Música: Money, por Liza Minelli y Joel Grey
Juego: Last Will, de Vladimír Suchý
Cuando el diablo anda ocioso, con el rabo mata moscas.
Oniomanía: trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo desenfrenado por comprar sin una necesidad real, frecuente en personas que padecen trastornos del estado de ánimo.
Al salir de Toledo, me encontré con mi casa en obras y todas mis cosas metidas en cajas sin etiquetar, inaccesibles. Apenas tenía algunas camisetas, pantalones de chándal y sudaderas, lo único que había necesitado en Toledo. En un principio quise tirar con lo que tenía, iba a ser cosa de un mes o dos, y no merecía la pena gastar tiempo y dinero en cosas que luego podía no necesitar. Eso sí, cuando las vi de saldo, no pude resistirme a comprar unas Converse clásicas que había querido desde niño. De todas formas, ahora tengo que usar zapatillas dos tallas más grandes, así que no me iba a valer ninguna de las que tenía en casa.
Pero según iba pasando el tiempo y mi casa seguía en obras, se hizo evidente que iba a necesitar más ropa. Y luego llegó el verano. Más ropa, más ligera. Ya había comprado mi nueva silla de ruedas, el dinero mejor gastado. También tuve que adquirir un somier y un colchón para Viana, y otro colchón para la casa de mi madre. Y la tumbona para hacer ejercicios… Aparte de los trillones de medicinas y material sanitario que necesito para corregir las deficiencias de mi cuerpo. Todo cosas necesarias.
Podía haberlo hecho, pero no me paré ahí. Seguí buscando y comprando cosas que me pudieran venir bien para mi nueva vida. Esta vez he estado yendo bastante a ciegas, porque no sé exactamente qué necesito ni qué me puede ayudar; ensayo y error: algunas cosas han funcionado y otras no.
Tampoco quiero hacerme el santo, que en este blog está prohibido contar mentiras: algunos caprichitos han caído, entre ellos no pocos juegos. Y no, no tenía bastantes; es más, llevaba un año fuera de combate sin comprar casi nada (en este punto debo confesar que desde Toledo compré más de un juego y más de dos, a través de amigos).
Cuando el diablo anda ocioso, con el rabo mata moscas.
Oniomanía: trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo desenfrenado por comprar sin una necesidad real, frecuente en personas que padecen trastornos del estado de ánimo.
Por otra parte, cuando quedó claro que mi madre no podía seguir manejando dinero, empecé a hacerme cargo de sus compras, que no fueron pocas, porque además de todos los gastos familiares y domésticos, los que la conocéis os habréis dado cuenta de que ahora exhibe una modesta curva de la felicidad, y también le ha tocado renovar buena parte del armario. En un principio intenté mantener presupuestos separados, pero era un jaleo impresionante, debido a mi clásica naturaleza caótica y a mi reciente torpeza manipuladora. Así que tiro con mi dinero y de vez en cuando llevo a mi madre al banco para que saque algunos billetes. Como buena «de la Fuente» que es, se resiste, protesta y patalea cada vez que le toca apoquinar, a pesar de que no paga ni la cuarta parte de lo que gasta. Y lo hace antes, durante y después (y también bastante después) de ir al banco.
Eso sí, yo también soy «de la Fuente» y prefiero no gastar 10 cuando puedo gastar 8, así que aunque creo que no soy nada agarrado con el dinero, sí he procurado buscar ofertas, descuentos y buenos precios en todo lo que he adquirido. Al fin y al cabo, ahora no trabajo, así que tengo la obligación moral de hacerlo. Y ya sabéis que eso de adentrarse en el mundo de los descuentos y las ofertas tiene sus riesgos, porque suma «una cosa me llevó a la otra», un «uy, esto qué barato está» y un «mira tú por dónde, esto qué chulo es», y verás dónde acabas…
Cuando el diablo anda ocioso, con el rabo mata moscas.
