12 de febrero: Relatos médicos II

Música: Campo amargo, de Barricada
Juego: Operación, de Marvin Glass y John Spinello

 

Llevaba un par de días con un picor de garganta característico. Lo conozco bien: suele ser el preámbulo de un catarro fuerte o una gripe. Cómo por ahí corría desbocado un virus de la gripe, no hice más que sumar uno más uno. Al día siguiente me empezó a subir la fiebre. Tate: era gripe. Había dejado de tomar antibióticos apenas hace tres días, pero como ya vengo de vuelta de todo, me hice las pruebas de la infección y oh, sorpresa, todas dieron positivo. Tenía que ser gripe más infección. Por una vez, quise llamar a Urgencias pronto, ya que si me atienden rápido, antes de que la cosa empeore, seguro que no me ingresan y al día siguiente estaría en casa.

Desde Urgencias, la médico de mi centro de salud me pregunto si tenía antibióticos en casa, y al responderle afirmativamente (me habían sobrado de otros tratamientos pasados), me echó la bronca por tenerlos, pero me dijo que tomará una dosis de medio gramo por si acaso, «porque seguramente se trataba de una gripe y se iba a solucionar con el antitérmico que también debía tomar». Y si dentro de dos días seguía encontrándome mal, volviera a llamar.

Comunicación fallida

¿Problemas de comunicación?

Debo confesar que esa conversación me pareció rarísima. Medio gramo es una dosis de mantenimiento, así que supuse que me la «recetó» para que dejara de protestar y me tomé tres gramos, seis veces lo que me había recetado. ¿Y tenía que aguantar dos días con fiebre? Estaba clarísimo. Ella no había hecho ni caso de lo que yo había dicho y confiaba plenamente en su diagnóstico telefónico de gripe.

Resultado: a pesar de los tres gramos y del antitérmico, a las dos horas tuve que llamar con 39,5 de fiebre. Esta vez puse voz angustiosa y pedí una ambulancia directamente, aunque me hubiese gustado decirle unas palabritas a la doctora de antes. Lo bueno de las ambulancias es que te meten directamente a Urgencias: te saltas toda la cola. Me hicieron el triaje y al tomarme la temperatura salió 37,9. «No puede ser», dije yo. «Es normal que la fiebre baje durante los traslados en ambulancia», me respondió el conductor. Vale, admito que pueda bajar un poco, ¿pero dos grados? Venga ya. Las ambulancias serían el mejor antitérmico del mundo.

Me pasaron a una cabina tras una mínima espera, y me tocó con un médico MIR. No tengo nada contra de los novatos. De hecho, a veces llegan con ideas nuevas, que es justo lo que yo necesito, ya que las convencionales no me funcionan. Y suelen escuchar más. Así que le expliqué mi sorpresa y le pedí que me tomarán la temperatura de nuevo. Tras cinco minutos de preguntas y tomar notas, se levantó para marcharse y le recordé lo de la temperatura. Me respondió que ya me la habían tomado durante el triaje e hizo ademán de girarse para salir; otro que no me había hecho ni caso. Yo le pedí que tuviera la amabilidad de hacer constar en el informe que el paciente había pedido en reiteradas ocasiones que se le tomase la temperatura y no se le había hecho caso.

Hospital de LEGO

Mmm… Mejor me callo.

Dos minutos después, un enfermero me estaba tomando la temperatura. Tate: rozando los 40°. Entonces todo se aceleró: los análisis, los antibióticos y el antitérmico intravenoso y hasta una placa que corroboró que no se trataba de una gripe.

