La ansiedad 2

 

Hoy quiero hablaros de un momento de mi vida que podría ser tan importante como el de la propia lesión medular.

 

Hace poco, tuve una revisión en el Hospital de Parapléjicos de Toledo. Fue algo repentino, casi de un día para otro; se produjo una baja de última hora y me eligieron para suplirla porque tenía activados los protocolos sanitarios de transferencia entre comunidades autónomas. Al principio pensé que la seriedad con la que la doctora asumió mi proceso de revisión se debía a que se interesaba por mis dolores. Pero no era así.

Los resultados de la revisión fueron devastadores: he perdido un riñón y mi osteoporosis ha degenerado tanto que «es fácil que me rompa algo si me caigo de la silla». Y todavía no he visto el informe completo. Esto se une a lo que deduzco de mi experiencia vital: mi sistema digestivo cada vez funciona peor, cada vez puedo comer menos cosas y cada vez son más las comidas que me sientan mal; la circulación sanguínea también empeora: los pies se me hinchan más por falta de retorno sanguíneo. Cada vez me mareo más, siento más dolor y me encuentro peor. Podría seguir con esta lista de síntomas, pero hoy no quiero hablar de eso. Son un conjunto de hechos y de sensaciones. Hay cosas que progresivamente voy dejando de poder hacer: encargarme de la perra que adopté, ir a pasar el día —o simplemente la tarde— a casa de mis amigos, soportar temperaturas cada vez menos extremas…

No hace falta ser médico para unir la línea de puntos: todo en mi cuerpo se está estropeando. Me estoy muriendo. No quiero ser dramático, no digo que vaya a suceder mañana. No parece lo más probable, pero quizás esta degeneración biológica se detenga y acabe viviendo muchos años. Sea como sea, es tema para otro día.

Hoy quiero hablar de lo que encontré cuando regresé a Valladolid: soledad. Muy pocas personas se interesaron por los resultados de mi revisión. En un momento clave de mi vida, me sentí solo y falto de cariño. Me llevé un buen batacazo emocional.

 

 

Yo soy el principal culpable de esta situación. Apenas hablo de mi vida y de mis problemas con la gente, soy yo quien ha querido esta vida tan independiente y solitaria. Por eso soy yo quien debe buscar un remedio. Ojo, «principal» culpable no significa «único». Pero no quiero perder tiempo ni energías con cosas que no dependen de mí.

Esta circunstancia ha concurrido en el tiempo con otra noticia terrible: por desencuentros con mi hermano, Claudia ha dejado de encargarse de mi madre.

Además de ocuparse de mi madre durante más de cuatro años —algo que le agradeceré eternamente y que como casi todos sabemos, no es fácil—, ha sacado tiempo para ayudarme de vez en cuando, se ha encargado de mi perra cuando yo dejé de poder hacerlo y se ha convertido en mi mayor apoyo moral. Es la persona que más sabe acerca de mis problemas y limitaciones, y es la única que todos los días me pregunta cómo estoy.

Sé que no va a dejar de ser un pilar para mí, que seguirá estando presente en mi vida y yo en la suya. Pero es inevitable que me apene mucho que deje de ocuparse de mi madre, y las cosas no van a ser como antes. Pero oye, quizás las cosas acaben siendo mejor que antes. O quizás incluso sí vuelvan a ser como antes. Y también me alegra que mi amiga haya sido capaz de dar otro importante paso adelante en su vida, de arriesgarse en busca de la felicidad, para dejar atrás los problemas. Creo que llevaba tiempo queriendo dar este paso y sospecho que estaba aguantando por mí.

Como es un tema del que ni soy la causa, ni he participado más que para intentar encontrar una solución, no voy a decir mucho más.

Inmigrar no es fácil. No quiero caer en los tópicos de «aceptar los trabajos que los nacionales no quieren». No, dejar tu familia, tus amigos, tu vida atrás en pos de una promesa que puede o no cumplirse no es nada fácil. Hay que ser valiente, pero valiente de cojones.

Tábula rasa

 

Del mismo modo, tampoco es fácil renunciar a los apoyos que tienes —aunque estos funcionen mal o no funcionen— y apostar por otros nuevos. Y me refiero tanto a apoyos físicos como morales. No es fácil tirarse al vacío. Pero lo voy a hacer. Lo quiero hacer.

No quiero que nadie se sienta obligado por parentesco, amistad o favores previos. Quiero que quien esté conmigo lo haga porque desee compartir su felicidad y que le haga partícipe de la mía. Quiero que quien me ayude a dar un paso en la vida sea porque lo sienta.

Y si alguien no quiere o tiene otras cosas más importantes a las que dedicarse, no hay problema. Quizás cambie de opinión más tarde. Y si no lo hace, tampoco pasa nada; no voy a dedicar tiempo ni energías a enfadarme con nadie.

He estado invirtiendo mucho tiempo y energías en propósitos y personas equivocadas. Por eso mi vida no avanza. Por eso no he tenido tiempo para otros propósitos y personas que realmente merecen la pena. Por eso mi casa está paralizada. Por eso ni siquiera yo me estoy cuidando.

Y aunque esté jubilado y parezca extraño, el tiempo de que dispongo es más escaso ahora que cuando trabajaba. No ando sobrado ni de tiempo ni de energías; más vale que los invierta bien. Esta es la primera de una serie de determinaciones que he tomado que espero supongan un importante cambio en mi vida, para bien.

Nos hemos estado excusando con la pandemia, que es verdad que nos ha aislado, a unos más que otros, y lo peor de todo es que ha durado tanto que nos hemos acostumbrado a esa nueva vida. Voy a hacer lo posible por pasar más tiempo con la gente importante, con los que que se preocupan por mí.

También quiero ser más comunicativo, no callarme las cosas cuando me preguntan. No sé cómo lo haré, porque no me gusta nada dar malas noticias ni «quejarme» de mis historias personales, pero creo que la gente que se preocupa por mí merece saber cómo estoy.

Y algunas cosas más, en las que de momento no voy a entrar para no extenderme demasiado. Sé que hacer todo esto no va a ser fácil. Identificar el problema y plantear una posible solución solo es el primer paso. Un cambio tan profundo cuesta mucho, así que ya os iré contando cómo me va. De momento os avanzo que los primeros resultados son mejores de lo que ni siquiera podía pensar.

