Juego de mesa

Nunca he sido friolero.

Cuando me quedé solo en la casa alquilada de la avenida Gijón, ni siquiera ponía la calefacción en invierno. Me apañaba con el calor residual de los vecinos y una sudadera o jersey ligero.

Siempre he preferido el frío al calor. El calor te amodorra y no lo puedes evitar. El frío te mantiene despierto y si te hartas, siempre puedes abrigarte.

Juego de mesa

Me parezco mucho a estos sujetos cuando voy con la moto

Cuando llegué a mi actual casa, hace unos años, descubrí que tenía un GRAVE problema de aislamiento que se había recrudecido con el paso del tiempo. Es un piso once de una torre de once pisos, completamente expuesta, sin otros edificios cercanos que atemperen los efectos del clima, con un piso vacío a un lado y las escaleras al otro. Solo tengo una casa habitada abajo que comparta su calor. Y para rematar la faena, la calefacción es central y cuando el agua llega arriba ya no está muy caliente; y lo que es peor, la caldera genera tantas burbujas que como se te olvide purgar los radiadores cada dos días, dejan de calentar. Los inviernos eran gélidos, incluso para mí.

Pero lo peor eran los veranos. La casa estaba tan expuesta que llegué a medir más de 35 grados en el interior; hacía más calor dentro que fuera de casa. Por algo mis padres emigraban a Viana los tres meses largos que duraban los calores. Pero esa es otra historia que viviremos el próximo verano.

A esta casa vine por obligación; mi padre tenía Alzheimer y estaba más cerca de la suya. Pero no me gustaba el barrio y mucho menos la casa, así que era una medida temporal. Sin embargo, la lesión medular me pilló viviendo aquí y esta fue la casa que Carlos tuvo que adaptar a mis discapacidades. Lo que empezó siendo una solución a corto plazo se había convertido como un proyecto a medio plazo (como mínimo).

Así que al regresar a esta casa, estaba acojonado —literalmente— porque como os explicaré luego, ya no soporto tan bien el frío. Sin embargo, mi hermano ha demostrado ser un verdadero experto en la eficiencia energética, porque de momento —a falta de la llegada del crudo invierno— se nota un gran cambio.

Como os decía, ya no soporto el frío como antes. Por la calle no ando, no me muevo como vosotros: mi cuerpo no genera calor. Y si siento frío, no puedo dar unos brincos o echar una pequeña carrera para entrar en calor. Y es curioso, porque solo tengo sensibilidad térmica en una décima parte del cuerpo; pero los dolores neuropáticos me generan frío. O me producen una sensación de frío. O parecida al frío. No sé muy bien qué es ni porqué. Sé que en realidad mi cuerpo no siente frío, pero a mi cerebro le llega esa información, así que el frío para mí es tan real como el cambio climático (¡malditos negacionistas! :P). Y es una putada, porque al ser algo neuropático, no hay NADA que pueda hacer para evitar ese frío; no se me pasará ni aunque me ponga el abrigo de un esquimal de los de la portada del juego de la imagen de arriba.

Parece que ahora sí soy friolero.

 

 

Sigo con mis problemas de salud, que se manifiestan fundamentalmente en forma de dolor. Son dolores neuropáticos en la zona lumbar, que luego se irradian a las pantorrillas y finalmente a los pies, todas ellas partes del cuerpo en las que no tengo sensibilidad. Y me surgen al apoyar la zona lumbar, en la silla, pero sobre todo al tumbarme boca arriba en la cama. Los sufro desde poco antes de regresar de Toledo, pero este último mes con especial virulencia.

Otro día os hablaré de eso; hoy me limitaré a contaros que estos dolores me impiden moverme mucho y salir de casa. Ni siquiera estoy yendo a fisioterapia, porque son siete kilómetros de trayecto que me resultan bastante traumáticos. Y además luego tengo que volver.

La otra gran traba que me estoy encontrando es la lluvia. Un día ignoré la llovizna para acudir a una consulta relacionada con el atropello de julio en un hospital a un par de kilómetros de mi casa —deseoso de acabar de una vez con ese tema—. Pero a la vuelta la llovizna se convirtió en lluvia intensa. Sequé la silla a conciencia —lo mío me costó—, pero el día siguiente ya advertí problemas en su funcionamiento.

Lloverá en Valladolid

The rain in Spain stays mainly in the plain

Desde entonces no quiero salir cuando llueve, ni cuando amenaza lluvia, porque si necesito volver por cualquier contingencia, no puedo esperar a que escampe. Y últimamente llueve todos los días, en algún momento u otro. El pronóstico de esta semana no es muy alentador, para regocijo de la gente del campo (aunque el volumen de las precipitaciones tampoco les dejará muy satisfechos).

Afortunadamente, están Claudia y Sirka, y me visitan muchos amigos. Además, todavía tengo que hacer muchas cosas en casa.

 

PD: Como habréis advertido, voy a hacer cambios en el blog (de nuevo). Voy a intentar publicar con más frecuencia, pero artículos más breves, sobre uno o dos temas como mucho. También abandono la canción y el juego de cada entrada: apenas sé de música y los juegos no los conocía casi nadie.

 

 

 

Salón

Un espacio mucho más amplio, con las paredes y pilares imprescindibles, para facilitar el movimiento

¡Por fin he vuelto a mi casa! Era el gran objetivo desde que salí del Hospital de Parapléjicos de Toledo. Sin embargo, mi regreso no ha sido como esperaba.

La casa está genial. Yo no sabía muy bien lo que quería ni lo que necesitaba, así que mi hermano ha tomado muchas decisiones por mí. He descubierto que lo más importante es el espacio. Carlos ha acertado de pleno, como podéis ver en las fotos. Es un placer poder moverme por la casa con tanta facilidad. Ya os contaré con más detalle, pero me estoy deshaciendo de muchas cosas.

Mi habitación

Fusión de la habitación de invitados, la sala de juegos y un pasillo, un espacio diáfano

Lo que sí tenía claro es que quería accesibilidad. Quería poder acceder a todo en mi casa. Me estoy dando cuenta de que quizás no sea posible, o conveniente. Otra cosa en la que Carlos tenía razón.

