Música: Maldito duende, de Héroes del Silencio
Juego: Finstere Flure, de Friedemann Friese 

 

La semana pasada os contaba que estoy recibiendo la visita de un viejo enemigo: la ansiedad.

El Caballero Negro, de los Monty Python

El Caballero Negro no conoce el significado de la palabra «ansiedad»

De pequeño fui una persona nerviosa. Hace casi veinte años, sufrí una crisis de ansiedad aguda que se prolongó durante un año y medio. Fue una experiencia horrible y lo pasé tan mal que cuando conseguí superarlo, cambié mi comportamiento, hasta mi forma de ser, y evité las situaciones que me alteraban (por ejemplo, desde entonces intento evitar todas las discusiones serias). Supuso un gran esfuerzo y me llevó mucho tiempo, pero estaba decidido a no volver a pasar por aquello. Y lo conseguí, o al menos eso he estado creyendo durante más de diez años.

Pero ahora, quince años después de aquella crisis, veo cómo la sombra de este viejo enemigo se cierne sobre mí en cuanto tiene la más mínima oportunidad. Puedo sentirla acechándome. Y me da miedo. Mucho miedo.

El soldado francés burlón de los Monty Python

El Solddaddo Fggancés se ggíe de tu ansieddadd y dice que hueles a cobaya

Llegar de Toledo y no poder hacer aquello para lo que me había preparado durante siete meses fue un directo a la mandíbula de la moral. A ello hay que sumar las numerosas infecciones, los terribles dolores neuropáticos, los problemas con la vejiga, los retrasos con la casa, los médicos, etc. Ahora ni siquiera sé si voy a poder vivir solo. Supongo que todo ha ido haciendo mella y desenterrando la ansiedad.

Pero hay otro factor muy importante que no os he contado hasta ahora: mi madre. Padece una demencia de tipo Alzheimer que progresa con bastante rapidez. Además de la desazón que ello me provoca, tengo el agravante de tener que vivir con ella.

Ya viví esta situación con mi padre. Pero mientras que él poseía un carácter afable y se le podía controlar bastante bien, ella es un terremoto que hace lo que le viene en gana sin escuchar ni atender a razones. Mi madre tenía una personalidad que encantaba en dosis pequeñas, pero se volvía «difícil» en sesión continua. Yo empecé a llevarme bien con ella cuando me independicé. Ahora su carácter se ha acentuado, pero lo peor es que no para quieta ni un instante. Hoy mismo le he querido quitar el móvil después de que llamara a alguien pasada la medianoche, y se ha abalanzado sobre mí, volcando mi silla, para recuperarlo, cosa que logró tras varios minutos de forcejeo. Y luego se largó dejándome el caos que había sembrado a mi alrededor sin un ápice de arrepentimiento. No es la primera —ni la segunda— vez que lo hace.

La otra cara de la moneda: dos móviles peleándose por un humano (el que pierde se lo queda)

Quiero pensar que ya no es ella, que es la enfermedad la que hace todas esas cosas, pero sé que me estoy engañando. Hizo cosas parecidas cuando estaba bien. Y su comportamiento actual no es más que una versión radicalizada del que exhibía antes. Todavía es ella.

La ansiedad

Así me pone mi madre en los peores momentos

El caso es que no puedo con mi madre, ni mental, ni físicamente. Afortunadamente una cuidadora se hace cargo de ella los días de diario, pero yo sigo estando allí como sufridor activo de todo lo que pasa. Y tengo mis ratos a solas con ella; pocos a diario pero muchos cuando llega el fin de semana.

Mi psicólogo me ha dicho que no debería cargar con ella, que ya tengo más que suficiente con lo mío, pero si la vida te trae por estos senderos tan oscuros, no te queda más remedio que recorrerlos, aunque sea a ciegas y palpando. Eso sí: los porrazos están garantizados.

No sé si volveré a mencionar este tema; se supone que este blog, la historia de una médula, es impersonal. Pero no sería justo ocultar una circunstancia que condiciona tanto mi vida, y a veces, me temo que también mi carácter.

La ansiedad 2

La ansiedad hace que todo se te venga encima

Pero también hay una nota positiva: ahora ya no siento la enorme presión de tener que trabajar. Y digo «tener que trabajar», porque sigo queriendo volver a hacerlo.

Tampoco quiero que os preocupéis. Sigo manteniendo una actitud positiva y alegre, como saben los que me ven. Pero ya no tengo la ilusión de antes.