Música: I Want Break Free, de Queen
Juego: Cubirds, de Stefan Alexander

 

No me gusta hablar de las cosas malas, pero este blog no tendría mucho sentido si no lo hiciera, o al menos no sería honesto. 

Sección sobre mi estado de saludNo llevaba en casa ni seis días cuando me volvieron a ingresar. No tenía mucha fiebre, pero la doctora que acudió la visita domicilio y la que me atendió en Urgencias tuvieron el excelente criterio de ingresarme directamente en el hospital. A pesar de mis amargos lamentos. Porque ya antes de salir de Urgencias la fiebre andaba rondando los 40. Parecía que no iba a ser una infección cualquiera.

Danger

La cosa pintaba mal desde el principio

Ya ingresado en la planta, el primer día fue normal, salvo por la sangrienta foto que visteis en la entrada anterior. El segundo día, la doctora me sorprendió haciéndome una prueba de gripe aviar (la gripe A, el mediático virus H1N1). Y la sorpresa fue aún mayor cuando la prueba salió positiva. Eso sí que no me lo esperaba. Mis síntomas eran los de una infección, síntomas que ya conozco muy bien. Pero el resultado era inapelable. Debí haberla pescado en el hospital.

Con la gripe A llegó el aislamiento. Confinado en mi habitación. No me hizo ni un pelo de gracia, pero qué podía hacer… También llegaron los síntomas de la gripe, que me atacaron con bastante brutalidad. Y un par de días después, llegaron los resultados de los análisis de la infección. El horror. La peor noticia posible: otra vez infectado con la klebsiella oxytoca, la bacteria más temida. Así que «doble aislamiento». Cualquiera que entrara en mi habitación debía ponerse guantes, patucos, una bata y una mascarilla. Disfraz completo.

Cultivo de klebsiella oxytoca

Doña Klebsiella oxytoca, haga el favor de abandonar mi cuerpo de una #/&€ vez

Mis infecciones son un misterio. No solo son inusitadamente numerosas, sino que nunca me ataca la bacteria habitual, la E. coli, que acosa al 80% de los lesionados medulares. Siempre me tocan bacterias raras. En este caso, no existe un tratamiento oral, así que ya desde el principio estaba condenado a quedarme en el hospital durante todo el tratamiento.

Pero entre la gripe aviar, que no se trataba de la cepa más peligrosa, pero afecta a una respiración que ya tengo bastante tocada por la lesión medular, la infección —seria—, la fiebre y los potentes antibióticos que me metían tres veces al día, estaba completamente destrozado.

Lo he pasado fatal, he sufrido mucho. Apenas podía moverme en la cama, con una vía en la flexura (lado interno del codo) del brazo que no me permitía moverlo, aterrorizado ante una posible escara por falta de cambio de posturas… El omnipresente dolor de cabeza y de ojos no me dejaban entretenerme con la tableta ni con el móvil.

Virus de la gripe A

El virus h1n1, culpable de la gripe porcina, la gripe bovina y la gripe española de 1918. ¡Menudos antecedentes penales!

Y tampoco os voy a engañar, estoy harto de vivir en el hospital. Cada vez me cuesta más soportarlo. Tengo muchas cosas fuera que quiero hacer y me fastidia tener que interrumpirlas con tanta frecuencia. Luego llegarán días de convalecencia en los que deberé descansar mucho y hacer poco (otra cosa es que lo haga, claro).

En fin, pasé tres días muy angustiosos en los que me vinieron a la memoria las horribles jornadas que viví en este mismo hospital hace casi dos años. Tuve que pedir ayuda psiquiátrica e insistir bastante, porque no me hacían mucho caso. Había pedido a todo el mundo que no viniera a verme, por miedo al contagio, y de todas formas me encontraba tan mal, que no podía ni quería hablar con nadie.

El sábado la cosa mejoró. Me levanté mejor, la doctora había dejado la orden de quitarme el suero permanente y eso me dio bastante libertad. Además de librarme del continuo soniquete de la bomba, que no paraba en ningún momento y se sumaba a mi perenne dolor de cabeza. El día anterior apenas había tenido fiebre y el sábado no hizo acto de presencia en ningún momento.

Es extraño que el domingo la situación se complicase con la reaparición de la fiebre a última hora. ¿A qué respondía? La doctora me había dejado claro que para el alta necesitaba buenos análisis y nada de fiebre… Así que decidí ocultárselo a las enfermeras y me tomé un antitérmico de contrabando, me mojé la cabeza, etc. Pero no fue bastante: seguía por encima del umbral de la fiebre. Decidí seguir el truco que me mostró una persona cuya identidad no desvelaré: me quejé de un dolor de cabeza falso y me pusieron paracetamol intravenoso. Para cuando vinieron a tomarme la temperatura, estaba dentro de los límites reglamentarios.

Alta hospitalaria

No he andado muy sobrado, pero he salido de esta

Y el lunes, ¡el alta soñada! Cerré está semana larga hospitalizado con una pequeña trampeja térmica, pero ya no aguantaba más. 