 

 

Sol

Vuelvo a la carga. Los que sigáis por aquí, ya sabéis que si no escribo suele ser porque las cosas no van bien. He reescrito esta entrada unas 20 veces y sigo sin estar convencido de publicarla. Al final me he decido a hacerlo porque me parece interesante que veáis hasta qué punto puede afectarnos vivir en un entorno hostil.

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Desde que me volvieron a atropellar a principios de años, pasé unos meses muy malos, con muchísimos dolores. Una tercera parte de los días no podía ni levantarme de la cama. Así que aunque el calor me sienta mal, esperaba con ganas que la llegada del buen tiempo viniera acompañada de una mejoría. Ya sabéis que paso la época estival en un chalet viejo que compraron mis padres, fuera de Valladolid, porque mi cuerpo no soporta los calores de la ciudad: no regula bien la temperatura, no sudo, y si me pongo bajo el sol, la fiebre y los desvanecimientos no tardan en hacer acto de presencia. Gracias al método ensayo y error, durante mis dos primeros veranos comprobé que mi cuerpo no admite más de 27-28 ºC, así que este año fui previsor, llené el chalet de termómetros y en ese sentido no he tenido mayores problemas que el tener que quedarme dentro de casa todo el día, con la excepción de pequeños pero felices excesos breves con ocasión de las visitas de mi sobrina.

 

Sol

Lo que veo cada vez que salgo de casa

 

Mi hermano Carlos hizo un considerable esfuerzo para adaptar el exterior del chalet de mis padres para hacerlo accesible, pero el interior —que es donde he pasado el 99% del tiempo— sigue casi igual, así que he notado una gran diferencia respecto a mi casa. Además, por motivos que no vienen al caso, me han relegado a una habitación más pequeña y mi ordenador se trasladó a otra habitación aún más pequeña, así que prácticamente he pasado tres meses en 20 metros cuadrados. Ambas habitaciones están justo frente a la de mi madre, que debido a su estado no deja de incordiar día y noche.

Mi hermano teletrabajó desde el chalet durante todo el verano, la mitad del tiempo hablando a voces por el teléfono. Otra manía suya que me resulta bastante molesta es la de ponerse a hacer diversas cosas, dejarlas a medias durante semanas y abandonar los trastos en medio. Si no tengo mucho dolores, tampoco es que me suponga un esfuerzo extraordinario apartarlos, pero me cuesta mucho más que a una persona normal y no puedo recogerlos, solo moverlos, así que siguen siendo una molestia y me limitan aún más el acceso a determinados lugares.

La paciencia que adquirí durante la convalecencia inicial me ha venido muy bien. Sé que no lo hace con mala intención, pero los que lo conocéis sabéis que es muy autoritario y no admite opiniones distintas a la suya. Este año no he querido discutir con él porque sé que también llevaba una carga importante encima; además, solo suele servir para cabrearme, me caliento enseguida y acabo diciendo cosas que en realidad no pienso. También soy consciente de que el chalet no está solo para mi disfrute. Son circunstancias que en una situación normal no habrían supuesto un gran problema, pero la acumulación de todos estos factores a lo largo de tres meses, sumada a mis limitaciones físicas y dolores, todo lo que arrastra la pandemia y otras circunstancias de mayor o menor importancia, me acabó desquiciando.

Recordaréis que uno de mis salvavidas durante la pandemia habían sido los juegos de tablero a distancia. También lo fueron durante la primera mitad del verano, pero entre el hastío derivado de mi situación y que mis compañeros de juego fueron encontrando otras ocupaciones veraniegas, acabé dejándolo. Sin posibilidad de leer, ver la tele o recurrir a otras opciones de ocio, mi situación no hizo sino empeorar.

 

Tabletop Simulator

Gloomhaven en línea, un juego de mesa muy popular

 

He procurado —y creo que conseguido, salvo con mi hermano en alguna ocasión— no pagarlo con los demás. Sin embargo, llegado un punto, todo esto terminó de superarme y, ya al borde del colapso mental, pedí a unos amigos que me llevaran de vuelta a Valladolid en cuanto el calor empezó a ceder un poco. Soy consciente de que en vez de resolver mis problemas, huí de ellos. Pero mis intentos de resolverlos acabaron en broncas, así que la huida supuso un gran alivio inmediato y necesario. Sin duda, ha sido el peor verano de mi vida, superando incluso al que pasé en el Hospital de Parapléjicos de Toledo después de la lesión medular. Ya veremos qué pasa el próximo, pero de momento prefiero dejar atrás ese capítulo de mi vida.

Marihuana medicinal

Ya sabéis que cuando no escribo suele ser porque las cosas no están muy bien. No es nada grave, pero entre todo, me encuentro un poco bajo de moral y no quiero reflejarlo aquí.

Afortunadamente, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha salido al quite para echarme una mano. Os dejo directamente con sus declaraciones y luego las comento, porque es un tema que me toca MUY de cerca:

 

 

Antes de nada, hay que acotar qué entendemos por droga: en este caso, parece referirse a sustancias que generan dependencia o adición. Y lo primero que debo decir es que esta señorita no se ha informado bien y desconoce que YA hay marihuana medicinal legal España, como el Sativex que tomo yo. Y por cierto, llevo más de tres años tomándolo y todavía no soy adicto: lo dejo durante temporadas, cuando estoy mejor, y no sufro ningún tipo de síndrome de dependencia, que como ex-fumador conozco bien.

La principal crítica que se le hace en las redes sociales es por la famosa cerveza en la plaza de Madrid que tanta repercusión tuvo durante las recientes elecciones autonómicas. Ciertamente, eso de «alcohol sí, marihuana no» es un contrasentido: son sustancias con similar potencial de adicción y el alcohol carece de los efectos medicinales de la marihuana. Es tan evidente que no voy a profundizar en ello.

 

 

«La medicina madrileña y española […] ya tienen sus cauces para que se pueda tratar a los pacientes con total normalidad intentando con el menor sufrimiento…»

Yo soy la prueba viviente de que eso es falso. De todos los tratamientos y medicamentos que he tomado, el Sativex es el que mejor me funciona.

