No os lo vais a creer: me han vuelto a atropellar.
Esta vez salido ileso, pero la historia es tan rocambolesca que os la voy a resumir. Más o menos.
Las probabilidades de que sucediera algo así eran ridículamente remotas; llevo un mes casi sin salir de casa, precisamente por la costilla que el anterior accidente me hizo picadillo. De hecho, volvía de comprar un medicamento que me habían recetado para calmar el dolor costal y me dirigía al veterinario para tratar la alergia de mi perra, Sirka, así que la llevaba conmigo en la moto.
Hallábame ya bien entrado en un paso de cebra con semáforo en verde para peatones y ámbar para los coches, cuando veo que se aproxima un enorme SUV con aviesas intenciones y a una velocidad anormalmente elevada. En un alarde de capacidad intuitiva, sospeché que no tenía intención de pararse. Y en otro alarde de sentido común, imaginé que en una colisión de un vehículo semiblindado de casi dos mil kilos con una silla de ruedas ultra-ligera con un motor eléctrico acoplado, cuatro hierrajos, un tetrapléjico mal alimentado y una perra de 8 kilos, no seríamos nosotros los que saliéramos mejor parados.
Frené de inmediato y giré bruscamente para minimizar el contacto. Afortunadamente iba despacio, así que cuando se produjo la esperada colisión, ésta no fue muy fuerte. Sirka y yo nos llevamos un pequeño golpe, la moto apenas sufrió —y luego pude arreglarla fácilmente—, pero estuvimos a puntito de volcar. Y el susto de ver cómo se te viene encima esa monstruosidad no te lo quita nadie, vaya.
No me explico cómo la conductora no me vio. La visibilidad era perfecta y cuando tomó la curva yo ya había entrado en el cruce. No sé si la enorme altura de esos cacharros mastodónticos dificulta la visión, si el hallarse al volante de semejante vehículo te hace creerte dueño supremo de la vía pública (y el resto del universo conocido) y te otorga prioridad en los cruces, o si simplemente se distrajo. Supongo que habrá sido esto último, pero es que no puedes permitirte semejante distracción cuando estás desplazando más de una tonelada y media: puedes matar a alguien.
Y ahora es cuando viene lo mejor de todo: la conductora frenó para contemplar el resultado de su fechoría, aceleró inmediatamente y se largó como alma que lleva el diablo. Afortunadamente, no todo el mundo es tan desgraciado como aquella señora: los otros conductores que venían detrás se pararon para ver si me encontraba bien. Es reconfortante saber que queda algo de humanidad en el mundo.
No sé qué motivó esa decisión. Quizás no tenía seguro, o puede que ni carnet de conducir; o quizás pensó aquello de «si no veo el problema, no existe». Pero… ¿un atropello con fuga en pleno centro de la ciudad? Si hubiera montado una más gorda, no habría podido llegar muy lejos. Además de no tener corazón, tampoco demostró poseer mucha inteligencia. Pero de poco te vale la matrícula de una desalmada si no se han producido daños. En cualquier caso, señora conductora, si estás leyendo esto, te perdono: bastante tienes ya con ser tan hija de puta.