Música: Paradise City, de Guns N’ Roses
Juego: First Train to Nuremberg, de Martin Wallace

 

Sección dedicada a acontecimientos extraordinarios¡¡Hola, hola!! Esta es la primera vez que os escribo desde fuera del hospital. De hecho, estoy en el AVE Madrid-Valladolid, en el que me ha dejado un hermano y del que me recogerá el otro.

No, no me han dado el alta todavía, solo estaré en Valladolid hasta el sábado o el domingo. La idea de todo esto es suavizar el brutal choque con la realidad que, según me han dicho, todos se pegan cuando les dan el alta médica. Por eso, en el hospital me aconsejaron que no hiciera planes y yo, que soy muy obediente, les hice caso… Aparte de ir a ver a mi padre, asistir al bautizo del hijo de mi prima Teresa y probar a vivir en mi casa para saber las adaptaciones que tendrá que hacer Carlos, ver si tengo que comprarme una cama especial y otras cosillas. El resto del tiempo, que ya no es mucho, tendré que ir improvisando sobre la marcha. Pero seguramente no haga muchas cosas fuera de casa, ni muy lejos, porque todavía soy un discapacitado novato (ni siquiera tengo el carné).

Servicio Atendo del AVE

Los AVE no están muy adaptados para minusválidos, pero el servicio Atendo permite viajar en ellos fácilmente

También os voy a contar una cosilla curiosa que me pasó el otro día. Hace un par de semanas, me apunté a un «grupo de terapia sexual». En mi caso, con parálisis de teticas para abajo, no parecía una decisión muy inteligente, pero me lo recomendó la terapeuta y, como ya sabéis, soy muy obediente y le hice caso, a pesar de que mis experiencias con el departamento de psicología del hospital habían sido poco gratas. En la primera sesión descubrí que no, no era una orgía; de hecho, fue una pérdida de tiempo total para mí. Sin embargo, la psicóloga me convenció para darle una segunda oportunidad. La nueva sesión fue igual de aburrida, e incluso deprimente por momentos, salvo por los ocasionales chistes de un buen amigo.

Sin embargo, nos puso un vídeo de un tetrapléjico, antiguo paciente del hospital, y una de sus escenas me impactó. En ella, explicaba lo mucho que le fastidiaba tener que hacer trabajar a sus seres queridos; según él, era una «puta mierda», pero él tenía una serie de necesidades de las que alguien debía encargarse.

Ayuda al minusválido

La ayuda al dicapacitado, el undécimo mandamiento

Me impactó porque yo sentía exactamente lo mismo. Los que me conocéis bien, sabéis que no me gusta nada pedir ayuda, aunque hasta ahora no me ha quedado más remedio que aceptarla. Y es así hasta tal punto que «ser independiente» ha sido mi principal objetivo y motivación durante todos estos meses en Toledo. Recibí un gran golpe moral el día que se lo conté a mi fisioterapeuta y me dijo que siendo tetrapléjico, eso era imposible. «Ser independiente» entraña muchas más cosas de cosas de las que al principio imaginaba, como sondarte a ti mismo, ponerte supositorios y otras cosas que, con mis torpes dedos, son realmente complicadas; o cosas como subirte a la silla desde el suelo (cuando me caigo) para las que además hace falta una fuerza sobrehumana. Sin embargo, no me rendí, y ya me falta poco parar ser independiente. Evidentemente, ese poco es lo más difícil, así que no creo que me dé tiempo a demostrar su error a mi fisio, pero aunque sea, terminaré de conseguirlo en Valladolid.

En cualquier caso, con o sin gran choque con la realidad, sé que mi vida ha sufrido un gran cambio. Un cambio que, como decía el «tetra» del vídeo, por mucho que me esfuerce en minimizar, también va a afectaros a vosotros, los que formáis parte de mi vida.