«Es un flaco favor a la sociedad madrileña decir que las drogas vengan a sustituir nada».

Precisamente no vienen a sustituir nada, vienen a cubrir un hueco, un vacío. O en el peor de los casos, es una alternativa más para los médicos. Pero es que no es menos «droga» que los opiáceos que también estoy tomando. O que otros miles de medicamentos químicos —menos naturales— que se dispendian a diario, como los ansiolíticos, que cada vez se recetan más y pueden generar dependencia en apenas dos o tres semanas. ¿Acaso esos ansiolíticos son menos droga que el cannabis?

[…] las drogas son una condena que quitan la libertad al individuo, le quitan autonomía y son absolutamente perjudiciales […]. Me parece que es el mayor lastre que tiene una persona, el ser dependiente de ningún tipo de sustancia.

En esto estoy casi completamente de acuerdo con ella. Las drogas no son buenas y aunque no son absolutamente perjudiciales (si son medicamentos es que tienen algunos efectos buenos), depender de ellas es una putada, con todas las letras. Pero creo que peor lastre y aún mayor putada es tener que depender de ellas y no poder hacerlo porque unos políticos ignorantes las han prohibido. Porque, señora Ayuso, no hablamos de un uso recreativo, estamos hablando de un uso terapéutico, una medicina para tratar patologías, como tantas otras que cubre la seguridad social. Algunas personas las necesitamos PARA VIVIR EN UNAS CONDICIONES MÍNIMAMENTE DIGNAS.

Mucha gente confunde esto con la legalización de la marihuana en general. Muchos creen que se trata de permitir los porros. No es así. Se quiere permitir el cultivo controlado de marihuana, que será tratada también de una forma controlada, distribuida y vendida en las mismas condiciones y con los mismos (o mayores) controles que otros medicamentos, bajo receta médica e inspección sanitaria.

Marihuana medicinal

Estamos hablando de una medicina, no de fumar porros.

No hay que olvidar que muy recientemente Ayuso obtuvo la reelección con una campaña basada en la «Libertad (o comunismo)». Libertad, pero empieza prohibiendo. ¿No debería tener yo la libertad de poder consumir o no ese medicamento (siempre que me lo pauten)? Al final, mucha libertad, pero no a la marihuana medicinal, no al aborto, no a la eutanasia, no al matrimonio gay, no al divorcio… Que yo entiendo que son temas controvertidos y cada uno —por motivos religiosos o de cualquier otro tipo— tendremos nuestra opinión (que yo no critico), pero no me digas que defiendes las libertades si luego no haces más que prohibir y prohibir.

La marihuana medicinal ya está aprobada en varios países y los resultados siempre han sido positivos. No solo se están beneficiando de sus usos terapéuticos, están controlando su producción, distribución y venta, no hay delincuentes haciendo fortunas a su costa y el producto es más sano, mucho más barato (hoy cuesta 510€ el lote de 3 botecitos de 10 ml) y de mejor calidad. Todo positivo. No entiendo por qué no se quiere aprobar aquí: quizás porque es el mensaje fácil y electoralista, porque cuesta menos que explicar al votante en qué consiste exactamente. Y llegado este punto, toca arrojar la piedra al tejado del PSOE y Unidas Podemos, que son quienes gobiernan actualmente y tienen la capacidad de legalizarlo, ya que está claro que el PP no lo hará en próximos gobiernos.

Personalmente, apenas he fumado marihuana muy ocasionalmente y no me apasiona para nada. Tampoco me hacen ninguna gracia los mareos que a veces me pillo con el Sativex: más de una vez he estado a punto de caerme de la silla. Pero los dolores me están arruinando la vida,  son la peor de las consecuencias de la lesión medular, con diferencia; así que si me los alivia aunque sea un poco, bienvenida sea la marihuana, los mareos y lo que haga falta. Además, creo que es algo que va a terminar legalizándose, tarde o temprano, cuando el coste político sea menor y por algún partido de izquierdas que exhiba un poco de valor. Aunque este tipo de declaraciones no hacen sino alejar ese día, poniendo a la sociedad en contra. Cuanto antes se haga, antes dispondré de más opciones con las que probar y posiblemente vivir con menos dolor.

Termino con una encuesta para satisfacer mi curiosidad. Podéis votar lo que queráis libremente y de forma anónima. Eso sí, si estuvierais en mi pellejo, os garantizo que no miraríais más allá de la primera opción.

 

¿Legalizarías el uso terapéutico de la marihuana?

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Pandemic Iberia
El amor se hace más grande y noble en la calamidad
‘El amor en los tiempos del cólera’, de Gabriel García Márquez

 

Hace un mes jugué mi primera partida a un juego en una mesa en… más de año.

La lesión medular me robó muchas de mis aficiones, pero respetó la mayor: los juegos de mesa. Mejor o peor, todavía puedo seguir moviendo las piezas, pues casi todo el trabajo lo hace la cabeza. Sin embargo, llegó la pandemia para arrebatármelos.

Ya he comentado que con un 30% de la capacidad respiratoria, cualquier enfermedad pulmonar puede ser mortal para mí. La covid no es ninguna broma y no pude permitirme el lujo de hacer excepciones o tener momentos de relajación. Mi aislamiento ha sido mucho más severo que el de cualquiera de vosotros. Los juegos de mesa fueron los primeros en caer.

Pandemic Iberia

Pandemic Iberia, el juego de mesa

Pero tras sufrir una grave lesión medular que me cambió la vida por completo, logré adaptarme y volver a ser feliz, así que no iba a permitir que un nuevo contratiempo me arruinase la vida. Según las premisas del capitalismo liberalista, la economía y sus agentes se reajustan ante una crisis hasta recuperar una situación de equilibrio; «a grandes males, grandes remedios». Esa es exactamente la idea. Pero vistas la gravedad, frecuencia y duración de las recientes crisis, mi «reajuste» debía ser más eficaz que el de nuestro sistema económico.

Antes de continuar, soy consciente de que el ocio y las aficiones pueden parecer triviales ante lo que sufren algunos por la covid. Espero que nadie se moleste, pero pido disculpas si ofendo a alguien. La salud mental también es importante. Yo necesito motivaciones para seguir adelante con mi vida, para salir del patrón de dolores continuos y limitaciones que conforman mi día a día. Tengo más aficiones y otras motivaciones, pero hoy voy a hablar de este por lo importante que ha sido y sigue siendo para mí.