Hay otros aspectos, como el baño, en los que no me hizo caso y no tengo tan claro que vayan a funcionar bien. Pero quiero mantener una actitud abierta porque quizás tenga razón y al final acaben siendo buenas para mí. Ya que están así, voy a probar.

Sé que las reformas se han alargado mucho, pero eso ya pertenece al pasado; lo importante es que ya estoy aquí. Y además de no cobrarme nada, mi hermano Carlos ha invertido mucha ilusión y un tiempo que no tenía en este proyecto, que es todavía más de agradecer. Es el mejor regalo que he recibido y que nunca recibiré. De largo.

Mi cama

Otra perspectiva de mi habitación

Os decía que el regreso no ha sido como esperaba. Me está costando mucho adaptarme, a pesar de que Claudia me está ayudando mucho. Además, está coincidiendo con una etapa de muchos dolores, que no sé si está relacionada. No lo estoy pasando nada bien. No puedo evitar recordar mis últimos meses en el hospital de Toledo, cuando me decían que era una locura irme a vivir por mi cuenta, dada la gravedad de mi lesión.

No obstante, quiero ser optimista. Los principios siempre son duros y cuando la casa esté a punto será algo más fácil.

Hay que tener en cuenta que este es el verdadero principio de mi nueva vida, tal como yo la quería, en mi propia casa. Las mejoras que consiga, a partir de ahora, serán permanentes. A partir de ahora podré ver qué tiempo me queda libre cada día, qué voy a poder hacer y qué no, cómo me organizo para hacer las cosas —la compra, la limpieza o cuidar de la perra, por ejemplo—, si puedo trabajar algo, y un largo etcétera de cosas. Voy a ver cómo va a ser mi vida, en definitiva. Son un montón de nuevos retos que debo afrontar.

No me queda más que agradecer a mis hermanos —sobre todo y de nuevo a Carlos— y a mis amigos por ayudarme a poner a punto mi casa. Hay muchas cosas que contar y esto es un trabajo en curso, así que os seguiré contando.

 

Hoy mi padre habría cumplido 85 años, de no haber fallecido este verano. En realidad, ya le habíamos perdido hace unos años, víctima de una terrible enfermedad que nos lo fue arrebatando poco a poco. Lo que quedaba ya no era mi padre, era una persona que solo sufría.

Haber sido testigo de ese sufrimiento facilitó la aceptación de su partida. Sin embargo, es inevitable pensar que quizás no haya disfrutado de él cuando estaba lúcido todo lo que habría podido. Tuve la misma sensación cuando murieron mis abuelos, sobre todo con el paterno y la materna, con los que conecté más; eran de esas personas que mejoran la vida de todos los que les rodean, igual que mi padre.

Recuerdo que de pequeño, siempre te preguntaban quién era tu ídolo. La gente solía mencionar a deportistas, músicos o sus padres. Yo elegía a Michael Jordan, pero por decir alguien. No tenía ningún ídolo y no quería hacerme «el especial». Solo admiraba su forma de jugar al baloncesto, no lo conocía como persona. Y hay un gran paso desde «admirar» a «idolatrar».

Con la madurez, los ídolos suelen caer: descubrimos que lo que hacen no es tan importante o algún aspecto de su vida que no nos gusta. En mi caso ha sido al revés: la madurez me ha traído un ídolo. Ya imagináis de quién estoy hablando. Con el paso de los años, he aprendido a valorar sus virtudes y si hay alguien a quien admire, alguien que me sirva de ejemplo, alguien a quien quiera imitar, ese es mi padre.

No me voy a enrollar. Los que le conocisteis ya sabéis cómo era y los demás no le conoceréis por mucho que os cuente. Así que os dejo con las palabras que, como hijo mayor, pude decir en su funeral.

Mi padre

Al poco de ingresar en la residencia

 

«Me vais a permitir que ya que la vida no le ha concedido el final que mereció, intente hacer justicia a mi padre con unas breves palabras.

Antes de nada, queremos daros las gracias a todos los que habéis podido venir para acompañarnos en estos últimos momentos, ayer y hoy. De haber estado vivo os habría dicho «No tendríais que haberos molestado», pero en el fondo le habría gustado, porque vuestra presencia aquí significa que algo habrá hecho bien en su vida.

Fue un alumno modélico, un deportista ejemplar, cristiano devoto, un amante de los animales, pero por encima de todo, una buena persona. Es lo que siempre se dice en estos sepelios, solo que en este caso es verdad. Y lo bueno de la verdad es que no hace falta demostrarla, porque todos la conocéis.

Sin embargo, no quiero hacer un discurso apologético. No sería propio de la modestia de la que siempre hizo gala.

A lo largo de los años he ido descubriendo la gran cantidad de personas a las que mi padre ayudó, de una forma u otra. Él jamás dijo nada, porque es la ayuda del que no espera recibir nada a cambio. Lo hacía por pura benevolencia, porque se lo pedía el corazón. Y estoy seguro de que habrá ayudado a muchos otros de los que nunca sabremos nada.

Todos sabéis la devoción que sentía por mi madre. Amor verdadero, puro y desinteresado. A pesar de que mi padre lo tenía todo para triunfar en la vida, decidió dedicar la suya a su familia y sus amigos. Y yo os pregunto: ¿Hay mayor regalo que ese?

Porque como padre, no habríamos podido pedir a alguien mejor. Soportó con una paciencia a prueba de bombas los conflictos familiares que creamos los demás, de los cuales me confieso principal responsable. Desde su modestia de actor secundario, hizo de piedra angular, y mantuvo a la familia unida.

Nos enseñó a distinguir la paja del grano, a hablar con hechos y no con palabras. Pero el mayor regalo que nos ha hecho a los hijos es educarnos con el ejemplo. Nunca nos pidió algo que no hiciera él. Porque Gaspar hacía las cosas de la manera correcta sin esperar nada a cambio más que la satisfacción de haberlas hecho bien.

Padre e hijo

Apenas hace año y medio

Quiero terminar con una anécdota muy privada que hasta ayer no había contado a nadie.

