Música: Dr Feelgood, de Motley Crue
Juego: Stone Age, de Michael Tummelhofer
Llevaba seis años sufriendo unos dolores punzantes el tórax, que cada vez se hacían más frecuentes e intensos. Estuve acudiendo al médico de cabecera durante todo ese tiempo. Desgraciadamente, tengo la espalda como las vías de la RENFE (torcida y parcheada) y el médico no miraba más allá. A mis 35 años ya era un experto en dolores de espalda de todo tipo, pero de nada me valió explicar que este nuevo dolor era totalmente diferente: no hacía más que remitirme a traumatólogos y reumatólogos, que no encontraban la causa de dichos dolores.
También, asesorado por familiares y amigos, acudí a especialistas privados y pagué pruebas médicas de mi bolsillo, pero a nadie se le ocurrió mirar en la médula. Tuve que rechazar varias «ofertas» de baja médica (que un autónomo no está para esas cosas), suspender «unilateralmente» un tratamiento de morfina, el único medicamento que calmaba mi dolores, y aguantar varias insinuaciones y cabreos del médico de cabecera.
El dolor cada vez se hacía más intenso y frecuente. Un 17 de marzo, la intensidad del dolor se desbocó y decidí acudir a mi centro de salud. Allí, ante la sorpresa de la médico (el de cabecera anterior se acababa de jubilar), me derrumbé en el suelo presa del peor dolor que había sufrido en mi vida. Al cabo de un minuto, se me paralizaron las piernas, después el tronco y finalmente los brazos. Una ambulancia me llevó a urgencias y, tras unas pruebas, me diagnosticaron un infarto medular grave y me ingresaron en la UCI del hospital.