Volviendo al tema: la solución a la reclusión a la que muchos han recurrido han sido los videojuegos —a los que yo nunca he sido un gran aficionado y a los que las manos que me ha dejado la lesión medular me impiden jugar— y la televisión: yo llevo una docena de años sin antena, y en general apenas veía la tele. La lesión medular cambió eso: al tener que pasar mucho tiempo en cama, los contenidos bajo demanda —series y películas— pasaron a amenizar dichos descansos. Pero ni siquiera me planteo ver la televisión cuando estoy levantado. Necesitaba otra cosa.

Partida al Maracaibo

Surcando las aguas del Caribe virtual

Al poco de declararse la pandemia, encontré un programilla llamado Tabletop Simulator que un amigo me regaló hace años y no había usado desde entonces. Se trata de un entorno 3D en el que se pueden cargar módulos con las piezas de diversos juegos de tablero. Así, cada jugador se conecta desde su casa y juegan juntos mientras charlan tranquilamente. Pero no todo era de color de rosa: me cuesta mucho manejar el ratón y hacer movimientos precisos —el botón derecho no puedo ni pulsarlo—, y la gran mayoría de mis amigos ni siquiera probaron el programa, «porque jugar online no es lo mismo». Es evidente que no es lo mismo: las sensaciones no son iguales, se pierde parte del factor social. Pero estamos en medio de una pandemia global, no se puede seguir con la vida como si nada.

Los comienzos fueron duros, pero una vez adquirí fluidez con su manejo, se desveló como la solución ideal a mi problema. Y también tiene sus ventajas: permite probar juegos nuevos antes de comprarlos y es más fácil quedar con alguien online que físicamente.

Y, por supuesto, me ha permitido conocer a gente nueva. Gente estupenda que seguramente nunca llegue a leer esto. Nunca se sabe hasta dónde puede llegar esta amistad. Durante los primeros años de la comercialización de Internet, cuando empezaba a llegar a algunos hogares, conocí a otros aficionados a los juegos de rol. Con algunos de ellos trabé una amistad muy estrecha, y aún a día de hoy —más de veinte años después— seguimos en contacto casi diario gracias a las nuevas tecnologías y hacemos lo posible por reunirnos todos los años, a pesar de vivir ya no en diferentes provincias, sino en diferentes países.

Partidas mayo

Partidas a juegos de mesa de mayo; el 99% jugadas online. Haz clic para ver la imagen en grande.

Hay otras formas de jugar a juegos de mesa online, pero ninguna recrea la experiencia tan bien como Tabletop Simulator. Puede que solo me haya ocupado una hora diaria, pero me ha permitido mantener un contacto regular con la gente. Ha sido mi vínculo con el exterior de la burbuja en la que he vivido este año y medio. Por eso quiero dar las gracias de corazón a todos los que habéis compartido conmigo algunos de estos momentos. Si alguna vez llegáis a leer esto, sabréis lo importantes que habéis sido para mí.

 

 

 

 

 

 

 

Marie Kondo y los juegos de mesa

Es ley de vida. La naturaleza está en constante renovación. Nos pasa a nosotros, los seres humanos, a los animales, a las plantas, e incluso a la orografía. Las únicas excepciones que se me ocurren son Jordi Hurtado y —en menor medida— la reina de Inglaterra.

El Hombre Eterno

Jordi Hurtado a través de los tiempos

Y también sucede en nuestras vidas: nuevos recuerdos reemplazan a los antiguos y vamos encontrando nuevas personas, intereses y cosas que van restando espacio a lo antiguo. Nuestro tiempo y espacio son finitos. No cabe todo; hay que sacrificar.

Este cambio es continuo, a veces imperceptible, pero siempre inapelable. Sin embargo, a veces se produce un acontecimiento en nuestra vida que precipita cambios más bruscos. Mi lesión medular supuso un punto de inflexión radical en todos los ámbitos de mi vida. Valorar todo lo que ha cambiado sería un proceso casi tan eterno como el propio Jordi Hurtado, pero hoy quiero hablar de un aspecto muy concreto de este cambio: las posesiones materiales. O dicho de otra forma: los trastos que tenía en casa.

Soy una persona con infinitas inquietudes y aficiones/adicciones, a lo que se une el caos (o desorden) inherente a mi persona, así que mi casa era un repositorio diverso, sobre todo de las tres pasiones que me han absorbido especialmente a lo largo de mi vida. La primera fue la lectura, alimentada en gran medida por mi padre, desde muy pequeño. La mayoría de los libros los sacaba de bibliotecas y enseguida me pasé a los lectores electrónicos, pero llegué a reunir varios cientos de ejemplares físicos.

Los juegos de rol entraron en mi vida a los doce o trece años y me acompañaron hasta el final de mis estudios universitarios, e incluso más allá. Entre fotocopias —mi economía no daba para más— y libros, superaba ampliamente el medio millar.

Los juegos de tablero fueron ocupando el hueco que iba dejando el rol. La diferencia es que ya no sufría penurias económicas, así que en el momento del derrame en la médula era dueño de casi ochocientos juegos, entre básicos y ampliaciones de estos.

 

Fulana

Are you talking to me?

 

Cuando estás en silla de ruedas, una de las primeras cosas que debes hacer es adaptar tu casa. Necesitas más espacio para pasar por las puertas, más espacio para girar, más espacio para moverte por y acceder a los sitios. Cuando vas en silla de ruedas necesitas mucho más espacio para todo.

Los apuntes de la carrera, los casettes de música y los más de mil cedés y deuvedés de películas y partidos clásicos de la NBA fueron los primeros en ganar un billete solo de ida a la basura: apenas tenían valor y puedo recuperar los contenidos de otras fuentes si los necesito. De hecho, confieso que verme obligado a deshacerme de los apuntes de la carrera me produjo cierto placer morboso. Repetiría sin dudarlo.

Caja roja de Dalmau

Mis primeros libros de rol

Sin embargo, aquello era una parte muy pequeña de mis trastos. Era evidente que necesitaba deshacerme de más, pero cuesta renunciar a recuerdos tan queridos, y tardé en asimilarlo y apreciar el auténtico valor que ahora tenía el espacio para mí. No podía permitir que la nostalgia dominara mi vida.