Antes de sufrir la lesión medular, iba a visitar a mi padre una vez por semana, con mi bicicleta. Era un momento de paz dentro del torbellino que era mi vida de autónomo, en el que intentaba arrebatarle alguna emoción, con palabras cariñosas o con música.
La primera ve que fui a visitar a mi padre en silla de ruedas se puso a llorar. No creo que me reconociera, llevaba ya años desde la última vez. Pero quiero pensar que algo encajó en su cerebro… El caso es que me invadió una tristeza infinita, me vi incapaz de contener las lágrimas y me puse a llorar con él. Desde entonces no he ido más de media docena de veces, porque el corazón se me encogía, literalmente, cada vez que nos veíamos, los dos en silla de ruedas…

Ayer ese sufrimiento llegó a su fin. Mi padre vuelve a ser libre. Recordadle cómo era en vida, su optimismo, su alegría… La serenidad que transmitía. Recordad todo lo que ha aportado a vuestras vidas. Mientras le recordéis, mi padre seguirá viviendo dentro de vosotros.»

 

Abuela gruñona

Mi relación con mi madre siempre ha sido tormentosa.

Ya de pequeño, cuando sacaba todo sobresalientes y un notable, solo se fijaba en el notable. Aquello me daba mucha rabia. Y lo peor era cuando comparaba mis notas con las de algún amigo. Me daba la impresión de que solo quería mis sobresalientes para poder presumir ante sus amigos.

Yo he heredado el genio de madre, así que aquellos enfados no eran poca cosa. Mi padre hacía de mediador, que básicamente consistía en intentar calmarme, porque mi madre no cedía. Nunca en su vida me pidió perdón por nada, así que todos aquellos enfados terminaban invariablemente cuando yo «volvía al redil». Me parecía tremendamente injusto que mi padre se pusiera del lado de mi madre incluso cuando sabía que no tenía razón. «Es tu madre», era su argumento favorito; y razón no le faltaba. Pero yo me cabreaba tanto que a veces tardaba meses en volver al redil.

La situación se recrudeció al hacerme mayor. No fui un adolescente fácil. No le gustaba mi forma de vestir, le disgustaban mis aficiones, le hacía feos a mis novias, no aprobaba mis ideas; no quería que saliera por las noches… Y durante la carrera, cuando mis notas comenzaron a ser mediocres, la tensión en casa era casi constante. El cuarto año estallé con una crisis de ansiedad. No fue culpa suya, pero sí fue un factor. Lo que más me extrañó es lo poco comprensiva que fue, teniendo en cuenta que ella ya era una «veterana» de los problemas de ansiedad.

Riña

Una escena habitual en mi juventud

Ya tenía claro que debía independizarme, pero no tenía los medios y —tal como me iba en la carrera— estaba bastante lejos de conseguirlos. La solución —temporal— fue irme a estudiar al extranjero, con una beca Erasmus. Pero a la vuelta el panorama no tardó en volver a ser el mismo. Hasta que la fortuna llamó a mi puerta. Encontré trabajo de traductor y en cuanto pude me independicé.

Fue irme de casa y empezar a «llevarme bien» con mi madre. Ella seguía igual, pero desde la distancia nos soportábamos mejor. El problema era la convivencia.

Cuando mi padre empezó a sufrir Alzheimer, mi madre pretendió seguir con su vida como antes. En uno de sus numerosos viajes, extravió a mi padre y pasó tan mal rato que desde entonces me pidió que viajara con ellos para ayudar. En realidad no era «ayudar», era «ocuparme» de mi padre, porque ella siempre estaba distraída con sus amigas o hablando con los guías. Eran viajes que me resultaban muy gravosos: no solo eran muy caros, para un autónomo dejar de trabajar significa dejar de ingresar y —aunque eran viajes muy chulos— viajar acompañado de personas que te doblan en edad no es la forma idea de pasar tus vacaciones. Lo cierto es que lo hice más por mi padre que por mi madre, para que disfrutara de los últimos años de lucidez limitada que le quedaban.

Travieso

No he sido un hijo fácil

Mi madre tardó poco en pedirme insistentemente que volviera a casa para ayudarle. Yo no estaba dispuesto regresar al punto de partida, sabía lo que supondría retomar la convivencia con mi madre y por los viajes sabía que esa «ayuda» que pedía en realidad era mucho más. Llegamos a un acuerdo: me mudé a nuestra antigua casa —que mis padres mantenían alquilada— para estar cerca de ellos y me hice cargo de todos sus temas económicos y sus papeles, que hasta entonces siempre había llevado mi padre. Tuve que dejar parte de mis clientes, cosa que no me vino mal del todo de cara al futuro, porque empecé a valorar el tiempo libre.

Hasta que mi madre empezó a estar mal. Le acompañé a varios psiquiatras y neurólogos, a veces con su hermana y su prima. Y entonces llegó mi lesión medular. Casi toda la responsabilidad, sumada a la carga que ahora suponía yo, recayó sobre mi hermano Carlos.

A mi regreso, nueve meses después, volví a ocuparme de los temas médicos de mi madre —con la ayuda de Claudia— y del papeleo; volvía con muchos ánimos y estaba deseando hacer algo útil. Mi casa todavía no estaba lista, así que no me quedaba más remedio que vivir en casa de mi madre. La convivencia todo este tiempo ha sido muy difícil, supongo que para ambas partes. Y la carga de mi madre me ha ido resultando cada vez más pesada.

Lo que he vivido estos dos años es lo mismo que viví antes de independizarme, aumentado por la enfermedad de mi madre y mi propia discapacidad. El último año se estuvo aprovechando de mi estado, sobre todo cuando estábamos a solas. Y estos últimos meses había cogido la desagradable costumbre de reírse de mí. Yo le dije algunas cosas muy feas. Además, estaba provocando discusiones entre los hermanos. Así que un día estallé, decidí que hasta ahí había llegado, que dejaba de ocuparme de mi madre, de sus médicos y de todas sus historias. Le pedí a Carlos que acabara mi casa cuanto antes y les dije a mis dos hermanos que iba a pasar en casa —con mi madre— el menor tiempo posible.