Durante el traslado a Radiología, una celadora me pidió que me cubriera con una colcha. Le respondí que con 40 de fiebre, no me parecía buena idea. Me dijo que era el protocolo. Yo, que ya había discutido antes con ella por un tema similar, no quise parecer el típico enfermo tocapelotas; total, iba a ser un traslado de dos minutos. Pero al llegar allí, había cola, así que dejó mi camilla en el pasillo y se dirigió al interior para anunciar mi llegada. Inmediatamente me di cuenta de que iban a ser bastantes más de dos minutos, así que le pregunté si ya me podía quitar la colcha. Respondió que ya me lo dirían dentro y se dio la vuelta para dirigirse al interior. Eso era como decirme que no podía quitármela, así que enfadado, me la quité.  pero entre la energía del enfado y que yo no tengo fuerza en la pinza –la posición de los dedos que usamos sujetar las cosas– la colcha se me escapó y se cayó al suelo. Cuando apareció la celadora, se puso hecha una furia y me acusó de haberla tirado. Yo le expliqué tranquilamente que era tetrapléjico y se me había caído. Pero ella se rebatió con «qué coño de tetrapléjico, ni qué niño muerto“, “que no la engañaba, que la había tirado“ y que “lo que tenían que aguantar». Yo me quedé de piedra y os confieso que no sé qué respondí. La celadora fue tan miserable como para volver al interior de Radiología y por las voces que daba me enteré de que les daba la colcha «porque el paciente de fuera la había tirado al suelo y no le daba la gana ponérsela». Cuando me recuperé de la impresión, estuve indagando la identidad de la señora a fin de ponerle una queja, pero entre que yo no podía bajarme y preguntar a quien quisiera, que no se registra oficialmente la actividad de los celadores (en fin…) y que los que podían conocerla no querían buscarse problemas (ni yo lo pretendía, ya que luego tendrían que trabajar todos los días con ella), no averigüe nada.

Por último, ya en Observación, me atendió una médico muy amable que me explicó que por mucho que se lo pidiera (que lo hice), con una fiebre cercana a los 40 que se resistía a bajar, no podía darme el alta. Y yo tuve que aceptarlo. Resignado a mi destino, le pedí que solicitara una habitación para discapacitados, truco este que me contó mi amiga y enfermera Laura, ya que los médicos de Urgencias no suelen saber que dichas habitaciones existen. Y efectivamente, no lo sabía, pero la pidió, y al cabo de un rato largo volvió para decirme que desgraciadamente, no había ninguna disponible pero que probablemente me la darían por la mañana, cuando quedase libre alguna. Sin embargo, yo que todavía andaba mosca por el tema de la celadora, estaba pegando la oreja y escuché que la médico protestaba airadamente a una compañera explicándole que el encargado de admisión se había negado a asignarme una habitación para discapacitados porque no le había dado la gana molestarse en hacer los ajustes oportunos. Le parecía indignante. Y a mí también. Pero me lo callé. Esperé a que prepararan mi habitación y un celador muy amable me llevó a ella. Sin embargo, antes de entrar me dijeron que habían encontrado una habitación de discapacitados libre en otra planta. Así que me dejaron en el pasillo durante hora y pico mientras preparaban la nueva habitación. En un momento de iluminación, hice cuentas y advertí que acababa de cambiar el turno. Todo encajaba: el capullo de Admisión se había ido a su casita y el nuevo se había molestado en hacer los trámites para que me asignaran la habitación de discapacitados.

Y todo eso en menos de doce horas.

Afortunadamente, el resto de mis seis días de estancia hospitalaria fueron mucho más agradables y normales: como siempre, se confundieron con mis medicinas (da igual, ya venía preparado), no se enteraron con mis sondajes (también venía preparado), siguieron ignorando mi gripe a pesar de que cada vez había más síntomas, y volví a quemarme la misma pierna con la ducha (esta vez estaba sobre aviso y fue mucho más leve: se curó en tres días). Los primeros días fueron muy duros, la fiebre no quería bajar y entre la gripe y la infección, y tenía el cuerpo hecho polvo. Sin embargo, por primera vez en muchos meses, la zona lumbar dejó de dolerme.

Todo esto – y experiencias anteriores – me ha hecho reflexionar. Pero ya me estoy alargando, así que lo dejo para otro día.

 

Por cierto, como el año pasado, no he llegado a estar una semana fuera y ya me han vuelto a ingresar con otra infección. Llevo poco más de un día y todavía las estoy pasando canutas. De hecho, hoy he montado una gorda, como podéis ver en la foto.

Sangre a borbotones

En el fondo la culpa fue de una enfermera

  Me habría gustado publicar mis cuentas de enero, pero un bug de Google Keep las ha borrado, así que me limitaré a mencionar las conclusiones que saqué con el análisis superficial que hice de las mismas.

* Gasté 110 euros en juegos y recuperé 300 vendiendo otros juegos.

* Apenas tuve gastos personales: unos refrescos, cine y poco más.