 

¿Y a qué viene esta entrada tan quejumbrosa y negativa? Algunos me habéis confesado que al ver lo que me ha pasado, os habéis dado cuenta de las minucias por las que os quejáis y angustiais. Eso también se aplica a mí. Este ha sido mi peor momento desde que regresé de Toledo. Debo ser consciente de lo mal que puedo estar para valorar y disfrutar de la vida cuando me encuentre mejor. Y espero que así sea, para vosotros y para mí.

Música: Campo amargo, de Barricada
Juego: Operación, de Marvin Glass y John Spinello

 

Llevaba un par de días con un picor de garganta característico. Lo conozco bien: suele ser el preámbulo de un catarro fuerte o una gripe. Cómo por ahí corría desbocado un virus de la gripe, no hice más que sumar uno más uno. Al día siguiente me empezó a subir la fiebre. Tate: era gripe. Había dejado de tomar antibióticos apenas hace tres días, pero como ya vengo de vuelta de todo, me hice las pruebas de la infección y oh, sorpresa, todas dieron positivo. Tenía que ser gripe más infección. Por una vez, quise llamar a Urgencias pronto, ya que si me atienden rápido, antes de que la cosa empeore, seguro que no me ingresan y al día siguiente estaría en casa.

Desde Urgencias, la médico de mi centro de salud me pregunto si tenía antibióticos en casa, y al responderle afirmativamente (me habían sobrado de otros tratamientos pasados), me echó la bronca por tenerlos, pero me dijo que tomará una dosis de medio gramo por si acaso, «porque seguramente se trataba de una gripe y se iba a solucionar con el antitérmico que también debía tomar». Y si dentro de dos días seguía encontrándome mal, volviera a llamar.

Comunicación fallida

¿Problemas de comunicación?

Debo confesar que esa conversación me pareció rarísima. Medio gramo es una dosis de mantenimiento, así que supuse que me la «recetó» para que dejara de protestar y me tomé tres gramos, seis veces lo que me había recetado. ¿Y tenía que aguantar dos días con fiebre? Estaba clarísimo. Ella no había hecho ni caso de lo que yo había dicho y confiaba plenamente en su diagnóstico telefónico de gripe.

Resultado: a pesar de los tres gramos y del antitérmico, a las dos horas tuve que llamar con 39,5 de fiebre. Esta vez puse voz angustiosa y pedí una ambulancia directamente, aunque me hubiese gustado decirle unas palabritas a la doctora de antes. Lo bueno de las ambulancias es que te meten directamente a Urgencias: te saltas toda la cola. Me hicieron el triaje y al tomarme la temperatura salió 37,9. «No puede ser», dije yo. «Es normal que la fiebre baje durante los traslados en ambulancia», me respondió el conductor. Vale, admito que pueda bajar un poco, ¿pero dos grados? Venga ya. Las ambulancias serían el mejor antitérmico del mundo.

Me pasaron a una cabina tras una mínima espera, y me tocó con un médico MIR. No tengo nada contra de los novatos. De hecho, a veces llegan con ideas nuevas, que es justo lo que yo necesito, ya que las convencionales no me funcionan. Y suelen escuchar más. Así que le expliqué mi sorpresa y le pedí que me tomarán la temperatura de nuevo. Tras cinco minutos de preguntas y tomar notas, se levantó para marcharse y le recordé lo de la temperatura. Me respondió que ya me la habían tomado durante el triaje e hizo ademán de girarse para salir; otro que no me había hecho ni caso. Yo le pedí que tuviera la amabilidad de hacer constar en el informe que el paciente había pedido en reiteradas ocasiones que se le tomase la temperatura y no se le había hecho caso.

Hospital de LEGO

Mmm… Mejor me callo.

Dos minutos después, un enfermero me estaba tomando la temperatura. Tate: rozando los 40°. Entonces todo se aceleró: los análisis, los antibióticos y el antitérmico intravenoso y hasta una placa que corroboró que no se trataba de una gripe.

Durante el traslado a Radiología, una celadora me pidió que me cubriera con una colcha. Le respondí que con 40 de fiebre, no me parecía buena idea. Me dijo que era el protocolo. Yo, que ya había discutido antes con ella por un tema similar, no quise parecer el típico enfermo tocapelotas; total, iba a ser un traslado de dos minutos. Pero al llegar allí, había cola, así que dejó mi camilla en el pasillo y se dirigió al interior para anunciar mi llegada. Inmediatamente me di cuenta de que iban a ser bastantes más de dos minutos, así que le pregunté si ya me podía quitar la colcha. Respondió que ya me lo dirían dentro y se dio la vuelta para dirigirse al interior. Eso era como decirme que no podía quitármela, así que enfadado, me la quité.  pero entre la energía del enfado y que yo no tengo fuerza en la pinza –la posición de los dedos que usamos sujetar las cosas– la colcha se me escapó y se cayó al suelo. Cuando apareció la celadora, se puso hecha una furia y me acusó de haberla tirado. Yo le expliqué tranquilamente que era tetrapléjico y se me había caído. Pero ella se rebatió con «qué coño de tetrapléjico, ni qué niño muerto“, “que no la engañaba, que la había tirado“ y que “lo que tenían que aguantar». Yo me quedé de piedra y os confieso que no sé qué respondí. La celadora fue tan miserable como para volver al interior de Radiología y por las voces que daba me enteré de que les daba la colcha «porque el paciente de fuera la había tirado al suelo y no le daba la gana ponérsela». Cuando me recuperé de la impresión, estuve indagando la identidad de la señora a fin de ponerle una queja, pero entre que yo no podía bajarme y preguntar a quien quisiera, que no se registra oficialmente la actividad de los celadores (en fin…) y que los que podían conocerla no querían buscarse problemas (ni yo lo pretendía, ya que luego tendrían que trabajar todos los días con ella), no averigüe nada.