Música: Happy, de Pharrell Williams
Juego: Drum Roll, de Konstantinos Kokkinis y Dimitris Drakopoulos

 

Vittorio Brumottil

Futuro para/tetrapléjico

Quedarte parapléjico es una putada. Ya no es solo el tener que ir en silla de ruedas, ni los desafíos que ahora te supone el hacer muchas cosas que antes eran automáticas, sino los diversos problemas médicos a los que tendrás que enfrentarte a lo largo de tu vida.

Ser tetrapléjico es lo mismo, pero sin manos. Aunque suene a «chiste de Andreu», es la cruda realidad. Por ejemplo, vestirte, cuando tienes las piernas y la mitad del tronco muerto, es complicado. Pero hacerlo sin gran ayuda de los dedos es cuatro veces más difícil. Abrir una simple botella puede convertirse en una tarea titánica. Y así un largo etcétera.

¿A qué viene todo esto? A que enfrentarse a ello puede ser abrumador, especialmente para la gente mayor, que lleva toda la vida «viviendo bien». Al principio, entre las fiebres, el cariño de familiares y amigos y que la gente te dice que seguro que te vas a recuperar, no te enteras. Pero una vez te das cuenta de que te vas a quedar así toda la vida, el choque con la realidad es brutal. Teniendo en cuenta esto, pensaréis que un hospital lleno de para y tetrapléjicos debe de ser lo más parecido a un velatorio. Pero no es así. Es verdad que la mitad son personas que ya se han rendido y hacen lo mínimo. Pero, sorprendentemente, con la otra mitad puedes tener una conversación sin deprimirte. Y algunos de ellos son personas divertidas, con las que puedes echarte unas risas. Y a esas personas son las que yo busco.

Buen rollo en el HNP

Buen rollo en el Hospital Nacional de Parapléjicos; imagen del diario Más Castilla la Mancha

Al poco de llegar, tuve la suerte de coincidir en la habitación con un rumano afincado en Murcia que, además de ser listo como el hambre, es un cachondo mental. Enseguida congeniamos. Nos hicimos amigos de un madrileño de la habitación de enfrente, también bastante descerebrado. Entre los tres, creamos las tertulias post-cena en el pasillo, entre nuestras habitaciones. Al sonido de nuestras carcajadas, acabó saliendo más gente, y a veces hemos estado cerca de alcanzar la decena de tertulianos.

Es difícil explicar el buen rollo que se destila en estos breves momentos; baste decir que para mí fue un factor de motivación importante para llegar a ser «independiente» (si no eres capaz de acostarte solo, vienen los celadores y enseguida te echan al catre). Un par de amigos estuvieron cerca de vivirlo de primera mano cuando, hace unos días, se quedaron hasta después de la cena. Y digo «cerca», porque es difícil darse cuenta de lo que esto supone para las personas envueltas en las circunstancias antes mencionadas.

Perdonad que os haya soltado este rollete, pero contaros algo de cómo vivo me pareció más interesante que el clásico «Mamá, mira, ya sé abrir latas de Coca-Cola». En cambio, si os ha gustado, amenazo con contar más. ¡Un abrazo para todos!

Música: Gonna Fly Now, de Bill Conti
Juego: Colosseum, de Wolfgang Kramer y Markus Lübke

 

Silla de ruedas eléctrica

Silla de ruedas eléctrica

¡Hola de nuevo! Ya me han dado la silla eléctrica que será mía definitivamente y es otra basura infame. Cada vez toma las curvas de una forma, así que hay que estar preparado para todo. Es tan grande que seguro que no cabe en el ascensor de mi casa, pero al menos se acabaron los auto-atropellos.Sección sobre rehabilitación y fisioterapia

Últimamente no he mejorado mucho físicamente, pero sí he aprendido muchas cosas que me ayudarán en el día a día, como ducharme (en un baño adaptado), hasta el punto de que soy casi independiente. El personal por aquí alucina con lo que estoy consiguiendo (para ser tetrapléjico) y, consecuentemente, me dan mucha manga ancha. Por ejemplo, el sábado sufrí mi primera caída de la silla (tuve buenos reflejos y solo tengo rasguños y contusiones menores), y en vez de seguir el protocolo habitual de meterme en la cama, a la hora siguiente estaba subiendo a un autobús urbano por primera vez para ir al súper.