Una cosa tenía clara: no quería tirar nada, tanto por el aspecto medioambiental como por el sentimental. Lo cual supuso un problema con mis libros, que fundamentalmente eran ediciones viejas y baratas. No los querían ni en los rastros benéficos. Al final, a base de paciencia, regalar y venderlos a precios ridículos, me he quedado con unos cincuenta, a los que también espero dar pasaporte.

Me costó especialmente deshacerme de los libros con los que empecé mi carrera profesional como traductor. Pero terminó siendo una nueva batalla ganada en mi guerra contra la nostalgia.

Mi madre ya se encargó de diezmar mi colección de libros de rol durante los años que viví de alquiler. Empecé compartiendo piso con unos amigos y no había espacio para llevarme todos mis trastos. Mi madre sentía una inquina especial contra mis libros de rol y supongo que fueron demasiados años con el enemigo en casa. Todavía me quedan un par de cientos. He regalado unos pocos —los de mayor carga sentimental— a los que más jugaron conmigo, y los demás aún están en lista de espera. Me cuesta manipular los libros y pasar las páginas, así que el pragmatismo me ayudó a tomar la decisión.

 

Marie Kondo y los juegos de mesa

¡Vale, vale! ¡Me rindo!

 

Y capítulo aparte han sido los juegos de tablero. Con mucho esfuerzo, he conseguido vender más o menos la mitad de lo que tenía. Y digo mucho esfuerzo porque la mayoría los he tenido que empaquetar y enviar fuera de Valladolid, o incluso de España. Varios se habían convertido en artículos de coleccionista, así que he recuperado con creces el dinero que invertí en comprarlos. Solo con los que he vendido he sufragado mi silla de ruedas.

Sin duda, es lo que más espacio y dinero me ha dado, pero también lo que más me ha hecho sufrir. Ha sido mi principal hobby durante los últimos años y a diferencia de los libros, los juegos todavía podía usarlos.

En fin, si habéis llegado hasta aquí, disculpad el tostón. Ha sido una parte muy importante de mi vida como tetraterco, en términos de tiempo invertido, carga sentimental y fisonomía de mi casa, y sentí la necesidad de contarlo. Muchas gracias por acompañarme en esta catarsis.

 

 

Bill Gates

La historia de la vacuna, como todo lo que rodea el coronavirus, ha sido turbulenta. Hay teorías conspiranoicas para todos los gustos; yo no las he prestado mucha atención y voy a intentar no entrar al trapo con ellas, pero me alegra comprobar cómo una a una se van derrumbando como castillos de naipes.

Conspiranoias

Esto solo es un extracto del menú

 

Sin caer en la paranoia, es razonable desconfiar de una vacuna que se ha desarrollado ocho veces más rápido que cualquier otra, por eso es de agradecer que hicieran públicos los resultados de las pruebas y salvo que creas que te están ocultando algo, dichos efectos secundarios —aunque incómodos—, son temporales y mucho menos graves que los del coronavirus (y otros medicamentos de consumo habitual). Sin embargo, no han tenido tiempo para probar los efectos secundarios a medio y largo plazo que, a mi modo de ver, es lo que puede dar más miedo.

Y es que en definitiva, esa es la cuestión: ¿tienes más miedo a los efectos de la vacuna o al coronavirus? Es un tema tan sensible y a la vez tan importante que yo no voy aconsejar nada, cada uno ha de valorar las circunstancias globales y personales, y tomar la decisión por su propia cuenta. Yo me limito a explicar mi proceso mental.

 

Miguel Bosé

Pues compártela, amigo. ¡Compártela!

 

Cuando no entiendes de algo, lo mejor es ponerte en manos de los que sí saben y contrastar varias opiniones. Muchos siguen los dictados de su partido político, pero yo me fío más de la comunidad científica que —casi sin voces discordantes— aboga por la vacunación. La opinión que terminó de convencerme fue la de Luis Enjuanes, director de la investigación de la vacuna española, que, a pesar de ser competencia directa y a la luz de los resultados de los ensayos clínicos, recomendaba fehacientemente Pfizer y Moderna.

 

Vacunación política

Es triste que hasta esto se haya politizado

 

Además, para que se genere una casuística suficiente para valorar los posibles efectos a medio o largo plazo habrá que esperar años. Y en mi situación de paciente de riesgo no parece una situación viable. O vives solo en el monte, o no se puede esquivar una pandemia durante años.

También tenemos el componente social: si nadie se vacuna, la pandemia seguirá matando a millones y destrozando el tejido económico año tras año, hasta que aniquile a la raza humana o desarrollemos una inmunidad natural. La única forma de parar una pandemia tan contagiosa pasa por vacunar a un gran porcentaje de la población. Vacunarse es la decisión socialmente responsable.

No voy a publicar mi opinión sobre la gestión que la administración está haciendo del plan de vacunación; quizás lo haga otro día. Lo importante es que me llamaron para la primera dosis a finales de febrero. No me convocaron por ser paciente de riesgo, sino por ser gran dependiente. Así que allí estaba yo, haciendo cola en el centro de salud, con mi moto y mi costilla rota/fisurada, rodeado de viejecitos y sus cuidadores; algunos no sabían ni a qué venían. Por una parte, me alegra que me hayan convocado pronto; por otra, es un poco deprimente comprobar el grupo en el que me han metido. ¿Estoy igual de cascado que ellos?

En fin, como no tengo sensibilidad en el brazo derecho, les pedí que me pincharan ahí. Eso de no sentir el pinchazo es una de las pocas ventajas de mi lesión medular. Esa misma noche no podía tumbarme por las náuseas, pero los mareos tampoco me dejaban permanecer erguido en la silla, así que me pasé casi todo el tiempo derrumbado sobre una mesa, procurando no apoyar la costilla lesionada. La fiebre no me dejaba dormir y notaba que el brazo derecho, el de la inyección, comenzaba a fallarme, así que decidí echarme a la cama por si la cosa empeoraba (con un solo brazo no puedo pasar a la silla ni bajarme de ella).

 

Trumpada

¡Gracias por la vacuna, señor Trump!