Abuela gruñona

«¡Con tu tío y tu tía irás a Bel Air»

Las consecuencias no se hicieron esperar. Ya el mismo sábado me empezaron a llamar familiares y amigos alertados por vecinos: mi madre, sola, se había descontrolado. Mi respuesta siempre era la misma: yo ya no me ocupaba de mi madre. El domingo fue una repetición de la tarde del sábado, por la mañana y por la tarde. Al quedarse sola, sentía miedo y se descontrolaba.

Pero lo peor sucedió el lunes, que era feriado. Decidido a permanecer alejado, pasé la mañana y comí fuera. Volví brevemente a casa y abrí la cocina —es el único sitio de la casa donde puedo lavarme los dientes y allí escondo mis medicinas—. Mi madre se abalanzó y aunque ya había comido, se puso a vaciar el frigorífico. No tenía ninguna intención de salir, pero yo debía irme y no podía dejar toda la comida y las medicinas a su alcance, así que hice lo que otras veces había funcionado: cerré la cocina con llave con ella dentro. Cogí el abrigo y un par de cosillas de mi habitación y fui a abrir la cocina para que saliera. Sin embargo, al abrir no la vi dentro. Llamé y no respondió. Vi la ventana de la galería abierta y entré en pánico. La silla no me dejaba acceder a la galería, así que temiéndome lo peor, bajé a toda prisa. Fueron los dos peores minutos de mi vida, solo superados por los momentos anteriores al derrame en la médula. Efectivamente. Allí la encontré, tumbada en medio del césped, con el camisón, con el tobillo en una posición imposible. Me encontré una escena horrible. Sin embargo, estaba viva. Y de hecho, se encontraba milagrosamente bien, cuerda, y sin mucho dolor.

No sé qué le llevó a esa situación. Quizás se vio encerrada y solo encontró esa salida, puede que intentara llamar la atención después de pasar dos días prácticamente sola… O quizás solo se cayera, como ella dijo. En cualquier caso, fue una caída desde un segundo piso alto y hemos tenido mucha suerte de que vaya a recuperarse; esperemos que casi del todo.

Desde entonces, no he tenido más remedio que volver a ocuparme de mi madre. Sin embargo, cada vez lo estoy haciendo más desde un segundo plano. Así debió ser desde mi regreso de Toledo; fue un error por mi parte pretender más. Ahora debo asumir mi parte de la culpa y —sobretodo— aprender de lo sucedido. Me está costando mucho dedicarme más tiempo «robándoselo» a mi madre, pero estoy convencido de que es mejor para ambos (y ahora mismo lo necesito). Nunca podrá resarcir la deuda que tengo con mi madre —por muchas desavenencias que hayamos tenido—, pero todo lo que he hecho por ella estos años me deja la conciencia bien tranquila.

Ya veremos qué nos depara el futuro, pero espero haber aprendido la lección. A veces las cosas tienen que ser de una determinada forma y forzar para que sean de otra no es bueno para nadie.

 

Música: Die With your Boots On, de Iron Maiden
Juego: Gloom, de Keith Baker

 

¿A quién no le gusta que los planes salgan bien?

¡Cuánto tiempo!

Pues sí, debo la entrada del mes de agosto y ahora también la de septiembre. No news is good news; «la ausencia de noticias es una buena noticia», que dicen. Pues sabed que mienten como bellacos, al menos en mi caso. Precisamente no escribo porque no me gusta quejarme; la idea de este blog era contar todo lo que hacía y lo bien que me iba a pesar de mi grave lesión medular. Pero parece que desde que salí de Toledo, todos los tuertos de España se han confabulado para mirarme.

 

Los planes no siempre salen bien

Ciertamente, el mes empezó mal. Una señora mayor me arrolló con el coche en un paso de cebra. Sí, no es ninguna broma. Yo salí del brete con una costilla rota. La silla de ruedas apenas sufrió daños, pero mi moto no fue tan afortunada. Fue un buen varapalo, había tardado meses en ponerla a punto y por fin funcionaba bien. La usaba todos los días, me estaba proporcionando una independencia fantástica: iba al cine, a casa de mis amigos, a jugar, al médico, a tiendas…

Otros tiempos con otros protagonistas

El día siguiente falleció mi padre. Llevaba cuatro años como un vegetal y últimamente ni siquiera conseguíamos sacarle la sonrisa ocasional. Solo vivía para sufrir, así que ha sido una liberación; para todos, pero sobre todo para él. Fueron tres días muy intensos —y muy duros, con mi costilla rota—, pero también fue muy reconfortante recibir todo el cariño que mi padre sembró en vida; ¡un primo voló desde la República Dominicana solo para asistir a su funeral! Me quedo con ganas de contaros más sobre mi padre, pero no es el objetivo de este blog. Quizás día otro día.

Los días siguieron pasando entre médicos —seis citas en dos semanas; menos mal que me recomendaron reposo— visitas a tiendas en busca de presupuestos, peleas con el seguro y otras cuestiones médicas. En una de estas citas médicas inútiles (una costilla rota suelda en un mes, ¿qué necesidad hay de revisiones semanales?) olvidé volver a colocar las ruedas antivuelco de la silla después de transportarla en coche y volqué hacia atrás. Me di un buen golpe, e inmediatamente supe que me había hecho algo en el hombro. Sufría unos dolores terribles en la escápula izquierda al hacer fuerza o mover el brazo. En Urgencias no vieron nada: «será el golpe, mucho dolor durante veinticuatro horas y luego empezará a remitir». Yo expresé mis dudas por la intensidad del dolor, pero la médico revisó las radiografías concienzudamente, confirmó el diagnóstico y volví a casa esperanzado. Dolorido, pero muy esperanzado.

No podía estar más equivocado. Tan equivocado como que han pasado cuatro semanas y el dolor sigue ahí, casi como al principio. Apenas puedo mover el brazo. Mi hermano —el traumatólogo— dice que será una fisura o una fractura que no se aprecie bien en la radiografía. «Pero da igual, no te molestes en mirar porque no se puede operar ni hacer nada. Hay que dejar que suelde».

