Nunca he sido friolero.
Cuando me quedé solo en la casa alquilada de la avenida Gijón, ni siquiera ponía la calefacción en invierno. Me apañaba con el calor residual de los vecinos y una sudadera o jersey ligero.
Siempre he preferido el frío al calor. El calor te amodorra y no lo puedes evitar. El frío te mantiene despierto y si te hartas, siempre puedes abrigarte.
Cuando llegué a mi actual casa, hace unos años, descubrí que tenía un GRAVE problema de aislamiento que se había recrudecido con el paso del tiempo. Es un piso once de una torre de once pisos, completamente expuesta, sin otros edificios cercanos que atemperen los efectos del clima, con un piso vacío a un lado y las escaleras al otro. Solo tengo una casa habitada abajo que comparta su calor. Y para rematar la faena, la calefacción es central y cuando el agua llega arriba ya no está muy caliente; y lo que es peor, la caldera genera tantas burbujas que como se te olvide purgar los radiadores cada dos días, dejan de calentar. Los inviernos eran gélidos, incluso para mí.
Pero lo peor eran los veranos. La casa estaba tan expuesta que llegué a medir más de 35 grados en el interior; hacía más calor dentro que fuera de casa. Por algo mis padres emigraban a Viana los tres meses largos que duraban los calores. Pero esa es otra historia que viviremos el próximo verano.
A esta casa vine por obligación; mi padre tenía Alzheimer y estaba más cerca de la suya. Pero no me gustaba el barrio y mucho menos la casa, así que era una medida temporal. Sin embargo, la lesión medular me pilló viviendo aquí y esta fue la casa que Carlos tuvo que adaptar a mis discapacidades. Lo que empezó siendo una solución a corto plazo se había convertido como un proyecto a medio plazo (como mínimo).
Así que al regresar a esta casa, estaba acojonado —literalmente— porque como os explicaré luego, ya no soporto tan bien el frío. Sin embargo, mi hermano ha demostrado ser un verdadero experto en la eficiencia energética, porque de momento —a falta de la llegada del crudo invierno— se nota un gran cambio.
Como os decía, ya no soporto el frío como antes. Por la calle no ando, no me muevo como vosotros: mi cuerpo no genera calor. Y si siento frío, no puedo dar unos brincos o echar una pequeña carrera para entrar en calor. Y es curioso, porque solo tengo sensibilidad térmica en una décima parte del cuerpo; pero los dolores neuropáticos me generan frío. O me producen una sensación de frío. O parecida al frío. No sé muy bien qué es ni porqué. Sé que en realidad mi cuerpo no siente frío, pero a mi cerebro le llega esa información, así que el frío para mí es tan real como el cambio climático (¡malditos negacionistas! :P). Y es una putada, porque al ser algo neuropático, no hay NADA que pueda hacer para evitar ese frío; no se me pasará ni aunque me ponga el abrigo de un esquimal de los de la portada del juego de la imagen de arriba.
Parece que ahora sí soy friolero.
Yo también soy friolero. El frío me apaga y me mata.
Pese a tu neuropatía, espero que el abrazo de este compañero te reconforte un poco. 🤗
Claro que sí, Salva. Muchas gracias 😀