Música: Jakety Sax, de Boots Randolph
Juego: Roborally, de Richard Garfield
Ya que me lo pedís, os cuento la historia de los auto-atropellos, que ya son tres. A la semana de llegar al hospital, me dieron una silla de ruedas manual (de estas que funcionan con tracción animal). Se me dio especialmente mal. No sé si la silla era una antigualla o yo un inútil con ella (seguramente una mezcla de las dos), pero los demás iban a toda pastilla y yo a paso de caracol. Así que cuando me dieron la silla eléctrica (con motor), se produjo una concatenación de circunstancias que me obligaron a usar la eléctrica (prisa por llegar a los sitios, lesiones musculares, etc.) hasta ahora.
La silla eléctrica tiene seis velocidades, pero para mí, solo existe una de ellas: la sexta (sí, lo sé, eso explica muchas cosas). Eso, unido a que la silla es de octava o novena mano, se encuentra en unas condiciones deplorables (a las que yo contribuí cuando, persiguiendo a unas ocas a máxima velocidad, me atacó un bordillo muy mal encarado y se cargó un guardapiés).
Conduciendo la silla en esas condiciones y a esa velocidad, los pies se van saliendo por delante del guardapiés. Y luego caen por debajo del guardapiés, que está mal regulado, la rueda delantera pasa por encima de ellos y se quedan hechos un guiñapo. Como no tengo sensibilidad, no me entero hasta que alguien me dice que voy arrastrando un pie por debajo de la silla. Es un milagro que todavía no me haya roto nada; quizás esté predestinado a hacer algo grande.
A las ocas ni las toqué siquiera. Son bichos de lo más escurridizo (igual que los bordillos). No obstante, a una la alcancé con una hogaza de pan en toda la cabeza. Estoy acumulando más pan para un segundo asalto la semana que viene.