De hecho, le pregunté al médico por la fecha de alta aproximada, y no ha querido dármela. Como necesitaba decir algo a mis clientes, yo mismo he aventurado finales de noviembre. Luego me he dado cuenta de que sumarían un total​ de seis meses, la estancia mínima para un tetrapléjico. En cualquier caso, los dos meses que restan son muy largos y aún queda mucha tela que cortar.

Cuarto de baño bien adaptado

Cuarto de baño bien adaptado

Hoy me han subido al comedor común para cenar (solo te suben si puedes comer sin ayuda, cosa que yo lograba excepto para pelar las naranjas). Adivinad qué fruta me pusieron… Además, celebré el hito (soy el único tetrapléjico del comedor) arrollando una mesa con la silla eléctrica y tirando una jarra de agua al suelo, para alborozo de todos los comensales. Menos mal que perdí la vergüenza hace mucho… A partir de ahora, se acabó el comer y cenar en la habitación.

Sección dedicada a acontecimientos extraordinariosPara rematar la faena, me han puesto en la mesa con una peruana que habla por los codos como no he visto a nadie. Es alucinante, no os lo podéis imaginar. Nos contó todo su historial médico en 20 minutos, con pelos y señales (creo, porque yo me perdí con el segundo cateterismo). Dediqué los 5 primeros a cenar, y los 15 siguientes a pelar la naranja (¡Logro conseguido!). La tía seguía vomitando palabras como una ametralladora. Me comí la naranja y me excusé para que la pobre pudiera empezar a cenar.

Música: Jakety Sax, de Boots Randolph
 Juego:  Roborally, de Richard Garfield

 

Sección dedicada a acontecimientos extraordinariosYa que me lo pedís, os cuento la historia de los auto-atropellos, que ya son tres. A la semana de llegar al hospital, me dieron una silla de ruedas manual (de estas que funcionan con tracción animal). Se me dio especialmente mal. No sé si la silla era una antigualla o yo un inútil con ella (seguramente una mezcla de las dos), pero los demás iban a toda pastilla y yo a paso de caracol. Así que cuando me dieron la silla eléctrica (con motor), se produjo una concatenación de circunstancias que me obligaron a usar la eléctrica (prisa por llegar a los sitios, lesiones musculares, etc.) hasta ahora.

Marchas de la silla eléctrica

Marchas de la silla eléctrica; mucha lucecita, pero solo son seis

La silla eléctrica tiene seis velocidades, pero para mí, solo existe una de ellas: la sexta (sí, lo sé, eso explica muchas cosas). Eso, unido a que la silla es de octava o novena mano, se encuentra en unas condiciones deplorables (a las que yo contribuí cuando, persiguiendo a unas ocas a máxima velocidad, me atacó un bordillo muy mal encarado y se cargó un guardapiés).

Conduciendo la silla en esas condiciones y a esa velocidad, los pies se van saliendo por delante del guardapiés. Y luego caen por debajo del guardapiés, que está mal regulado, la rueda delantera pasa por encima de ellos y se quedan hechos un guiñapo. Como no tengo sensibilidad, no me entero hasta que alguien me dice que voy arrastrando un pie por debajo de la silla. Es un milagro que todavía no me haya roto nada; quizás esté predestinado a hacer algo grande.

A las ocas ni las toqué siquiera. Son bichos de lo más escurridizo (igual que los bordillos). No obstante, a una la alcancé con una hogaza de pan en toda la cabeza. Estoy acumulando más pan para un segundo asalto la semana que viene.

