No hay otra explicación.

Llevo quince años nefastos. Al Alzheimer prolongado de mi padre se ha unido el de mi madre, y me ha tocado vivir los dos muy, muy de cerca. Para rematarlo, me quedo tetrapléjico como consecuencia de una lesión medular que ni siquiera es culpa mía. No fue por accidente o imprudencia —que es lo habitual—, fue por un derrame derivado de una malformación muy poco común. Podía haberme tocado una paraplejia o al menos una tetraplejia normal, pero no, tuvo que ser una tetraplejia grave. Y un pequeño porcentaje de los para/tetrapléjicos padece dolores neuropáticos; eso también me tocó. Y de ese pequeño porcentaje, los dolores de una parte muy pequeña son muy intensos. Otra vez a mí (aunque esta es otra historia para otro momento). Es mala suerte, dentro de la mala suerte, a su vez dentro de la mala suerte, también dentro de la mala suerte y todavía otra vez más.

 

Moustache

Pero esa es otra historia…

 

No suelo pensar en ello porque sé muy bien a dónde conduce sumirse este tipo de lamentaciones: un sitio en el que ya he estado y al que no quiero volver.

Sin embargo, a veces no puedo evitar pensar que soy un cenizo. Y es que este último año está siendo tremendo. Me atropella un coche, me caigo y me rompo la costilla porque el seguro no quiso pagarme un transporte, fallece mi padre, se me paraliza el brazo y otra serie de complicaciones que no os he contado ni os voy a contar, porque aunque no lo parezca, este blog no está para quejarme.

Pero es que me han vuelto a atropellar.

Un amigo fisioterapeuta me estaba dando unas sesiones especiales con la esperanza de reducir el dolor y regresaba a casa con la moto, esta vez a una velocidad prudente, cuando de repente, un coche sale de un garaje sin pararse a comprobar si alguien circulaba por la acera. Al ir con la moto, no pude pararme en seco como si hubiera ido andando. Reaccioné girando bruscamente para esquivarlo (éxito crítico en Esquivar) metiéndome en la calzada. Todo fue tan rápido que no me dio tiempo a ver que justo venía un coche de frente…

Creo que a eso lo llaman saltar de la sartén para caer en el fuego. O salir de Guatemala para entrar en «Guatepeor«. Hace siglos era «Salí de ladrón y di en ventero». En lenguaje de los RPG, lo que parecía un éxito crítico se había convertido en una pifia. Vulgarmente: un cagadón.

Enredo

Imagen explicativa de la situación de los diferentes agentes tras el accidente

Afortunadamente, de nuevo hice gala de buenos reflejos y giré bruscamente hacia el otro lado. Eso sí, como ya venía desequilibrado del giro anterior, la inercia decidió que hasta aquí habíamos llegado y volqué hacia el coche. La conductora también reaccionó con rapidez, frenó y se apartó, así que apenas me golpeé contra el coche; casi todo el impacto se produjo contra el asfalto.

Enseguida me vi rodeado por una docena de personas —entre ellos los conductores—, que me ayudaron a incorporarme y a deshacer el enredo que mis piernas habían formado con los hierros de la moto y la silla de ruedas. No me explico de dónde salieron tantas personas, porque estábamos a cinco minutos de cumplirse el toque de queda, pero me vi un poco abrumado por las circunstancias. Al no tener sensibilidad en casi ninguna parte del cuerpo no noté ningún daño y allí nadie respetaba las distancias de seguridad. En pleno pico de la tercera ola de coronavirus y después de un pequeño susto que me había llevado una semana antes (de nuevo, otra historia), no solo no quería ir a un hospital a que me hicieran una revisión, quería salir de allí rápidamente. Así que me largué en cuanto pude.

En casa pasé revista a mi cuerpo, y quitando los roces y las magulladuras, no parecía haber daños mayores. Se había partido un reposabrazos de la silla (que justo había cambiado un par de meses antes) y se estropeó el freno y el acelerador de la moto; el freno no frena y el acelerador, una vez apretado, se queda fijo y no deja de acelerar. Peligrosa combinación.

Últimamente sí que estoy notando dolores similares a cuando sufrí la fisura en la costilla. Pero aunque realmente tuviera una fisura, tampoco se podría hacer nada, así que lo voy a dejar correr. Espero que el seguro del primer conductor se haga cargo de los daños materiales; todavía no me han llamado, pero no voy a esperar a que lo hagan, porque sin reposabrazos estoy constantemente a punto de caerme al suelo.

Cuando pienso en lo que pasó, me doy cuenta de que a pesar de toda esa mala suerte de la que me quejo, esta vez el resultado podía haber sido mucho, mucho peor. De hecho, es una especie de milagro que no haya acabado empotrado contra el coche que salía del garaje o aún peor, arrollado por el segundo coche que venía de frente. Las consecuencias de eso último sí que habrían sido graves.

En definitiva, es un nuevo traspiés que hay que superar. No hay que perder de vista el objetivo final, que no es otro que ser feliz, así que trataré de sobrellevar estas nuevas complicaciones lo mejor posible hasta que consiga superarlas.