Pues dejaremos que suelde.

 

Y cuando crees haber tocado fondo…

Si ya es jodido (sí, «jodido») vivir moviendo solo los dos brazos, imaginad cómo puede ser la vida con uno. Pues ojalá la cosa se hubiera quedado ahí. Debido al sobresfuerzo, he sufrido roturas fibrilares… en tres músculos del brazo sano. Las roturas eran leves al principio, pero como el brazo es insensible al dolor, no me di cuenta y seguí usándolo y se fueron agravando. Hasta que insensible o no, la avería fue tan seria que empecé a sentir dolor.

Podéis imaginaros el panorama. Sobre la silla apenas aguantaba un ratito y en la cama continuaba el sufrimiento: solo puedo colocarme girado hacia la izquierda, apoyado sobre el hombro y la costilla lesionada. Dolor, dolor y dolor. Y casi lo peor es que me siento como en los primeros momentos de mi lesión medular: dependo de la ayuda para todo, mis amigos tienen que venir a verme…

 

Lo que viene siendo una serie de catastróficas desdichas

 

También hay que ver el lado positivo. Claudia ha estado muy pendiente de mí y tengo unos amigos estupendos, se han tomado la molestia de venir a verme y entre unos y otros, apenas he estado solo. Este verano me he hartado de jugar. A ver, hartarme, no me harto nunca, pero ya me entendéis, ¿verdad?

Y debo hacer un poco de autocrítica. Puede que la culpa de la primera fractura de costilla sea de la conductora, pero yo pude haberla evitado cruzando la calle con más prudencia. Puede que la culpa indirecta de la fisura de la escápula sea del seguro —por no ponerme un transporte adaptado— y del traumatólogo —por ponerme citas inútiles, seguramente para chupar del seguro—, pero también puede evitarla estando más pendiente de que me colocaran las ruedas antivuelco en su sitio. Y lo demás no habría podido evitarlo, pero las consecuencias habrían sido menos graves si hubiera guardado reposo en lugar de esforzarme para seguir viviendo como antes.

Reconozco que me he ganado un buen «facepalm»

Pero yo soy así. Me ha valido para recuperarme mejor y más rápidamente de la lesión medular, ahora no puedo quejarme si me perjudica. Burro para lo bueno y para lo malo. Y lo que es más, justo el mes pasado comentaba lo afortunado que había sido al haber asumido riesgos sin consecuencias negativas. Bueno, pues ya no puedo decirlo. Pero tampoco debo quejarme, porque ya tocaba.

Mientras me despido de vosotros hasta la próxima entrada —que será pronto— comienzo a notar los síntomas de una infección. Estoy tentado de no hacer nada para disfrutar de unos días de atención hospitalaria sin tener que preocuparme de lo demás, pero creo que me arrepentiría al segundo día de reclusión, así que recurriremos a los métodos caseros de guerra antibacteriana que tanta eficacia han demostrado durante los últimos meses.

Al fin y al cabo, si hemos de morir, que sea con las botas puestas.

 

Música: The Unforgiven, de Metallica
Juego: Gùgōng (The Forbidden City), de Andreas Steding

 

¿Habéis visto la serie Years & Years[1]? Narra la vida de una familia inglesa durante 15 años. Pues este mes me he sentido como uno de los protagonistas de esa serie, porque me han sucedido muchas cosas, demasiadas para un solo mes:

  • Ha nacido mi sobrina, Elena
  • ¡Mi moto ya funciona! 
  • Me he examinado para sacar un título oficial de inglés
  • Fui a la celebración del 25º aniversario de mi promoción del colegio
  • He cumplido un año más. Dado mi precario estado de salud, es algo digno de celebración
  • Llegaron los calores veraniegos. ¿Los aguantaré mejor que el año pasado?
  • Voy a asistir a mis primeras jornadas (unas convivencias centradas en los juegos de mesa)
  • Una nueva infección
  • Estoy adiestrando a mi perrita, Sirka.
  • Boliche, otro nuevo animalico, entra en mi vida
  • La relación con mi madre empeora más y más
Mi sobrinita

¡Ya llegó mi sobrinita!

No puedo contaros todo, así que me quedaré con algunas historias, resumiré otras y el resto quizás las cuente algún día.

Por fin nació mi sobrina, el día 28. La madre lo pasó un poco mal, pero las dos ya están bien, con el alta médica. Estamos todos muy ilusionados y yo me he quedado con muchas ganas de verla más, pero sé que todo llegará.

Mi moto por fin funciona a un nivel decente. Antes se desacoplaba cada poco y tuve varios accidentes. Me está dando una libertad tremenda, puedo ir por mi cuenta a casa de mis amigos, al cine… A casi todos los sitios. Ya llevo cerca de 200 km con ella.

¿Recordáis que uno de mis propósitos de este año era obtener un título oficial de inglés? Como me pierdo con toda esa pléyade de títulos de Cambridge, Oxford y demás, me fui a la Escuela Oficial de Idiomas de Valladolid y me apunté al examen para alumnos libres del nivel anterior al más alto, que resultó ser el B2. No quise examinarme del nivel más alto porque me dijeron que preguntaban un montón de chorradas y casos raros; además, los puntos de fonética los tenía perdidos y como soy mayoritariamente autodidacta, no tengo ni idea de mi nivel de inglés oral, pero seguro que no es muy bueno.

Me había propuesto preparar el examen, pero llegó el día D y no le había dedicado ni un minuto. Y para colmo de males, después de tres meses sin infecciones, me toca una justo el día anterior al examen. Decidí aguantar hasta el examen, y al salir directo con la moto a Urgencias, pues la Escuela Oficial de Idiomas me pilla de camino.

Llegué con un buen mareo por la fiebre; tanto que me confundí de aula; menos mal que al ir en silla de ruedas era fácilmente reconocible entre el maremágnum de estudiantes que habían venido a examinarse, y las profesoras me recondujeron al aula correcta. Cuando me dieron el examen, tardé en comprender las preguntas: había varias posibles respuestas, pero todas eran correctas. Había que elegir la más correcta, y eso era cuestión de pequeños matices y algo de subjetividad. El examen duraba cuatro horas, pero yo tenía prisa por ir al hospital, así que lo liquidé en una hora.