Música: Feeling Good, de Nina Simone
Juego: Aventureros al tren, de Alan R. Moon

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapia¡¡Hola a todos!! Las cosas no han cambiado mucho. Esta semana pasada hice un poco menos de ejercicio para ver si me recuperaba de algunos dolores musculares, sin mucho éxito. Ya vuelvo a estar casi a tope, pero me voy a cortar un poco con las pesas porque ya tengo bastante fuerza para hacer casi todo.

Ticket to Ride

Ticket to Ride, mapa de Europa

Me han echado de la terapia ocupacional (yo estaba casi dos horas y han puesto un límite de una por paciente), así que he aprovechado para apuntarme a la única actividad que me quedaba: la pintura, que me ayudará con los dedos. Y vuelvo a tener el horario a tope (para los jugones: conseguí montar una partida del Ticket to Ride; ¡aún hay esperanza!).

En definitiva, estoy muy contento. Las enfermeras, auxiliares y celadores van volviendo de sus vacaciones y todos aseguran estar sorprendidos de lo mucho que he recuperado; según ellos, estoy mejor incluso que algunos parapléjicos. Y que gente que está acostumbrada a tratar con tetrapléjicos te diga eso, te anima mucho a seguir esforzándote. Esta semana ni siquiera he tenido muchos accidentes con la silla (eso sí, he logrado la increíble hazaña de atropellarme a mí mismo… dos veces). Otro día os cuento más.

Música: Dream on, de Aerosmith
Juego: CliniC, de Alban Viard

 

A partir de ahora comienza el diario propiamente dicho, como explico en la sección «El blog». Lo que sigue son versiones ligeramente modificadas para eliminar las referencias personales (que no aportan nada) de los mensajes que iba mandando en el grupo de WhatsApp.


¡Hola! Antes de nada, muchas gracias por vuestra ayuda y vuestro apoyo, tanto a amigos como a familiares, y sobre todo a mis dos hermanos. No estaría aquí sin vosotros. Le pedí a mi hermano que me metiera en este grupo hace tiempo, pero, seguramente con buen criterio, no lo hizo. De todas formas daba igual porque no podía coger el móvil y mucho menos manejarlo. Pero las cosas han cambiado.

Como ya sabéis, me encuentro en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Ahora es mi turno y estoy trabajando muy duro para recuperar todo lo que pueda. El personal del hospital dice que soy un paciente ejemplar y los fisios están sorprendidos del progreso que he conseguido para la lesión que tengo, así que estoy muy contento.

Vista aérea del HN Parapléjicos

Fotografía aérea del Hospital Nacional de Parapléjicos

No todo son buenas noticias. Desgraciadamente, no he recuperado el control de otras partes del cuerpo, como me habían adelantado. Solo manejo brazos (bastante bien) y manos (algo peor). Además me han declarado peligro público cuando conduzco con la silla eléctrica: ya he arrollado a más de uno y he dejado mi firma en casi todas las paredes del hospital.

Música: Psycho Therapy, de Ramones
Juego: 51st State Master Set, de Ignacy Trewiczek

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaYa en julio empezaron las actividades opcionales de la tarde. El hospital ofrecía un taller de manualidades, ping-pong y una sala de informática. Yo pedí autorización para las tres, aunque en las poco más de tres horas que teníamos disponibles por la tarde solo me iba a dar tiempo a dos. No tenía más tiempo porque dependía de que los celadores me levantaran de la cama (en torno a las 16:30, media hora antes de merendar) y me volvieran a acostar (a las 20:00).

Aula de informática

Aula de informática del Hospital Nacional de Parapléjicos, actualmente cerrada por recortes de personal

Al final me pasaba unas dos horas en la sala de informática, aburrido como una ostra, haciendo ejercicios de mecanografía para recuperar el que hasta ahora había sido mi medio de vida: la traducción. Remataba la tarde con tres cuartos de hora de ping-pong, que me venía bien para ganar movilidad y fuerza en los brazos. Eso sí, tenían que atarme la pala a una mano, porque mis dedos no tenían suficiente fuerza para retenerla y se me iba volando a las primeras de cambio.