* Los grandes gastos los tuve porque soy yo el que de momento sostiene la economía familiar, por un asunto largo de explicar. Esto lleva siendo así desde que llegué de Toledo, pero pronto cambiará.

* Entre los gastos de las comunidades de ambas casas (en la que viviré y la de Las Mercedes), ASPAYM, la fisioterapia mensual, consumos y demás, se me va mucho dinero. Seguramente necesite otra fuente de ingresos para no entrar en números rojos.

* No creo que haya vuelto manirroto ni gastador. Sencillamente necesitaba cosas y como tenía dinero, me las he comprado. Y es posible que se me haya ido un poquito la mano. Lo de los juegos es cosa aparte, pero es mi vicio. Otro día hablaré de ello.  

 

No quiero despedirme de vosotros sin comentar que al final de esta etapa he recibido una noticia estupenda que me ha ilusionado como hace mucho que no me ilusionaba nada. Algunos ya sabréis de qué se trata, pero la mayoría no. Sin embargo embargo, no puedo contarlo porque no me corresponde a mí dar la noticia. Pero la alegría ahí está.   ‌

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4 comentarios

  1. Tremendito. En fin, yo por esa gente que tiene tan poca humanidad lo que siento es lástima, no hay más. Ya sabes el principio de Hanlon: no achaques a la mala fe lo que puede ser perfectamente explicable por la estupidez!

    En todo caso es una de las diez o doce personas que te cruzaste, y que te trataron bien o muy bien.

    Abrazo, ya dirás cuál es la buena noticia!

    1. Está claro, Periko, que esa persona tiene que vivir con ella misma todos los días, yo sólo la sufrí uno. De todas formas, creo que los gremios no deberían ser tan proteccionistas con los suyos. Purgar las manzanas podridas es bueno para el propio gremio. Aunque si entramos en el tema de despedir a un funcionario…

      En cualquier caso, en este segundo ingreso consecutivo está siendo totalmente lo contrario. Todo el mundo me está tratando genial (menos una imbécil, pero bueno)

  2. He tenido que leer varias veces tu relato para asimilar todo lo que cuentas!!
    La verdad es que es todo kafkiano y eso que tú ya estás bastante preparado contra el absurdo de las situaciones y cómo enfrentarte a ellas, tanto en las medidas a adoptar para solucionar las infecciones y el cómo moverte en los complicados mundos de los hospitales y el cómo defendertede del personal pasota con los que te encuentras en tu lucha por lo que es un derecho fundamental del ser humano como s el derecho a la salud y a ser tratado con respeto !! ( vaya horrible mujer la celadora)
    Siento mucho todo lo que te ha pasado y me ha sobrecogido la fotografía en la que llevas el pantalón del pijama lleno de sangre.
    Eso es muy fuerte!!
    Deseo de corazón que todo se vaya solucionando que te vayas encontrando mejor y cuanto antes te den el alta y dejes el hospital, que aunque en momentos críticos es necesario, pasados esos momentos, donde mejor estás es en tu casita al cuidado de las personas que de verdad te quieren!!
    Mucho ánimo y muchas fuerzas!!
    Seguro que pronto estarás del todo bien
    Besos

    1. Estaba en el comedor, un sitio por el que n Inca pasa el personal sanitario, esperando que llegara la comida. Llegó y después de esperar un buen rato, supuse que la habrían dejado en mi habitación en vez de llevarla al comedor. Justo entró un familiar de un paciente a comprar agua y le pedí que avisará a una enfermera o auxiliar, para que me ayudara (yo estaba atado a un palo con una bomba cargado de suero y enchufado que pesaba una tonelada).

      La tía, en vez de invertir 10 preciosos segundos en venir, se puso a gesticular desde 20 metros y a través de un cristal preguntándome qué quería. Le respondí que la comida y ella contestó que no había llegado. No pude decirle que sí, porque dejó de mirarme.

      Esperé pacientemente durante unos cinco minutos a que viniera al ver los carros de comida, pero no lo hizo. Así que como ya no podía pedir ayuda a nadie,intenté desenchufar y moverme yo sólo con el poste.

      Desgraciadamente, el «cable» era demasiado corto y me arranqué la vía,que como estaba en la muñeca, sangró a gusto …

      Más adelante pude despacharme me a gusto con la enfermera y decirle todo lo que pensaba (con suma educación).

      Esa misma tarde me pusieron en aislamiento :p

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