A pesar de todos los contratiempos, salí con buena impresión. En la puerta, una profesora se despidió «hasta el jueves». ¿Hasta el jueves? ¡Yo creía que el examen oral era la semana siguiente! En el hospital me iban a ingresar por la infección, me perdería el examen oral. Así que decidí volver a casa y automedicarme con los antibióticos que me habían sobrado de otra infección.

La jugada me salió bien. El jueves ya estaba prácticamente recuperado, aunque de nuevo llegué al examen sin prepararlo. Ya ni recuerdo de qué me hicieron hablar, solo que lo hice con un alumno joven que tenía un acento mucho mejor que el mío. El caso es que cuando llegué a casa y entré en Internet, ya tenía la nota total:

Calificaciones

Las calificaciones de un cagón

 

En definitiva, que fui un cagao. Debí apuntarme al nivel más alto. Pero quedémonos con lo positivo: ¡propósito cumplido!

También os dije que no sabía si ir a la celebración del 25º aniversario de mi promoción del colegio y os revelé mis miedos. Pues al final acudí. Y fue un gran acierto. Todos mis temores fueron infundados. Mis ex-compañeros trataron el tema de mi lesión con mucha delicadeza, incluso con cariño y me sentí fenomenal. ¡Se nota que fueron a un colegio de pago!

Promoción de 1994

Promoción de mi colegio, 25 años después

En serio, es un grupo en el que hay muy buena gente. Yo me llevaba bien con casi todos mis compañeros, pero siempre hay algunos con los que has conectado más y por avatares de la vida, pierdes el contacto con ellos. Aunque hubo notables ausencias, me hizo mucha ilusión volverlos a ver, me alegró mucho saber que les va bien en la vida. Lo peor fueron los lugares, de lo menos accesible de Valladolid. Pero con la ayuda que me prestaron, conseguí aguantar hasta pasadas las 0:00. ¡Más de 14 horas seguidas sobre la silla! Si se enteran en Toledo, me quitan el carnet de tetrapléjico[2].

Sección sobre mi estado de saludEl mes pasado anunciaba la llegada de los calores y me preguntaba si reaccionaría a ellos igual de mal que el año pasado. Pues ya tengo la respuesta: sí. Ya he tenido fiebres altas que han reproducido los problemas del año pasado, así que Carlos ya me ha comprado un aire acondicionado portátil para Viana, y quizás también para Valladolid.

Sección dedicada a acontecimientos extraordinariosAhora estoy en medio de un viaje a Madrid que llevaba ya mucho tiempo dilatando por mis dolores y demás problemas. Voy a una consulta privada con un especialista en dolores, y ya he aprovechado para cumplir una promesa de visita que hice a un amigo de Toledo, que me ha acogido en su casa, y para asistir a las CLBSK, unas convivencias lúdicas de las que ya hablé el año pasado, pero finalmente no pude ir porque se celebraban en un recinto que era todo escaleras. Va a ser mi primera gran aventura fuera de casa. Espero no tener que volverme antes de tiempo con el rabo entre las piernas.

De esta y otras cosas hablaré el mes que viene. Os anticipo que viene cargadito.

 

[1]Serie que os recomiendo a todos. En solo 5 capítulos es capaz de definir a sus personajes con trazos firmes y precisos, con sus virtudes y defectos, sin por ello descuidar el desarrollo de una historia que pinta un futuro plausible y atrapa de principio a fin con su ritmo trepidante.

[2]Sé que estoy jugando con fuego. Y el que juega con fuego se quema. Sé que el día que me toque pagar estos excesos con la temible escara o lo que sea será un putadón tremendo. Espero que cuando llegue sea capaz de recordar lo mucho que he disfrutado las veces que he corrido todos estos riesgos y me he salido de rositas. No sé mañana, pero hoy prefiero morir intentándolo que vivir sin haberlo intentado.

 

 

El calor
Música: Flight Of Icarus, de Iron Maiden
Juego: 504, de Friedemann Friese

 

Hace tiempo que no hablo sobre mí…Sección sobre mi estado de salud

En lo relativo a la salud, este año está siendo casi idéntico al anterior. Es una mala noticia, pero no puedo decir que no lo esperara, ya que desde hace tiempo, todo lo relativo a mi salud sale mal. Al acercarse el verano, salgo del ciclo de infecciones y aumentan mis dolores. Y el problema del calor.

El calor

El calor, enemigo implacable

El verano pasado sufrí una desagradable sorpresa: no soporto el calor. Ya no sudo, mi cuerpo no regula bien la temperatura, así que funciono como un acumulador de calor: si me da el sol, acaba entrándome fiebre, me mareo mucho y me entran los siete males. Lo malo es que también me pasa con el calor ambiental, y los días de mucho calor me sucede lo mismo sin salir siquiera de la cama. El verano pasado fue poco caluroso; veremos cómo viene este y qué tal lo soporto.

Al no tener coche ni carnet de conducir, el verano estaré aislado en Viana de Cega. No puedo subir al autobús con la silla y el año pasado moví Roma con Santiago para intentar conseguir el servicio Atendo en la estación de tren de Viana, pero no lo logré; este año lo están intentando desde el PIRI, y si no lo consiguen, tampoco tendré tren. No me preocupa, porque en Viana tengo familia y muchos y buenos amigos, está cerca de Valladolid y recibiré alguna visita. Además, tengo muchas cosas pendientes que puedo hacer. La silla eléctrica que usé el verano pasado no estará disponible. A ver qué tal me apaño con la moto.