Creía que con la cantidad de pacientes que alojaba el hospital y que no había otra alternativa más que salir al jardín a asarse bajo el inclemente sol toledano, las actividades iban a estar hasta la bandera, pero me sorprendí mucho al comprobar que estaban prácticamente desiertas.

Durante todo este tiempo, mi primo y su mujer -que viven en Toledo- sacaban un rato a diario para venir a ayudarme con la comida. Quizás «ayudar» sea decir poco, porque en realidad me daban de comer, me preparaban el colutorio para limpiarme los dientes, me colocaban el ordenador en la mesa…

Yo siempre decía que sí a todo lo que me proponían, así que poco a poco, mi horario matutino comenzaba a llenarse de actividades: electroterapia, bicicleta manual, ejercicios para potenciar el equilibrio… y las dos horas de terapia ocupacional. Llegaba destrozado a comer.

Sala de fisioterapia

Sala de fisioterapia del Hospital Nacional de Parapléjicos

En agosto me dieron una silla eléctrica, también propiedad del hospital, haciéndome prometer que no dejaría de usar la manual. Tardé tres días en romper esa promesa: con tantas actividades, los desplazamientos en la silla manual me llevaban una eternidad, así que hacerlo en silla eléctrica era la única forma de llegar a tiempo a todas mis actividades.

El empeño que ponía en rehabilitarme estaba dando frutos. Comencé a aprender las cosas básicas en terapia ocupacional: a pasarme de la silla a la cama y viceversa, y a vestirme. En cuanto me enseñaban algo, todos los días tenía que hacerlo yo. A los celadores y las auxiliares, muy simpáticos, les resultaba muy gracioso que en cuanto acercaban la mano para ayudarme con algo, les pegaba un manotazo. Todo lo que podía hacer yo, tenía que hacerlo yo, solo, sin ayuda, por mucho tiempo que me llevara.

 

Música: Rehab, de Amy Winehouse
Juego: Roads & Boats, de Jeroen Doumen y Joris Wiersinga

 

Sección sobre mi estado de saludA finales de junio la dinámica empezó a cambiar. Ya solo la desaparición de la fiebre —y los antitérmicos y sus efectos secundarios— supuso una gran mejora en mi calidad de vida. Además, al llegar me habían quitado los corticoides y, aunque me asusté un poco ante la cantidad de medicinas que dejé de tomar, lo cierto es que no eché de menos ninguna de ellas; más bien lo contrario. Solo tenía un problema, a la hora de dormir; tras una enconada lucha con las enfermeras y auxiliares, me dejaron administrar a mi manera los hipnóticos que todos los pacientes debemos tomar, y comencé a dormir bien.

Una silla de ruedas

Una silla de ruedas, el medio de transporte habitual del HNP

En el campo de la silla de ruedas, la cosa había mejorado, pero no mucho. Estaba más tiempo fuera de la cama, pero no tenía fuerza para impulsarme con la silla, así que dependía de los celadores, que me llevaban de la habitación al gimnasio y del gimnasio a la habitación. Por la tarde, que no hay actividades oficiales del hospital, intentaba moverme un poco con la silla, pero no llegaba muy lejos.

Más adelante empecé a habituarme a la silla y los desplazamientos los hacía yo, de forma fatigosa y a ritmo de tortuga. La cantidad de tiempo que perdía yendo de un lado a otro era frustrante, pero por lo menos podía hacerlo yo.


Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaAl poco tiempo, se me abrió la otra gran actividad obligatoria, junto con el gimnasio: la terapia ocupacional. Allí me ayudarían a rehabilitar mis manos y más adelante me enseñarían a hacer las transferencias cama-silla, silla-coche, silla-retrete y silla-cualquier-otro-sitio, a vestirme, a ponerme pañales y ese tipo de cosillas de la vida cotidiana. El problema es que el gimnasio y la terapia estaban en lugares opuestos del complejo y con mi velocidad de tortuga reumática, me pasaba la mitad del día arrastrando trabajosamente la silla por los pasillos.

