, me colocaban el ordenador en la mesa…

Yo siempre decía que sí a todo lo que me proponían, así que poco a poco, mi horario matutino comenzaba a llenarse de actividades: electroterapia, bicicleta manual, ejercicios para potenciar el equilibrio… y las dos horas de terapia ocupacional. Llegaba destrozado a comer.

Sala de fisioterapia

Sala de fisioterapia del Hospital Nacional de Parapléjicos

En agosto me dieron una silla eléctrica, también propiedad del hospital, haciéndome prometer que no dejaría de usar la manual. Tardé tres días en romper esa promesa: con tantas actividades, los desplazamientos en la silla manual me llevaban una eternidad, así que hacerlo en silla eléctrica era la única forma de llegar a tiempo a todas mis actividades.

El empeño que ponía en rehabilitarme estaba dando frutos. Comencé a aprender las cosas básicas en terapia ocupacional: a pasarme de la silla a la cama y viceversa, y a vestirme. En cuanto me enseñaban algo, todos los días tenía que hacerlo yo. A los celadores y las auxiliares, muy simpáticos, les resultaba muy gracioso que en cuanto acercaban la mano para ayudarme con algo, les pegaba un manotazo. Todo lo que podía hacer yo, tenía que hacerlo yo, solo, sin ayuda, por mucho tiempo que me llevara.

 

Música: Rehab, de Amy Winehouse
Juego: Roads & Boats, de Jeroen Doumen y Joris Wiersinga

 

Sección sobre mi estado de saludA finales de junio la dinámica empezó a cambiar. Ya solo la desaparición de la fiebre —y los antitérmicos y sus efectos secundarios— supuso una gran mejora en mi calidad de vida. Además, al llegar me habían quitado los corticoides y, aunque me asusté un poco ante la cantidad de medicinas que dejé de tomar, lo cierto es que no eché de menos ninguna de ellas; más bien lo contrario. Solo tenía un problema, a la hora de dormir; tras una enconada lucha con las enfermeras y auxiliares, me dejaron administrar a mi manera los hipnóticos que todos los pacientes debemos tomar, y comencé a dormir bien.

Una silla de ruedas

Una silla de ruedas, el medio de transporte habitual del HNP

En el campo de la silla de ruedas, la cosa había mejorado, pero no mucho. Estaba más tiempo fuera de la cama, pero no tenía fuerza para impulsarme con la silla, así que dependía de los celadores, que me llevaban de la habitación al gimnasio y del gimnasio a la habitación. Por la tarde, que no hay actividades oficiales del hospital, intentaba moverme un poco con la silla, pero no llegaba muy lejos.

Más adelante empecé a habituarme a la silla y los desplazamientos los hacía yo, de forma fatigosa y a ritmo de tortuga. La cantidad de tiempo que perdía yendo de un lado a otro era frustrante, pero por lo menos podía hacerlo yo.


Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaAl poco tiempo, se me abrió la otra gran actividad obligatoria, junto con el gimnasio: la terapia ocupacional. Allí me ayudarían a rehabilitar mis manos y más adelante me enseñarían a hacer las transferencias cama-silla, silla-coche, silla-retrete y silla-cualquier-otro-sitio, a vestirme, a ponerme pañales y ese tipo de cosillas de la vida cotidiana. El problema es que el gimnasio y la terapia estaban en lugares opuestos del complejo y con mi velocidad de tortuga reumática, me pasaba la mitad del día arrastrando trabajosamente la silla por los pasillos.

La vieja sala de terapia ocupacional

La vieja sala de terapia ocupacional, actualmente en desuso

En el gimnasio me movilizaban las piernas y las manos durante veinte minutos, y luego me ponía a levantar pesas de… ¡medio kilo! ¡Un 500% más que mis viejas barritas de cloruro sódico!

En cambio, en terapia me estiraban los brazos, manos y dedos durante diez minutos y luego trabajaba con aparatos para recuperar la funcionalidad de los dedos. Mi terapeuta enseguida vio que me aplicaba mucho, y me ofreció la posibilidad de quedarme media hora más con los aparatos. Y más tarde, esa hora se convertiría en dos horas, cuatro veces el tiempo normal.

Música: I Say a Little Prayer, de Aretha Franklin
Juego: Civilization, de Kevin Wilson

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaA finales de mayo llegué al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo en ambulancia, pero cargado de ilusiones y expectativas. Entre el fin de semana, mi fiebre y lo que tardaron en adaptar mi medicación, me dejaron varios días en cama. Cuando por fin me pusieron en movimiento, descubrí que antes de echarme a una silla de ruedas debía superar la prueba del «plano inclinado»: me tumbaban en una camilla que iban inclinando progresivamente; el objetivo era aguantar veinte minutos sin mareos en un determinado ángulo.

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Lo que para una persona normal es algo muy sencillo, para alguien con una lesión medular alta, para el que los mareos son algo tan cotidiano como el agua para los peces, puede convertirse en una pesadilla, máxime cuando llevas más de dos meses tumbado.

Y allí estaba yo, todo el día en la cama, esperando que llegara el gran momento en el que llevaban mi cama al gimnasio y me trasladaban a la camilla, que comenzaban a inclinar. Llegado un punto no muy avanzado, comenzaba a marearme, pero yo siempre me lo callaba para intentar superar la prueba y comenzar la verdadera rehabilitación.