 

Y el brazo empeoró… hasta quedarse casi paralizado por completo. No es la primera vez que me pasa, y desde entonces me ha sucedido otras veces con menor intensidad. Supongo que que mi médula defectuosa transformó los dolores en el brazo inyectado de los que muchos vacunados se han quejado en parálisis. Así que decidí esperar el par de días qué dicen que duran los efectos secundarios antes de entrar en pánico.

No tuve que esperar tanto. Al día siguiente ya había recuperado parte de la fuerza, la suficiente como para pasarme a la silla e ir al baño. Con paciencia, esfuerzo y la comida de Claudia, en un par de días se había pasado todo.

La primera dosis de la vacuna me pilló en mi casa, viviendo solo. Lo de la parálisis pudo haber sido un problema grave, así que decidí ir a casa de mi madre a pasar los efectos secundarios de la segunda dosis, que según dicen son peores. Sin embargo, esta vez todo fue más normal.

Y en esas estoy. Esperando a que me hagan efecto y a que se me pase lo de la costilla para recuperar un poco de la vida social que he perdido. Confieso que estoy un poco asustado. No por la pandemia, sino porque llevo tanto tiempo sin salir, que no sé cómo va a responder mi cuerpo. Creo que me encuentro bastante peor que hace un año, pero pronto lo comprobaré.

 

Bill Gates

¿Pretendes controlar a toda la humanidad, Bill Gates?

 

PD: No miré mientras me vacunaban, pero creo que no me han introducido ningún microchip. Claro que si es microscópico… El caso es que el Windows me sigue gustando tan poco como antes, pero el mismo día que me pusieron la segunda dosis me compré una licencia de Windows 10… ¡Maldito Bill Gates! ¿Me estará controlando? ¡Si ni siquiera tengo 5G!

 

 

 

 

No os lo vais a creer: me han vuelto a atropellar.

Esta vez salido ileso, pero la historia es tan rocambolesca que os la voy a resumir. Más o menos.

Las probabilidades de que sucediera algo así eran ridículamente remotas; llevo un mes casi sin salir de casa, precisamente por la costilla que el anterior accidente me hizo picadillo. De hecho, volvía de comprar un medicamento que me habían recetado para calmar el dolor costal y me dirigía al veterinario para tratar la alergia de mi perra, Sirka, así que la llevaba conmigo en la moto.

Hallábame ya bien entrado en un paso de cebra con semáforo en verde para peatones y ámbar para los coches, cuando veo que se aproxima un enorme SUV con aviesas intenciones y a una velocidad anormalmente elevada. En un alarde de capacidad intuitiva, sospeché que no tenía intención de pararse. Y en otro alarde de sentido común, imaginé que en una colisión de un vehículo semiblindado de casi dos mil kilos con una silla de ruedas ultra-ligera con un motor eléctrico acoplado, cuatro hierrajos, un tetrapléjico mal alimentado y una perra de 8 kilos, no seríamos nosotros los que saliéramos mejor parados.

Frené de inmediato y giré bruscamente para minimizar el contacto. Afortunadamente iba despacio, así que cuando se produjo la esperada colisión, ésta no fue muy fuerte. Sirka y yo nos llevamos un pequeño golpe, la moto apenas sufrió —y luego pude arreglarla fácilmente—, pero estuvimos a puntito de volcar. Y el susto de ver cómo se te viene encima esa monstruosidad no te lo quita nadie, vaya.

Los nuevos SUV

Efectivamente, cada vez se parecen más a tanques

No me explico cómo la conductora no me vio. La visibilidad era perfecta y cuando tomó la curva yo ya había entrado en el cruce. No sé si la enorme altura de esos cacharros mastodónticos dificulta la visión, si el hallarse al volante de semejante vehículo te hace creerte dueño supremo de la vía pública (y el resto del universo conocido) y te otorga prioridad en los cruces, o si simplemente se distrajo. Supongo que habrá sido esto último, pero es que no puedes permitirte semejante distracción cuando estás desplazando más de una tonelada y media: puedes matar a alguien.

Y ahora es cuando viene lo mejor de todo: la conductora frenó para contemplar el resultado de su fechoría, aceleró inmediatamente y se largó como alma que lleva el diablo. Afortunadamente, no todo el mundo es tan desgraciado como aquella señora: los otros conductores que venían detrás se pararon para ver si me encontraba bien. Es reconfortante saber que queda algo de humanidad en el mundo.

No sé qué motivó esa decisión. Quizás no tenía seguro, o puede que ni carnet de conducir; o quizás pensó aquello de «si no veo el problema, no existe». Pero… ¿un atropello con fuga en pleno centro de la ciudad? Si hubiera montado una más gorda, no habría podido llegar muy lejos. Además de no tener corazón, tampoco demostró poseer mucha inteligencia. Pero de poco te vale la matrícula de una desalmada si no se han producido daños. En cualquier caso, señora conductora, si estás leyendo esto, te perdono: bastante tienes ya con ser tan hija de puta.

 

Partes del cuerpo

¿Verdad que suena a mensaje de adolescente pre-púber? En realidad solo es un título para captar vuestra atención y contaros otra de las dificultades a las que me enfrento cada poco tiempo. O no.

 

A los dos días del último atropello, mis dolores neuropáticos habituales se agudizaron. En un principio no le di importancia, porque con mis dolores cada día es una aventura diferente. Sin embargo, el tiempo pasaba y no hacía más que empeorar; algo me estaba pasando. Pero el problema de no tener sensibilidad en el cuerpo es que no tienes ni idea de cuál puede ser el problema.

No era ni mucho menos la primera vez que me sucedía, así que hice lo mismo que siempre: apechugar y seguir con mi vida con la esperanza de que se cure solo.

La mayoría os estaréis preguntando por qué no acudí al hospital; es lo que siempre me aconsejan cuando me veo en estas circunstancias. Pero es algo que ya hice en varias ocasiones, sin ningún resultado. Al fin y al cabo, los médicos no son adivinos y no pueden diagnosticar sin síntomas, o con los síntomas equivocados. Además, todo esto sucedió en pleno pico de la tercera ola de la pandemia y no era el mejor momento para visitar hospitales.