Oniomanía: trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo desenfrenado por comprar sin una necesidad real, frecuente en personas que padecen trastornos del estado de ánimo.
Cuando empecé a trabajar como traductor, lo hice a lo bestia. Analizando a posterori, fue una concatenación de factores: la motivación típica de los jóvenes que empiezan a trabajar, la ilusión —mayor aún— por dejar atrás el mundo jurídico, la inseguridad del autónomo principiante, que hoy tiene trabajo pero no sabe lo que puede pasar mañana, y mi coyuntura particular: conseguí varios clientes y no me atrevía a rechazar trabajos de ninguno, no sea que encontraran a un sustituto mejor. Para rematar este cóctel, ya sabéis que no soy una persona de medias tintas. El caso es que durante años trabajé una cantidad indecente de horas, sábados y domingos incluidos.
Lo bueno que tiene trabajar muchas horas —aparte de ganar bastante dinero— es que te queda poco tiempo para gastarlo. Y además, mis aficiones —con la excepción de los viajes— eran baratas. Todo eso me permitió ahorrar una honesta suma de dinero, que ahora me está viniendo bien para dar de comer a las ortopedias, farmacias y asimilados. Y para toooooodo lo anterior.
Mi hermano (¿recordáis dónde se sacó el máster?) dice que me he convertido en un adicto a las compras. De lo que no cabe duda es que a la casa llegan bastantes más paquetes a mi nombre que al de su empresa, cuando antes sucedía justo al revés. Y mis gastos duplican mis ingresos. ¿Tendrá razón? Yo creo que se equivoca, pero muchas veces el adicto es el último en enterarse.
Cuando el diablo anda ocioso, con el rabo mata moscas.
Oniomanía: trastorno psicológico cuyo síntoma es un deseo desenfrenado por comprar sin una necesidad real, frecuente en personas que padecen trastornos del estado de ánimo.
La última entrega de esta vorágine de compras ha sido la adquisición de un piso, como os adelanté la semana pasada. Se trata de una vivienda con un precio muy atractivo, o un «puto chollo», que diría mi hermano, que ha orquestado esta aventura inmobiliaria. Yo, bien porque él tenía razón, bien porque verdaderamente soy un adicto a las compras, le hice caso. Todavía sigo liado con la caza de hipotecas, aunque ya va bastante encauzada (ya os contaré, porque es otro tema que tiene telita [que cortar], y además todavía existe la posibilidad de que el banco elegido me la juegue; lo estoy viendo venir, lo siento en el aire. En principio, esta adquisición no supone un cambio de planes a corto ni a medio plazo: sería el peor hermano del mundo si no me fuera a vivir a mi viejo piso después de todo lo que ha invertido el mío —tanto física como emocionalmente— en su adaptación. Tampoco debo liarme con las importantes obras de renovación y adaptación que requiere la nueva vivienda hasta que no me quite de encima otros asuntos más perentorios, así que encargaré unas obras de renovación rápidas e intentaré alquilarlo, como me aconsejó el único de vosotros que ha cursado un máster en la prestigiosa universidad de Columbia.
En fin, más o menos ya tengo todo lo que necesito hasta que regrese a mi nueva casa y tenga que amueblarla. Justo a partir de ahora debería reducir mi nivel de compras radicalmente, así que pronto comprobaremos si realmente soy un oniómano o no. Por supuesto, he retrasado la redacción de esta entrada para hacerla coincidir con este preciso instante temporal, que es el ideal para preguntaros…
¿Conseguiré ajustar mis gastos a mis ingresos (que pronto incluirán una hipoteca) de forma radical e instantánea o tendré que someterme a un proceso de desintoxicación y admitir que realmente padezco el síndrome del comprador compulsivo? ¿Se revelará que el «mata moscas con el rabo» en realidad era un «a burro muerto, cebada al rabo», o ese burro agonizará lentamente?
La respuesta no se hará esperar.