La vieja sala de terapia ocupacional

La vieja sala de terapia ocupacional, actualmente en desuso

En el gimnasio me movilizaban las piernas y las manos durante veinte minutos, y luego me ponía a levantar pesas de… ¡medio kilo! ¡Un 500% más que mis viejas barritas de cloruro sódico!

En cambio, en terapia me estiraban los brazos, manos y dedos durante diez minutos y luego trabajaba con aparatos para recuperar la funcionalidad de los dedos. Mi terapeuta enseguida vio que me aplicaba mucho, y me ofreció la posibilidad de quedarme media hora más con los aparatos. Y más tarde, esa hora se convertiría en dos horas, cuatro veces el tiempo normal.

Música: I Say a Little Prayer, de Aretha Franklin
Juego: Civilization, de Kevin Wilson

 

Sección sobre rehabilitación y fisioterapiaA finales de mayo llegué al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo en ambulancia, pero cargado de ilusiones y expectativas. Entre el fin de semana, mi fiebre y lo que tardaron en adaptar mi medicación, me dejaron varios días en cama. Cuando por fin me pusieron en movimiento, descubrí que antes de echarme a una silla de ruedas debía superar la prueba del «plano inclinado»: me tumbaban en una camilla que iban inclinando progresivamente; el objetivo era aguantar veinte minutos sin mareos en un determinado ángulo.

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo

Lo que para una persona normal es algo muy sencillo, para alguien con una lesión medular alta, para el que los mareos son algo tan cotidiano como el agua para los peces, puede convertirse en una pesadilla, máxime cuando llevas más de dos meses tumbado.

Y allí estaba yo, todo el día en la cama, esperando que llegara el gran momento en el que llevaban mi cama al gimnasio y me trasladaban a la camilla, que comenzaban a inclinar. Llegado un punto no muy avanzado, comenzaba a marearme, pero yo siempre me lo callaba para intentar superar la prueba y comenzar la verdadera rehabilitación.

Meses después, mi fisioterapeuta de entonces se reía de mí recordando aquellos episodios en los que ella me preguntaba si estaba mareado y yo, con la cara pálida de un cadáver y los labios amoratados, respondía «No, qué va». Ella inexorablemente bajaba la inclinación ante mis airadas protestas: «¿Por qué lo bajas? No estaba mareado», explotaba yo mintiendo ante sus risas. Y me tocaba volver a la habitación y esperar otras 24 horas.


Y así pasé otra semana larga, presa de la desesperación, condenado en la habitación a contemplar cómo mi compañero de enfrente se levantaba por las mañanas ayudándose con el triángulo, se vestía, se transfería a la silla de ruedas, y se marchaba durante todo el día. Me parecía algo increíble.

El plano inclinado

El plano inclinado, mi obsesión y castigo durante más de una semana

Al ser lo único que hacía en todo el día, llegué a obsesionarme con eso del ángulo: no paraba de preguntar cuánto había alcanzado, cuánto solía tardar la gente en conseguirlo, etc.

Al final, eso de alcanzar un determinado ángulo era una patraña. Sobre todo porque la camilla no tenía ningún sistema para medir la inclinación. Cuando la fisioterapeuta creyó que estaba listo, me dio el visto bueno, me entregaron una silla de ruedas manual propiedad del hospital y comenzó mi proceso de rehabilitación.

 

 

 

Música: One, de Metallica
Juego: Agricola, de Uwe Rosenberg

 

Sección sobre mi estado de saludEstuve dos meses —desde mediados de marzo hasta finales de mayo— ingresado en el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, bailando entre la UCI y varias plantas: Neurología, Medicina interna… Tuve fiebre alta desde el primer hasta el último día; en la UCI la controlaban con potentes antitérmicos, pero en cuanto bajaba a la planta, sin tanta vigilancia, la fiebre se disparaba sin control. La primera vez llegué hasta 41,5º, entré en coma y tuvieron que sumergirme en un baño de hielo.