Médico adivino

Este es el tipo de profesional que necesito

Los dolores fueron evolucionando y no tardé en darme cuenta de que tenía la costilla rota o fisurada. Era el mismo dolor que la otra vez que me atropellaron; incluso en la misma zona. Además, todo cuadraba: en el accidente se rompió el reposabrazos izquierdo de la silla, seguramente al impactar contra mi costillar izquierdo. Es verdad que los golpes fuertes en esa zona también pueden ser muy dolorosos y mi médula transforma todos los síntomas, pero como llevo así casi un mes, yo apuesto por la fisura o la fractura.

Como ninguna de esas lesiones tiene otro tratamiento que el reposo, seguí con mi vida intentando evitar los esfuerzos. El problema es que en mi vida todo requiere esfuerzo, y más viviendo solo. ¿Cómo? Sí, vale, admito que vivir solo en estos momentos parece una locura y quizás lo sea, pero debo luchar para conseguir lo que quiero. Y puede que este no sea el mejor momento, pero llevo tres años esperando que llegue ese día y no hago más que encontrar una traba tras otra. Por algo me llaman tetraterco…

Partes del cuerpo

Conociendo mi cuerpo

Como decía en el título de esta publicación, estoy conociendo mi cuerpo. La falta de sensibilidad me impide saber cuándo hago algo que dañe mi costilla, pero aunque no sea de forma inmediata, ese daño me llega multiplicado en forma de dolor neuropático, horas o días más tarde. Así no es fácil saber qué me está haciendo daño…

Esta última semana la situación se ha complicado. El dolor me dejaba baldado y no podía levantarme de la cama. Incluso en la cama me encontraba fatal. Hace unos días descubrí el motivo: los dolores neuropáticos habituales solo me permitían dormir recostado sobre el lado izquierdo y al hacerlo, estaba dañando sin querer mi costilla lesionada. El dolor no era inmediato y por eso no me daba cuenta.

Dicho así, parece de estúpidos no darse cuenta y admito que no ha sido uno de mis momentos más lúcidos, pero os aseguro que con los dolores neuropáticos no es tan evidente como creéis.

Ahora me encuentro algo mejor. He podido corregir levemente mi postura y aguanto dos o tres horas al día levantado: lo suficiente para asearme, comer y jugar un ratito online con mis amigos. Claudia me ayuda limpiando un par de veces al mes (vendría más si yo le dejara), me trae la comida casi todos los días y me hace algún apaño rápido.

Y con eso voy tirando…

 

No hay otra explicación.

Llevo quince años nefastos. Al Alzheimer prolongado de mi padre se ha unido el de mi madre, y me ha tocado vivir los dos muy, muy de cerca. Para rematarlo, me quedo tetrapléjico como consecuencia de una lesión medular que ni siquiera es culpa mía. No fue por accidente o imprudencia —que es lo habitual—, fue por un derrame derivado de una malformación muy poco común. Podía haberme tocado una paraplejia o al menos una tetraplejia normal, pero no, tuvo que ser una tetraplejia grave. Y un pequeño porcentaje de los para/tetrapléjicos padece dolores neuropáticos; eso también me tocó. Y de ese pequeño porcentaje, los dolores de una parte muy pequeña son muy intensos. Otra vez a mí (aunque esta es otra historia para otro momento). Es mala suerte, dentro de la mala suerte, a su vez dentro de la mala suerte, también dentro de la mala suerte y todavía otra vez más.

 

Moustache

Pero esa es otra historia…

 

No suelo pensar en ello porque sé muy bien a dónde conduce sumirse este tipo de lamentaciones: un sitio en el que ya he estado y al que no quiero volver.

Sin embargo, a veces no puedo evitar pensar que soy un cenizo. Y es que este último año está siendo tremendo. Me atropella un coche, me caigo y me rompo la costilla porque el seguro no quiso pagarme un transporte, fallece mi padre, se me paraliza el brazo y otra serie de complicaciones que no os he contado ni os voy a contar, porque aunque no lo parezca, este blog no está para quejarme.

Pero es que me han vuelto a atropellar.

Un amigo fisioterapeuta me estaba dando unas sesiones especiales con la esperanza de reducir el dolor y regresaba a casa con la moto, esta vez a una velocidad prudente, cuando de repente, un coche sale de un garaje sin pararse a comprobar si alguien circulaba por la acera. Al ir con la moto, no pude pararme en seco como si hubiera ido andando. Reaccioné girando bruscamente para esquivarlo (éxito crítico en Esquivar) metiéndome en la calzada. Todo fue tan rápido que no me dio tiempo a ver que justo venía un coche de frente…

Creo que a eso lo llaman saltar de la sartén para caer en el fuego. O salir de Guatemala para entrar en «Guatepeor«. Hace siglos era «Salí de ladrón y di en ventero». En lenguaje de los RPG, lo que parecía un éxito crítico se había convertido en una pifia. Vulgarmente: un cagadón.

Enredo

Imagen explicativa de la situación de los diferentes agentes tras el accidente

Afortunadamente, de nuevo hice gala de buenos reflejos y giré bruscamente hacia el otro lado. Eso sí, como ya venía desequilibrado del giro anterior, la inercia decidió que hasta aquí habíamos llegado y volqué hacia el coche. La conductora también reaccionó con rapidez, frenó y se apartó, así que apenas me golpeé contra el coche; casi todo el impacto se produjo contra el asfalto.

Enseguida me vi rodeado por una docena de personas —entre ellos los conductores—, que me ayudaron a incorporarme y a deshacer el enredo que mis piernas habían formado con los hierros de la moto y la silla de ruedas. No me explico de dónde salieron tantas personas, porque estábamos a cinco minutos de cumplirse el toque de queda, pero me vi un poco abrumado por las circunstancias. Al no tener sensibilidad en casi ninguna parte del cuerpo no noté ningún daño y allí nadie respetaba las distancias de seguridad. En pleno pico de la tercera ola de coronavirus y después de un pequeño susto que me había llevado una semana antes (de nuevo, otra historia), no solo no quería ir a un hospital a que me hicieran una revisión, quería salir de allí rápidamente. Así que me largué en cuanto pude.

