Llevo mucho tiempo sin publicar nada, que no sin escribir; tengo muchas entradas casi terminadas que no he publicado por diversos motivos. En general, me cuesta publicar porque creo que este tipo de blogs en los que el autor narra su vida o expone sus puntos de vista son un ejercicio de narcisismo. ¿Por qué ha de interesar a nadie mis cuitas o mi filosofía de la vida? Siempre fui reacio a crear este blog; lo empecé convencido por mis amigos y familia, con el objetivo de animar a personas en una situación similar a la mía a ser optimistas, esforzarse por vivir en las mejores condiciones posibles y disfrutar de la vida. Pero la vida, en un ejercicio de ironía propio de las novelas de Mundodisco de Terry Pratchett, está haciendo todo lo posible por evitar que yo la disfrute, quizás ofreciéndome una cura de humildad para enseñarme que mi dolencia es muy, muy seria.
El caso es que no me apetece contar que estoy mal, que mi situación no mejora y que tengo tal y tal problema nuevo.
Empecé a escribir sobre otros temas relacionados conmigo, pero lo dejé a medias porque no entran dentro de la temática del blog.
Hoy hace un año del fallecimiento de mi padre. Ya os hablé de él y no me voy a repetir, pero curiosamente este año le he recordado más como era antes de su enfermedad. No soy muy amigo de los aniversarios, porque como él mismo decía, «las cosas hay que recordarlas y vivirlas día a día, no una vez al año», pero he querido aprovechar este día para volver a escribir.
No elegimos a nuestros padres, así que yo me considero muy afortunado por haber tenido al mío. Hoy solo quiero quedarme con la esencia de lo que fue mi padre: una buena persona. Tenemos ideas muy distintas ─hay una buena brecha generacional─ pero en ese aspecto para mí siempre será un modelo a imitar y espero que cuando fallezca, alguien pueda decir de mí estas mismas palabras.
No son momentos fáciles para nadie. He tenido la suerte de no perder a ningún ser querido durante esta pandemia, así que al menos en esta entrada no voy a quejarme. Debemos ser conscientes de la cantidad de personas que han perdido a alguien, de quien seguramente no se hayan podido ni despedir. Y sin llegar a los fallecimientos, hay una gran cantidad de niños, adultos y mayores que han sufrido daños físicos, psicológicos o económicos como consecuencia directa o indirecta de la pandemia, de los cuales pueden quedar secuelas permanentes.
Por eso, hoy quiero acordarme de una persona especial que el año pasado hizo un viaje de más de seis mil kilómetros solo para asistir al funeral de mi padre. Sé que ahora no lo está pasando muy bien por culpa de la pandemia, pero confío en que la situación mejore rápidamente y podamos verle antes de que acabe el año. Un abrazo muy fuerte.