Por último, ya en Observación, me atendió una médico muy amable que me explicó que por mucho que se lo pidiera (que lo hice), con una fiebre cercana a los 40 que se resistía a bajar, no podía darme el alta. Y yo tuve que aceptarlo. Resignado a mi destino, le pedí que solicitara una habitación para discapacitados, truco este que me contó mi amiga y enfermera Laura, ya que los médicos de Urgencias no suelen saber que dichas habitaciones existen. Y efectivamente, no lo sabía, pero la pidió, y al cabo de un rato largo volvió para decirme que desgraciadamente, no había ninguna disponible pero que probablemente me la darían por la mañana, cuando quedase libre alguna. Sin embargo, yo que todavía andaba mosca por el tema de la celadora, estaba pegando la oreja y escuché que la médico protestaba airadamente a una compañera explicándole que el encargado de admisión se había negado a asignarme una habitación para discapacitados porque no le había dado la gana molestarse en hacer los ajustes oportunos. Le parecía indignante. Y a mí también. Pero me lo callé. Esperé a que prepararan mi habitación y un celador muy amable me llevó a ella. Sin embargo, antes de entrar me dijeron que habían encontrado una habitación de discapacitados libre en otra planta. Así que me dejaron en el pasillo durante hora y pico mientras preparaban la nueva habitación. En un momento de iluminación, hice cuentas y advertí que acababa de cambiar el turno. Todo encajaba: el capullo de Admisión se había ido a su casita y el nuevo se había molestado en hacer los trámites para que me asignaran la habitación de discapacitados.

Y todo eso en menos de doce horas.

Afortunadamente, el resto de mis seis días de estancia hospitalaria fueron mucho más agradables y normales: como siempre, se confundieron con mis medicinas (da igual, ya venía preparado), no se enteraron con mis sondajes (también venía preparado), siguieron ignorando mi gripe a pesar de que cada vez había más síntomas, y volví a quemarme la misma pierna con la ducha (esta vez estaba sobre aviso y fue mucho más leve: se curó en tres días). Los primeros días fueron muy duros, la fiebre no quería bajar y entre la gripe y la infección, y tenía el cuerpo hecho polvo. Sin embargo, por primera vez en muchos meses, la zona lumbar dejó de dolerme.

Todo esto – y experiencias anteriores – me ha hecho reflexionar. Pero ya me estoy alargando, así que lo dejo para otro día.

 

Por cierto, como el año pasado, no he llegado a estar una semana fuera y ya me han vuelto a ingresar con otra infección. Llevo poco más de un día y todavía las estoy pasando canutas. De hecho, hoy he montado una gorda, como podéis ver en la foto.

Sangre a borbotones

En el fondo la culpa fue de una enfermera

  Me habría gustado publicar mis cuentas de enero, pero un bug de Google Keep las ha borrado, así que me limitaré a mencionar las conclusiones que saqué con el análisis superficial que hice de las mismas.

* Gasté 110 euros en juegos y recuperé 300 vendiendo otros juegos.

* Apenas tuve gastos personales: unos refrescos, cine y poco más.

* Los grandes gastos los tuve porque soy yo el que de momento sostiene la economía familiar, por un asunto largo de explicar. Esto lleva siendo así desde que llegué de Toledo, pero pronto cambiará.

* Entre los gastos de las comunidades de ambas casas (en la que viviré y la de Las Mercedes), ASPAYM, la fisioterapia mensual, consumos y demás, se me va mucho dinero. Seguramente necesite otra fuente de ingresos para no entrar en números rojos.

* No creo que haya vuelto manirroto ni gastador. Sencillamente necesitaba cosas y como tenía dinero, me las he comprado. Y es posible que se me haya ido un poquito la mano. Lo de los juegos es cosa aparte, pero es mi vicio. Otro día hablaré de ello.  

 

No quiero despedirme de vosotros sin comentar que al final de esta etapa he recibido una noticia estupenda que me ha ilusionado como hace mucho que no me ilusionaba nada. Algunos ya sabréis de qué se trata, pero la mayoría no. Sin embargo embargo, no puedo contarlo porque no me corresponde a mí dar la noticia. Pero la alegría ahí está.   ‌