Sección dedicada al trabajo

Como ya sabéis, yo era (soy) traductor especializado en videojuegos. Tuve suerte y me fue muy bien, y en este sector, los veranos son terribles, porque todas las empresas quieren publicar varios juegos en Navidad, que es cuando más se vende. Y todos esos juegos hay que traducirlos en verano, así que las empresas de localización de videojuegos tienen problemas para encontrar traductores fiables. Hace tiempo, decidí quedarme con un único cliente, por diversas circunstancias. Durante estos dos últimos años, se ha portado bien y me ha venido recordando que sigue contando conmigo. Yo ya he dicho que veo imposible volver a trabajar, tardo más en hacer las cosas y no tengo ocho horas diarias disponibles que dedicar a la actividad laboral. Pero sí me gustaría hacer algo. Todavía no tengo mi vida organizada —ni la tendré hasta que recupere mi casa— y no sé de cuántas horas dispondré para trabajar, pero este verano me gustaría echar una mano a mi cliente. Para ello, debería aclarar mi situación legal, porque hoy por hoy, si trabajo me quitan mi pensión para siempre. Y es absurdo, porque la actividad que voy a poder realizar apenas me va a producir dinero. Otro «veremos». 

Este mes los antiguos compañeros del colegio han organizado una reunión, 25 años después de nuestra graduación. No sabía si ir. La comida se celebra en el sitio menos accesible que hay en Valladolid y lo que han preparado para después, también; no quiero «validar» locales con tan poca accesibilidad asistiendo. Casi ninguno de los compañeros con los que mejor me llevo va a ir. Sí tengo ganas de ver a todos aquellos con los que perdí el contacto, pero no me apetece nada andar contando la historia de mi lesión una y otra vez. Además, me coincide con el curso de adiestramiento de Sirka al que me he apuntado. El dueño del local ha sido muy amable conmigo prometiendo ayuda e invitándome a asistir gratis. No sé qué hacer. 

La otra silla eléctrica

Un modelo de silla eléctrica ligeramente anterior a la mía

He aceptado bien otras limitaciones más y menos importantes, pero no estoy llevando muy bien lo de los viajes. Ya comenté aquí, pese a los ánimos que me dabais, que debía resignarme a no viajar. El caso es que cuando me entero de que alguien ha viajado, me entra un pequeño desazón. Nadie me lo ha ofrecido y aunque hubiera recibido una invitación, la habría rechazado. Pero aunque deje de hacerlo, viajar seguirá siendo una de mis pasiones y quiero acostumbrarme a mi nueva situación, porque me gusta mucho que me manden fotos y me cuenten las cosas que han visto; para mí es una forma de viajar sin desplazarme físicamente. 

Sección sobre las obras de adaptación de mi casa

Por último, tengo que hablar de mi casa. Era el pilar de mi recuperación, había de ser la confirmación de mi independencia. Pero todavía sigue en obras. Ya no aspiro a ir antes de la vuelta del verano, pero no quiero esperar más. No soporto seguir viviendo en casa de mi madre; quizás otro día hable de eso. También me ha entrado el miedo. A día de hoy, Claudia me ayuda en muchas cosas, la mayoría de las cuales tendré que hacer yo si quiero ser independiente. ¿Seré capaz? El problema no es hacerlas un día: sé que eso puedo; el problema es hacerlas todos los días del resto de mi vida. ¿Y cuando me haga mayor y pierda facultades? Prefiero no seguir por ese camino, prefiero no pensar en el futuro. Es mejor vivir el presente. Pero tampoco es fácil alejar esas ideas mi cabeza.

Música: Time, de Pink Floyd
Juego: T.I.M.E. Stories, de Peggy Chassenet, Manuel Rozoy

 

El tiempo pasa inexorablemente. Todos tenemos fecha de caducidad y por tanto, nuestro tiempo es un recurso escaso. Podríamos decir que es la única divisa universal, más importante y capaz de valorar más cosas que el dinero. De jóvenes, invertimos nuestro tiempo en formarnos para poder invertir nuestro tiempo de adultos en trabajar, y así disponer de tiempo libre y otros recursos para disfrutar.

Un padre que juega con su hijo le regala lo más valioso que tiene: su tiempo.

¿Pero cuál es el fin último de nuestra existencia? ¿A qué deberíamos dedicar nuestro tiempo? Hay muchas corrientes filosóficas y religiones que —a lo largo de la historia— han respondido a esta pregunta: la supervivencia, la procreación, la prosperidad, la evolución de la especie… La sociedad capitalista en la que vivimos nos invita a la acumulación de riqueza y recursos, a considerar que tenemos una deuda con nuestra patria o con la humanidad. Yo creo que el fin último de nuestra existencia es la felicidad personal y procuro actuar consecuentemente; evidentemente, no siempre lo consigo. Esto puede sonar muy egoísta, pero muchas veces la felicidad personal pasa por la felicidad ajena, porque, por lo menos a mí, ver felices a los demás me hace feliz.

Por supuesto, la felicidad no es el único motivador. A veces también actuamos movidos por el sentido del deber. Y en esto cada uno tiene su propia agenda. Pero no pretendo liarme con filosofía barata.

Como he sido autónomo desde que empecé a trabajar, aprendí hace mucho a valorar todo en función del tiempo que me ocupa. Puede parecer muy agobiante, y de hecho para mí lo fue; estirar el tiempo se convirtió en una obsesión y creo que todo ello contribuyó a formar mi carácter nervioso y propenso a la ansiedad. Gracias a la lesión he aprendido a ser feliz de muchas otras formas y eso ha aportado tranquilidad a mi vida.

Giratiempos

Lo que daría por tener un chisme de estos para prolongar mis días como hacía Hermione Granger

Con todo, no puedo afirmar que he superado aquella etapa. No termino de acostumbrarme a los nuevos tiempos. Un 95% de las cosas me llevan más —o mucho más— tiempo que antes de la lesión y no logro adaptarme. Soy demasiado ambicioso, pretendo seguir haciendo las mismas cosas que antes, pero no lo consigo. Ni siquiera obviando el trabajo. Si os paráis a pensarlo, es una barbaridad: tengo una media de seis horas de vigilia al día más que antes, pero hago menos, mucho menos.

Según las leyes básicas de la economía, cuanto más escaso es un recurso, mayor es su precio. Mi esperanza de vida es menor y mis días dan para menos, así que ahora mi tiempo es mucho más valioso. Debo aprovecharlo mejor. Debo abandonar las cosas que menos me aportan para centrarme en las otras. No se trata de la cantidad, sino de la calidad. Fácil de decir, difícil de hacer. Sobe todo porque sigo con la intención de dedicar un par de horillas al día a trabajar.