Meses después, mi fisioterapeuta de entonces se reía de mí recordando aquellos episodios en los que ella me preguntaba si estaba mareado y yo, con la cara pálida de un cadáver y los labios amoratados, respondía «No, qué va». Ella inexorablemente bajaba la inclinación ante mis airadas protestas: «¿Por qué lo bajas? No estaba mareado», explotaba yo mintiendo ante sus risas. Y me tocaba volver a la habitación y esperar otras 24 horas.


Y así pasé otra semana larga, presa de la desesperación, condenado en la habitación a contemplar cómo mi compañero de enfrente se levantaba por las mañanas ayudándose con el triángulo, se vestía, se transfería a la silla de ruedas, y se marchaba durante todo el día. Me parecía algo increíble.

El plano inclinado

El plano inclinado, mi obsesión y castigo durante más de una semana

Al ser lo único que hacía en todo el día, llegué a obsesionarme con eso del ángulo: no paraba de preguntar cuánto había alcanzado, cuánto solía tardar la gente en conseguirlo, etc.

Al final, eso de alcanzar un determinado ángulo era una patraña. Sobre todo porque la camilla no tenía ningún sistema para medir la inclinación. Cuando la fisioterapeuta creyó que estaba listo, me dio el visto bueno, me entregaron una silla de ruedas manual propiedad del hospital y comenzó mi proceso de rehabilitación.

 

 

 

Música: One, de Metallica
Juego: Agricola, de Uwe Rosenberg

 

Sección sobre mi estado de saludEstuve dos meses —desde mediados de marzo hasta finales de mayo— ingresado en el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, bailando entre la UCI y varias plantas: Neurología, Medicina interna… Tuve fiebre alta desde el primer hasta el último día; en la UCI la controlaban con potentes antitérmicos, pero en cuanto bajaba a la planta, sin tanta vigilancia, la fiebre se disparaba sin control. La primera vez llegué hasta 41,5º, entré en coma y tuvieron que sumergirme en un baño de hielo.

UCI Río Hortega

La UCI del hospital Río Hortega, mi casa durante un mes

Tuve un par de infecciones y algún que otro problemilla de propina, pero los efectos de la fiebre consiguieron que apenas los notara. No descubrieron la causa de la fiebre hasta casi el final.

Trataron el derrame —la causa de mi lesión medular— con corticoides a cascoporro, y durante la exploración descubrieron un cavernoma —una malformación de un vaso sanguíneo— en la zona dorsal. No me había dado ningún problema, pero lo redujeron quirúrgicamente por precaución.


Estuve bastante mal, muy cerca de morir en un par de ocasiones, según me dijeron después. Pero lo que me minaba la moral era la fiebre alta; combinada con los antitérmicos —que me daban mucha sed— y los efectos de los corticoides, apenas me dejaban hablar con la gente que se molestaba en venir a visitarme, sobre todo por las tardes, ni seguir las conversaciones durante más de cinco minutos. Solo conseguía ver series o películas en el ordenador cuando estaba en la UCI, fuertemente medicado.

Delirios

Delirios

Físicamente, solo podía mover los brazos, muy débiles, la cabeza y, a duras penas, las manos. Con los brazos sudaba para levantar barritas de sodio de 100 gramos y con los dedos no lograba hacer mella en las pelotas de goma más blandas. A pesar de ello, realizaba series de ejercicios todos los días una docena de veces, junto a ejercicios respiratorios con un cacharro que llegué a odiar; los músculos de los pulmones estaban tan débiles que ni siquiera podía toser.

Meses más tarde descubrí que durante toda mi estancia en Valladolid, y el primer mes de Toledo, había estado delirando.


Los médicos, las enfermeras y las auxiliares me trataron fenomenal, pero lo mejor de esta etapa fueron mis familiares y amigos. No podía coger el móvil y aunque me lo dejaran en la cama, mis dedos no tenían fuerza para pulsar el botón de activación de la pantalla, así que no avisé a nadie de mi infarto. Pero casi todos acabaron enterándose, sobre todo los de Valladolid. Mientras estuve en la UCI, los visitantes tuvieron que turnarse para entrar todas las mañanas y todas las tardes durante los horarios de visita, hasta el punto de que el personal médico no paraba de hacer chistes al respecto. Pero eso no es nada comparado con lo que sucedió mientras estaba en planta: dado lo inestable de mi fiebre, necesitaba vigilancia constante, así que se turnaron para no dejarme ni un minuto a solas… ¡durante un mes! Si en algo he tenido suerte en mi vida, sin duda ha sido con mi familia y mis amigos.

Termómetros

¿Bien? ¿Con 28 grados está bien?

Enseguida me hablaron del hospital de parapléjicos de Toledo y esta se había convertido en mi meta, en una especie de sanatorio idealizado que sería clave para mi recuperación. Sin embargo, según decían, no podían enviarme allí hasta averiguar la causa de la fiebre y tratarla. Mi incapacidad de hacer algo para conseguirlo me frustraba.

Sin duda, estos fueron mis peores momentos. Desde el principio asumí mi lesión bastante bien, no me deprimí ni me amargué, pero la falta de mejoría, la necesidad de recurrir a ayuda para todo y la continuidad de la fiebre me fueron minando la moral. He de reconocer que en algunos momentos pensé en tirar la toalla; creo que no lo hice porque no podía decepcionar a mis seres queridos, después de lo mucho que se habían volcado conmigo.

Cuando ya había asumido que lo de Toledo iba a tardar y menos lo esperaba, me llegó la noticia: ¡al día siguiente me trasladaban allá!