En casa pasé revista a mi cuerpo, y quitando los roces y las magulladuras, no parecía haber daños mayores. Se había partido un reposabrazos de la silla (que justo había cambiado un par de meses antes) y se estropeó el freno y el acelerador de la moto; el freno no frena y el acelerador, una vez apretado, se queda fijo y no deja de acelerar. Peligrosa combinación.

Últimamente sí que estoy notando dolores similares a cuando sufrí la fisura en la costilla. Pero aunque realmente tuviera una fisura, tampoco se podría hacer nada, así que lo voy a dejar correr. Espero que el seguro del primer conductor se haga cargo de los daños materiales; todavía no me han llamado, pero no voy a esperar a que lo hagan, porque sin reposabrazos estoy constantemente a punto de caerme al suelo.

Cuando pienso en lo que pasó, me doy cuenta de que a pesar de toda esa mala suerte de la que me quejo, esta vez el resultado podía haber sido mucho, mucho peor. De hecho, es una especie de milagro que no haya acabado empotrado contra el coche que salía del garaje o aún peor, arrollado por el segundo coche que venía de frente. Las consecuencias de eso último sí que habrían sido graves.

En definitiva, es un nuevo traspiés que hay que superar. No hay que perder de vista el objetivo final, que no es otro que ser feliz, así que trataré de sobrellevar estas nuevas complicaciones lo mejor posible hasta que consiga superarlas.

Todos juntos

Lo fundamental es dar gracias porque nadie cercano haya fallecido ni sufrido secuelas graves. Yo hasta ahora he logrado esquivar la bala del coronavirus. Pero hoy quiero hablaros de qué tiende de especial esta pandemia para alguien con mi discapacidad.

En primer lugar, mi lesión medular es muy alta y tengo bastante afectada la respiración. Así que aunque no tengo más probabilidades de enfermar que otros, sí soy un paciente de riesgo, porque si contraigo el virus y me afecta a las vías respiratorias, las consecuencias pueden ser fatales. Como ya os comenté, desde el principio me tomé la pandemia muy en serio y decidí aislarme incluso antes del confinamiento forzoso. Desde entonces he limitado muy mucho mis contactos sociales. Si vosotros os quejáis de cómo afecta a vuestra vida social, pensad que la mía es prácticamente inexistente. Tampoco quiero hacerme el santo, a veces me he reunido con amigos, pero muy, muy esporádicamente, siendo poca gente y en condiciones de seguridad. Y por supuesto, siempre respetando las normas, independientemente de que me parezcan acertadas o no.

Afortunadamente, estoy acostumbrado a la soledad. He ejercido toda mi actividad profesional en casa y he vivido solo mucho tiempo. Gracias a ello no me ha afectado mucho mentalmente, aunque igual que todos, tendré que ver cómo salgo de todo esto cuando termine. Echo mucho de menos sobre todo a mi familia, a mis tíos y mis primos, a quienes no veo desde hace casi un año.

Antes de abandonar el aspecto social, ya sabéis que mi afición predilecta son los juegos de mesa, una actividad para la que es imprescindible compartir mesa con varias personas. Tuve que cortar por lo sano, pero he logrado encontrar una «alternativa» para disfrutarlos a través de Internet. No es la misma experiencia y la mayoría de los amigos con los que jugaba no han querido apuntarse a jugar online, pero como no puede ser de otra forma, no me quejo.

 

Virus en la silla de ruedas

Los virus campan a sus anchas por una silla de ruedas

Los usuarios de silla de ruedas estamos más expuestos a la infección. Cuando salgo —aunque sea a pasear a la perra— las ruedas tocan el suelo constantemente, yo toco las ruedas y como no tengo musculatura que sujete el tronco, me apoyo en los reposabrazos, en los muslos… Cuando vuelvo del «paseo» puede haber virus por todas partes; me resulta imposible desinfectarlo todo de forma concienzuda. Además, al encontrarnos a una altura inferior a los demás, nos vemos más expuestos a las gotas y aerosoles que puedan expulsar los demás. Y la mascarilla, además de empañar las gafas, me dificulta aún más la respiración, así que pasado un tiempo o tras hacer un gran esfuerzo, no aguanto con ella puesta. Las cartas están dispuestas para que me quede en casa.

 

En lo tocante a la salud, he tenido que dejar la fisioterapia, lo que, sumado a la inactividad del aislamiento, me ha hecho perder fuerza y forma física. Necesito atención médica periódica, tengo revisiones, tratamientos en curso, me autolesiono con asiduidad y requiero cuidados de enfermería frecuentes. Casi todo eso ha quedado en suspenso. Estoy seguro de que todos habéis leído o escuchado un reportaje en el que se habla de una de las principales consecuencias de la pandemia son los cuidados médicos ordinarios; creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que soy uno de los más afectados. A ello se suma el cambio de médico de cabecera, que me está alterando casi todos los tratamientos porque «los medicamentos que tomo son demasiado potentes»; todo ello por teléfono, claro.

Lo más importante era una cita de revisión que tenía en Toledo, y me la han suspendido dos veces hasta que finalmente pude acudir recientemente; ya os hablaré de ella, pero os adelanto que fue bastante caótica. El resto de revisiones en Valladolid ni siquiera han tenido lugar. He sufrido varias enfermedades en este periodo y entre lo que tardan en darte cita, la dificultad de diagnosticar a un paciente sin sensibilidad en la mayor parte del cuerpo —es decir, casi sin síntomas— y los diagnósticos telefónicos, no han dado ni una. La última enfermedad me duró mes, y medio contando las recaídas. Mi escara —que tras dos años está a punto de morir—, la uña del índice de la mano derecha completamente rota, quemaduras por llevar un café demasiado caliente entre las piernas… Claudia y yo hemos tenido que hacer un curso rápido de cuidados de enfermería.

 

Todos juntos

Una pandemia es cosa de todos y tiene más consecuencias de las que percibimos

 

Pero no quiero quejarme por ello. Comprendo que las prioridades médicas son otras y que no hay recursos para todos. Lo que sí me supone una gran decepción el comportamiento irresponsable que demasiadas personas están exhibiendo. Y es que esta pandemia tiene muchas consecuencias que van más allá de las estadísticas directas y la enorme depresión económica que nos acompañará durante los próximos años. Una de ellas somos los enfermos crónicos cuya asistencia sanitaria se está dejando de lado.