UCI Río Hortega

La UCI del hospital Río Hortega, mi casa durante un mes

Tuve un par de infecciones y algún que otro problemilla de propina, pero los efectos de la fiebre consiguieron que apenas los notara. No descubrieron la causa de la fiebre hasta casi el final.

Trataron el derrame —la causa de mi lesión medular— con corticoides a cascoporro, y durante la exploración descubrieron un cavernoma —una malformación de un vaso sanguíneo— en la zona dorsal. No me había dado ningún problema, pero lo redujeron quirúrgicamente por precaución.


Estuve bastante mal, muy cerca de morir en un par de ocasiones, según me dijeron después. Pero lo que me minaba la moral era la fiebre alta; combinada con los antitérmicos —que me daban mucha sed— y los efectos de los corticoides, apenas me dejaban hablar con la gente que se molestaba en venir a visitarme, sobre todo por las tardes, ni seguir las conversaciones durante más de cinco minutos. Solo conseguía ver series o películas en el ordenador cuando estaba en la UCI, fuertemente medicado.

Delirios

Delirios

Físicamente, solo podía mover los brazos, muy débiles, la cabeza y, a duras penas, las manos. Con los brazos sudaba para levantar barritas de sodio de 100 gramos y con los dedos no lograba hacer mella en las pelotas de goma más blandas. A pesar de ello, realizaba series de ejercicios todos los días una docena de veces, junto a ejercicios respiratorios con un cacharro que llegué a odiar; los músculos de los pulmones estaban tan débiles que ni siquiera podía toser.

Meses más tarde descubrí que durante toda mi estancia en Valladolid, y el primer mes de Toledo, había estado delirando.


Los médicos, las enfermeras y las auxiliares me trataron fenomenal, pero lo mejor de esta etapa fueron mis familiares y amigos. No podía coger el móvil y aunque me lo dejaran en la cama, mis dedos no tenían fuerza para pulsar el botón de activación de la pantalla, así que no avisé a nadie de mi infarto. Pero casi todos acabaron enterándose, sobre todo los de Valladolid. Mientras estuve en la UCI, los visitantes tuvieron que turnarse para entrar todas las mañanas y todas las tardes durante los horarios de visita, hasta el punto de que el personal médico no paraba de hacer chistes al respecto. Pero eso no es nada comparado con lo que sucedió mientras estaba en planta: dado lo inestable de mi fiebre, necesitaba vigilancia constante, así que se turnaron para no dejarme ni un minuto a solas… ¡durante un mes! Si en algo he tenido suerte en mi vida, sin duda ha sido con mi familia y mis amigos.

Termómetros

¿Bien? ¿Con 28 grados está bien?

Enseguida me hablaron del hospital de parapléjicos de Toledo y esta se había convertido en mi meta, en una especie de sanatorio idealizado que sería clave para mi recuperación. Sin embargo, según decían, no podían enviarme allí hasta averiguar la causa de la fiebre y tratarla. Mi incapacidad de hacer algo para conseguirlo me frustraba.

Sin duda, estos fueron mis peores momentos. Desde el principio asumí mi lesión bastante bien, no me deprimí ni me amargué, pero la falta de mejoría, la necesidad de recurrir a ayuda para todo y la continuidad de la fiebre me fueron minando la moral. He de reconocer que en algunos momentos pensé en tirar la toalla; creo que no lo hice porque no podía decepcionar a mis seres queridos, después de lo mucho que se habían volcado conmigo.

Cuando ya había asumido que lo de Toledo iba a tardar y menos lo esperaba, me llegó la noticia: ¡al día siguiente me trasladaban allá!