Me temo que eso también afecta a este blog. Ya dije hace tiempo que cada vez habría menos cosas que contar y no quiero que se reduzca a informar de mi estado de salud. Así que con la intención de centrarme en lo importante y dotarle de una periodicidad que todo blog agradece, procuraré escribir una entrada el primer domingo de cada mes.Sección sobre mi estado de salud

Ya ha terminado el semestre frío y ha sido decepcionantemente similar al pasado: muchas infecciones y dolores. Empieza el buen tiempo y aunque sigo igual o peor de los dolores, las infecciones me han concedido una tregua. ¿Será por el tiempo o por los buenos consejos que me dio una amiga? Cuando lleguen los calores, veremos si llegan acompañados de las fiebres y los mareos del año pasado. Estoy deseando comprobarlo.

¡¡Feliz día dela madre!!

 

Música: Remember Tomorrow, de Iron Maiden
Juego: The Mind, de Wolfgang Warsch

«Paren el mundo, que me apeo»
                          Groucho Marx

 

Hace un mes que no escribo. Y este marzo se han cumplido dos años de mi lesión medular. Recuerdo que el año pasado celebré el aniversario del evento y amenacé con repetirlo en posteriores ocasiones, pero este año no me he encontrado de humor. No me voy a extender mucho porque odio el drama, pero sí debo dar cuenta de ello, tal como me comprometí a hacer.

Porque no todo son logros y sonrisas.

Sección sobre mi estado de saludLlevo una mala racha de salud. A los perennes dolores lumbares hay que sumar una nefasta racha de infecciones. Por «mala racha» me refiero exactamente a cuatro infecciones en los dos últimos meses. Es decir, que me he pasado más tiempo infectado que sano. Durante las últimas dos, ni siquiera consulté al médico ni acudí a urgencias: sabía que de hacerlo acabaría ingresado. Y estoy HARTO de los hospitales y la mala gestión que se ha hecho de mis enfermedades. Me la jugué auto-recetándome un tratamiento con los antibióticos que me habían sobrado de otras infecciones, con la esperanza de que fueran efectivos contra las desconocidas bacterias que intentaban aprovecharse de mi organismo.

Y funcionó. Aunque esquivé el hospital, no me libré de sufrir los efectos de la infección y los antibióticos en casa. Pero lo peor está siendo el descubrir que la «abundancia» de infecciones del año pasado no fue algo excepcional; parece que va ser la tónica habitual de lo que me queda de vida. Mi médico de Toledo ya me advirtió que con una lesión tan alta como la mía, iba a tener problemas de salud de muchos tipos. Entonces me estaba recuperando y me encontraba perfectamente, así que no le di mucho crédito. Estos dos años he comprobado que es verdad. 

Lo mismo puedo decir de los intensos dolores que sufro casi en todo momento. Esta última semana se han recrudecido y he tenido que retomar el consumo de marihuana medicinal. 

Hay dolor

En algo, sin embargo, he tenido suerte. Al salir de visitar a mi padre en el hospital, tuve un accidente con mi moto. Ya entraré en detalles otro día; baste decir que, milagrosamente, no he sufrido secuelas de importancia. Mi moto no fue tan afortunada como yo. Está de vuelta en el taller, y esta vez no va a ser cosa de una semana. 

¿Mi padre en el hospital? Pues sí, él tampoco se ha librado de las malditas bacterias. Desde que tuve la lesión medular, verle me resulta cada vez más doloroso. Lo he pensado mucho, pero no sé a qué se debe: ¿a que ahora sé mejor lo que sufre mi padre en su estado? ¿A que odio que me vea en silla de ruedas?

Y a nivel moral, reconozco que ando tocado. Ninguno de mis proyectos termina de cuajar; ni siquiera los que tenía al salir de Toledo. Sigo sin carnet de conducir, sin vivir en mi casa, sin trabajar, el tema de la moto no termina de arrancar, sigo sin asistir a fisioterapia con regularidad… Solo la silla de ruedas me ha salido bien. Y los nuevos proyectos van por el mismo camino: la impresora 3D está montada, pero sin calibrar, este blog no termina de ser como quiero, aquel famoso decálogo, los proyectos para el 2019, etc.

Hace tiempo me propuse guardar unas horas para hacer cosas que me gustan, todos los días. Ha sido un gran acierto. Cuando estoy con gente me olvido de todo y disfruto. Lo demás supongo que se me pasará en cuanto me encuentre un poco mejor. He postergado algunas charlas con amigos. Espero que me perdonéis, cuando estoy así no me gusta hablar con nadie, no me gusta quejarme ni transmitir mi tristeza. 

¿Será que me meto en demasiados fregados? Quien mucho abarca, poco aprieta. Siempre he sido una persona activa y es posible que no esté sabiendo adaptarme a las limitaciones que entraña mi discapacidad. No me rindo fácilmente y no pienso renunciar a nada, al menos de momento. Voy a esperar hasta estar instalado en mi casa y que se normalice mi vida.

Cuentas de febrero

Otro mes en números rojos

Voy con los gastos de febrero, que llevo bastante retraso. En verde oscuro están los gastos únicos necesarios que no se repetirán. En verde claro los gastos necesarios o inevitables. Los gastos «comprensibles» están en naranja. Y en rojo los gastos de los que podía haber prescindido. Es bastante dinero, pero más de la mitad son gastos que no deberían repetirse en meses posteriores. Si se mantiene este nivel de gastos innecesarios empezaré a preocuparme. 

Además, hay que notar que tengo unos gastos fijos considerables (y este mes, por ejemplo, no compré medicinas), que un volumen no desdeñable de ellos descenderán cuando me «re-independice» (quizás aparezca algún otro) y que los gastos comprensibles (ocio «admisible») son bastante bajos.

A modo de conclusión, cuando mi situación se normalice, si no surge nada más, creo que podré apañarme con mi pensión. Lo confirmaremos en los próximos meses.,