Música: Fear of the Dark, de Iron Maiden
 Juego: La posada sangrienta, de Nicolas Robert

 

Sección sobre mi estado de saludMi lesión medular es una C3 con preservación parcial hasta C6-C7, de ASIA A.

Las lesiones medulares se denominan en función de la vértebra más alta cuya médula ha resultado afectada, lo cual determina las funciones corporales que se conservan y, en gran medida, la gravedad de dicha lesión. Consecuentemente, las lesiones cervicales (C) son las más graves, seguidas por las torácicas (T) o dorsales (D), las lumbares (L) y las sacras (S).

Partes de la médula y afectación de las lesiones

Mi lesión está justo encima de la que pone C4; afortunadamente me han quedado restos parciales de las seis siguientes vértebras, porque sino solo podría mover la cabeza

La clasificación ASIA es la estándar que mide la gravedad de la lesión atendiendo a la ausencia o conservación de las funciones motoras y sensoriales, así como la severidad del pronóstico. A es la más grave y E casi corresponde a la de una persona sana.

Hablando en plata: solo puedo mover algunos músculos de los brazos, muñecas y manos, así como los que nacen en el cuello. Mi sensibilidad se extiende un poco más, por el torso superior. No conservo capacidad motora ni sensorial en otras partes del cuerpo y es poco probable que mi lesión mejore.

En realidad, las lesiones medulares no son comparables, ni siquiera aquellas de características similares. Yo estoy mejor y soy capaz de hacer muchas más cosas que las habituales en una lesión de mi nivel; supongo que ello se deberá a la fortuna, al esfuerzo que invertí en la rehabilitación y a las ganas que le echo a todo, que, en mi opinión, es más importante que otros aspectos puramente físicos. Quizás en un futuro, si detecto interés, profundice más en el desconocido mundo de las lesiones medulares y las particularidades de la mía.

Música: Dr Feelgood, de Motley Crue
 Juego: Stone Age, de Michael Tummelhofer

 

Sección sobre mi estado de saludLlevaba seis años sufriendo unos dolores punzantes el tórax, que cada vez se hacían más frecuentes e intensos. Estuve acudiendo al médico de cabecera durante todo ese tiempo. Desgraciadamente, tengo la espalda como las vías de la RENFE (torcida y parcheada) y el médico no miraba más allá. A mis 35 años ya era un experto en dolores de espalda de todo tipo, pero de nada me valió explicar que este nuevo dolor era totalmente diferente: no hacía más que remitirme a traumatólogos y reumatólogos, que no encontraban la causa de dichos dolores.

Hospital Río Hortega de Valladolid

Hospital Río Hortega de Valladolid

También, asesorado por familiares y amigos, acudí a especialistas privados y pagué pruebas médicas de mi bolsillo, pero a nadie se le ocurrió mirar en la médula. Tuve que rechazar varias «ofertas» de baja médica (que un autónomo no está para esas cosas), suspender «unilateralmente» un tratamiento de morfina, el único medicamento que calmaba mi dolores, y aguantar varias insinuaciones y cabreos del médico de cabecera.

El dolor cada vez se hacía más intenso y frecuente. Un 17 de marzo, la intensidad del dolor se desbocó y decidí acudir a mi centro de salud. Allí, ante la sorpresa de la médico (el de cabecera anterior se acababa de jubilar), me derrumbé en el suelo presa del peor dolor que había sufrido en mi vida. Al cabo de un minuto, se me paralizaron las piernas, después el tronco y finalmente los brazos. Una ambulancia me llevó a urgencias y, tras unas pruebas, me diagnosticaron un infarto medular grave y me ingresaron en la UCI del hospital.