Música: Rehab, de Amy Winehouse
Juego: Roads & Boats, de Jeroen Doumen y Joris Wiersinga
A finales de junio la dinámica empezó a cambiar. Ya solo la desaparición de la fiebre —y los antitérmicos y sus efectos secundarios— supuso una gran mejora en mi calidad de vida. Además, al llegar me habían quitado los corticoides y, aunque me asusté un poco ante la cantidad de medicinas que dejé de tomar, lo cierto es que no eché de menos ninguna de ellas; más bien lo contrario. Solo tenía un problema, a la hora de dormir; tras una enconada lucha con las enfermeras y auxiliares, me dejaron administrar a mi manera los hipnóticos que todos los pacientes debemos tomar, y comencé a dormir bien.
En el campo de la silla de ruedas, la cosa había mejorado, pero no mucho. Estaba más tiempo fuera de la cama, pero no tenía fuerza para impulsarme con la silla, así que dependía de los celadores, que me llevaban de la habitación al gimnasio y del gimnasio a la habitación. Por la tarde, que no hay actividades oficiales del hospital, intentaba moverme un poco con la silla, pero no llegaba muy lejos.
Más adelante empecé a habituarme a la silla y los desplazamientos los hacía yo, de forma fatigosa y a ritmo de tortuga. La cantidad de tiempo que perdía yendo de un lado a otro era frustrante, pero por lo menos podía hacerlo yo.
Al poco tiempo, se me abrió la otra gran actividad obligatoria, junto con el gimnasio: la terapia ocupacional. Allí me ayudarían a rehabilitar mis manos y más adelante me enseñarían a hacer las transferencias cama-silla, silla-coche, silla-retrete y silla-cualquier-otro-sitio, a vestirme, a ponerme pañales y ese tipo de cosillas de la vida cotidiana. El problema es que el gimnasio y la terapia estaban en lugares opuestos del complejo y con mi velocidad de tortuga reumática, me pasaba la mitad del día arrastrando trabajosamente la silla por los pasillos.
En el gimnasio me movilizaban las piernas y las manos durante veinte minutos, y luego me ponía a levantar pesas de… ¡medio kilo! ¡Un 500% más que mis viejas barritas de cloruro sódico!
En cambio, en terapia me estiraban los brazos, manos y dedos durante diez minutos y luego trabajaba con aparatos para recuperar la funcionalidad de los dedos. Mi terapeuta enseguida vio que me aplicaba mucho, y me ofreció la posibilidad de quedarme media hora más con los aparatos. Y más tarde, esa hora se convertiría en dos horas, cuatro veces el tiempo normal.